EN esto que llaman la crisis económica, me siento como perdido en medio del mar, sin faro en la tierra ni estrella en el cielo y sin una roca en el fondo adonde echar el ancla. ¿Por qué estamos donde estamos? ¿Sabemos exactamente dónde estamos? Y si la latitud y la longitud son tan inseguras, ¿cómo sabremos el rumbo a seguir? Es una profunda crisis económica que revela una crisis espiritual más profunda todavía.
Vamos en una pobre barquita, pero es la barquita de todos (empresarios y asalariados y parados de toda la Tierra, y estos sauces y estos herrerillos felices que estrenan la primavera, ajenos a nuestra crisis; pero nada nos es ajeno). Si no nos salvamos todos, todos nos perderemos. Y quien crea salir con vida mientras su hermano se muere, ya está muerto en su humanidad. Cuidemos entre todos nuestra pobre barquita a la deriva.
Pues bien, aun sabiendo que el margen de este gobierno español en Europa es estrecho -¿acaso no saben que era igualmente estrecho el margen del gobierno anterior?-, me atrevo a afirmar: esta reforma laboral no cuida nuestra pobre barquita común, y no la puedo aceptar.
Alguna reforma laboral será necesaria, no lo discuto. No hace falta ser muy avezado para ver que aquí ha habido mucha irresponsabilidad en el trabajo: trabajadores que no trabajan, que defraudan cuanto pueden y cogen bajas sin escrúpulos para irse a esquiar. Pero ¿alguien piensa de verdad que ha habido más abuso de trabajadores que de patronos? Sea como fuere, esta reforma no puede ser el remedio. Más bien respalda toda clase de abusos por parte del patrono.
“Es preciso mejorar la competitividad”, se dice: bajar el salario, endurecer la jornada, acomodar el funcionamiento a las exigencias del mercado, facilitar la movilidad (si te mandan a Laponia, vete a Laponia, tierra maravillosa por cierto, donde a veces el cielo se vuelve una danza de colores)… ¿La competitividad? De acuerdo, pero no a cualquier precio. No al precio de arrojar por la borda a los más débiles de la barquita, y que se hundan en el mar (con ellos nos hundiremos todos tarde o temprano). Inventemos una forma de competir que no sepulte a las personas y a los pueblos. Vosotros que tenéis los mayores resortes para hacerlo, inventad otra economía: una economía no dirigida a producir y ganar y consumir lo más posible, sino a distribuir lo mejor posible y dar de comer a todos.
“Es preciso flexibilizar el despido en época de crisis”, se dice también, y uno tiene la impresión de que eso es, en definitiva, lo que busca esta reforma: no ya solamente flexibilizar y abaratar el despido, sino simple y llanamente permitir el despido libre. El pretexto es la creación del empleo en esta coyuntura de grave de crisis, pero el despido libre ya era la aspiración de muchos patronos, los peores, en tiempos de bonanza. Que un empresario pueda echar gente a la calle, sin indemnización alguna, alegando solamente una previsión de pérdida de ganancias o de disminución de ventas durante tres trimestres consecutivos… es cruel e inhumano. (¿Y razonable? ¿Es económicamente razonable? Si empobrecen a los trabajadores, no sé a quién venderán los fabricantes sus productos…).
Se me erizan los pelos cuando oigo a algunos empresarios felicitarse por esta reforma. Pero me horrorizo más todavía cuando veo… que el cardenal Rouco, presidente de la Conferencia Episcopal Española, mediante una carta a todos sus sacerdotes de Madrid, ha desautorizado una crítica que la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) había elaborado contra esta reforma. Al fin y al cabo, un gobierno de derecha que promueve esta reforma o unos empresarios que se felicitan por ella defienden sus intereses, que no son los de la pobre gente. Pero ¿qué intereses y a quién defiende el cardenal Rouco cuando no acepta ni siquiera que se critique la reforma laboral? Sus intereses no son los de Jesús. Lo digo rotundamente. ¿Entonces qué? Será que está diciendo al gobierno de Rajoy: “Tú me das dinero, tú me aseguras la enseñanza de la religión católica en la escuela pública, tú me reformas la ley del aborto… y yo te salvaré los votos”. Pero eso es como la bofetada que dio el sumo sacerdote a Jesús en el Sanedrín, es como la burla que le hicieron los soldados romanos en el Pretorio, es como la lanza que le clavaron en la cruz en pleno corazón.
Y sigue. Anteayer me horroricé cuando supe que el obispo de Bilbao, Mario Iceta, ha prohibido al secretario diocesano de pastoral obrera firmar un documento de la HOAC y de la JOC (Juventud Obrera Católica) de Bizkaia a favor de la huelga general del próximo día 29. ¿Quién es el obispo para prohibir tal firma? ¿A quién defiende el obispo? Quizás no haya leído nunca los sermones de san Ambrosio de Milán, san Agustín, san Gregorio de Nisa, san Basilio o san Juan Crisóstomo defendiendo a los pobres contra los abusos de los ricos. Ni la Mater et Magistra de Juan XXIII: “Si el funcionamiento y las estructuras de un sistema productivo ponen en peligro la dignidad del trabajador, o debilitan su sentido de responsabilidad, o le impiden la libre expresión de su iniciativa propia, hay que afirmar que este orden económico es injusto” (n. 83). Ni la Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II: “La huelga puede seguir siendo medio necesario, aunque extremo, para la defensa de los derechos y el logro de las aspiraciones justas de los trabajadores” (n. 68).
Una huelga general no es una medida deseable y menos en una situación económica tan crítica como la presente. Pero, a veces, la situación puede hacerse tan crítica que no hay más remedio que hacerla más crítica todavía, y a lo peor nos hallamos en esa situación. Por algún lado hay que romper y ahora menos que nunca podemos consentir que vuelva a romperse como siempre por el lado del más débil. ¿Que esta huelga puede empeorar más todavía el drama del más débil? Puede ser y me asusta. Pero si fuera así, a lo mejor habrá que pensar en hacer otra huelga. ¿Hasta cuándo? Hasta que todos reconozcamos la dignidad del más débil, hasta que juntos inventemos otro modelo más digno para todos. Si todos queremos, podemos. Y no podemos cejar hasta que todos queramos y entre todos podamos.
Señores banqueros, empresarios, presidentes, y también vosotros, hermanos obispos: no nos impidáis este sueño despierto. Si lo impedís, será la ruina de todos. Será la ruina del sueño de Dios.
¡Ojalá sea ésta la última huelga y no sea necesaria ninguna más! ¡Ojalá baste para que todos entendamos hasta dónde es justo acatar las órdenes de la señora Merkel y del señor Sarkozy, servidores sumisos del dios Mamón y de todos sus señores! ¡Ojalá sirva para que juntos nos propongamos secundar la sagrada divisa inscrita en el origen de nuestra historia: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”! Con sudor, sí, pero ganarás. Con sudor, sí, pero con dignidad.
Entonces encenderíamos un farito en la tierra, una estrellita en el cielo, y el ancla de la esperanza nos sostendría. Y estaríamos de regreso a un paraíso por estrenar.
1 comentarios:
"Y quien crea salir con vida mientras que su hermano se muere, ya está muerto en su humanidad"
Precioso. Como todo lo que usted escribe.
Da la sensación de que día a día va ganando en libetad personal.
Me encanta.
Aunque a veces no sé como vamos a acabar todos, me encanta.
Publicar un comentario