domingo, 29 de julio de 2012

EL FUTURO DEL TRABAJO

Benjamín Prado

Prepárese: en el futuro, todos autónomos.
¿Cuáles serán las profesiones más demandadas y más lucrativas en el futuro? ¿Qué trabajos nos ofrecerán más salidas dentro de dos décadas? Acuicultor, nanomédico, webgardeners, microemprendedores, policía medioambiental, narrowcastes, bioinformático… Hoy parecen palabras incomprensibles; mañana, las tendremos todo el día en los labios.

Vivimos tiempos veloces e imprevisibles, en los que los avances de la tecnología y los retrocesos de la historia lo transforman todo de forma continua y el presente ha cambiado tanto que el futuro tampoco es ya lo que era. ¿Cómo será la Tierra cuando Europa y Estados Unidos vivan a la sombra de Asia y los dólares o euros sean papel mojado frente al yen? ¿Qué sustituirá al petróleo y quiénes serán los jeques de las energías renovables? ¿Qué va a ocurrir cuando un avatar o un holograma nos represente y haga de nosotros en una reunión virtual celebrada por videoconferencia, o incluso en la oficina? ¿Qué consecuencias tendrán las migraciones masivas o el envejecimiento radical de la población? ¿Con qué armas nos enfrentaremos a la contaminación atmosférica?

Aparte de a todo lo demás, esas dudas afectan también al mundo laboral, cuyo porvenir está lleno de preguntas para las que de momento no existen respuestas, sino solo apuestas: ¿cuáles serán las profesiones más importantes y más lucrativas dentro de una o dos décadas, cuando ya no sea tan lógico soñar con ser médico, abogado o ingeniero de telecomunicaciones?

Los analistas, que en este terreno son una mezcla de sociólogos y adivinos, pronostican que algunos oficios que hoy parecen simple ciencia-ficción, como los de fabricante de órganos humanos, acuicultor en plantaciones submarinas, banquero de tiempo, bioinformático, creador de identidades digitales o nanomédico, estarán el día de mañana entre los más codiciados y mejor pagados. Aunque todos ellos serán muy solitarios, porque lo que sí parece evidente es que para entonces la mayoría de los ciudadanos serán lo que ya se conoce como e-lancers, es decir, personas que ofrecerán sus servicios por libre y desde sus casas, conectados unos a otros y con sus clientes a través de Internet. En cualquier caso, parece obvio que ha llegado el momento de prepararse para lo desconocido.

Si uno se fija bien, sin embargo, los nombres exóticos de muchas de esas profesiones ocultan anhelos muy normales y, por encima de todos ellos, como es natural, el de la supervivencia, tanto biológica como económica, que por otra parte cada vez parecen más insolidariamente unidas: la buena salud es y será para los que pueden pagársela. Para demostrarlo, un estudio de la consultora Fast Future pronostica que entre las 20 profesiones que mejor se adaptarán a los avances científicos y tecnológicos que se avecinan de aquí al año 2030 están las de granjero farmacéutico —que se dedicará a cultivar plantas modificadas genéticamente para que tengan a la vez propiedades alimenticias y terapéuticas—, instructor para la tercera edad, geomicrobiólogo —cuyo fin será crear microorganismos que ayuden a eliminar la polución—, policía medioambiental —un agente de la ley que luchará contra los ladrones de nubes y controlará el lanzamiento de cohetes de yoduro de plata para provocar lluvias, algo que ya se hace en India y en China— y las ya mencionadas de nanomédico —una mezcla de doctor e informático que, entre otras cosas, nos podrá implantar microchips que aumenten nuestra memoria, igual que se hace con un ordenador— y fabricante de órganos, que será un reparador de la salud capaz de combinar cirugía plástica, mecánica robótica y clonación genética para remplazar las partes dañadas de nuestro cuerpo.

Pero todo cambio requiere personas dispuestas a organizarlo y por eso también estarán en primera línea los vendedores de talento, que buscarán a los profesionales mejor preparados y los colocarán en organizaciones de todo el planeta; o los gerentes del bienestar, encargados de la salud laboral en las empresas.

En su libro Prepárate, el futuro del trabajo ya está aquí, recién publicado en España por Galaxia Gutenberg, Lynda Gratton da una serie de consejos sobre la dirección a seguir para tener un “futuro elaborado” en lugar de un “futuro por defecto”.

En primer lugar, se trata de ver hacia dónde camina el mundo, cómo va a seguirle el paso a los nuevos gigantes que vienen de China, India y Brasil, y en qué medida nos van a afectar los cambios que se produzcan cuando la tecnología nos suplante, la globalización parta en dos la sociedad, los recursos energéticos se terminen y los cambios demográficos dejen sin sitio a parte de la población.

Otros problemas que ya sufrimos hoy, pero que se harán más grandes, son: la fragmentación, que dispersará cada vez más nuestras tareas, nos dejará sin tiempo y nos impedirá darle cohesión a nuestra vida; el aislamiento al que nos conducirá estar siempre conectados pero solo de forma virtual; la escasez de carburantes y la subida de sus precios, aunque en contrapartida se ahorrarán millones al trabajar desde casa y no tener que desplazarse; la exclusión de los pobres, que cada vez serán más y estarán a más distancia de las personas acomodadas, y la destrucción del ecosistema.

En ese último reto, cobrarán una enorme importancia los ingenieros de vehículos alternativos, que buscarán opciones ecosostenibles para el transporte, y los científicos especializados en la lucha contra el cambio climático. Podremos acogernos a la telepresencia en 3D para celebrar en una sola jornada laboral cuatro reuniones de negocios sucesivas en Tokio, Moscú, Río de Janeiro y Nueva Delhi; o comeremos frutas y verduras transgénicas, cultivadas por los agricultores verticales en las fachadas de los rascacielos o crecidas en los invernaderos espaciales que algunos arquitectos interplanetarios ya han diseñado para que sean construidos en la Luna y en Marte; pero nuestra lucha contra la enfermedad y la muerte será la misma.

Vamos a necesitar mucha determinación y un gran sentido de la libertad para defender nuestros derechos frente a ese futuro que parece muy selectivo, con muchas posibilidades para los técnicos y muy pocas para los obreros.

Lynda Gratton, a través de lo que ella llama cocreación, y otros autores como el inventor del término e-lancer, Thomas W. Malone, en El futuro del trabajo, creen sin embargo que, si sabemos utilizar la tecnología para formar redes, alianzas de ocasión y corporaciones globales, “podríamos obtener los beneficios propios de las grandes organizaciones sin tener que renunciar a los de las más pequeñas, que son la libertad, la creatividad y la flexibilidad. Las grandes empresas se han dado cuenta de que la descentralización les beneficia. Intel, Microsoft o IBM se nutren de un complejo entramado de fabricantes de equipos, desarrolladores de programas informáticos y diferentes firmas de servicios que trabajan fuera de sus sedes comerciales. Y todas ellas han mejorado su rendimiento por ese sistema, y son más valoradas por los mercados”.

Consciente de que su apuesta dará lugar a una serie de interrogaciones inevitables sobre la desaparición de la justicia social y el intento de engañarnos llamándole independencia a la inseguridad, la profesora Gratton habla de los microemprendedores, que se benefician de la conectividad y forman ecosistemas de ideas con otros internautas, aunque no los relaciona con los famosos mini-jobs que tanto defienden consultoras como Hays, cuyo director general en España, Christopher Dottie, sostiene que la única salida posible de la crisis es “seguir el camino de Alemania, que con ese método mandó una poderosa señal a los mercados, la del descenso del paro, y así ha fortalecido su economía”. Malone redondea el argumento dando una solución estrambótica: “Las organizaciones descentralizadas le brindan a la gente mayor libertad y flexibilidad, pero ¿qué pasa con otras necesidades, como la seguridad financiera, la salud y la formación? Una vez que son independientes, ¿cómo puede tenerlas cubiertas? Muy fácil: volviendo a los gremios, que en la Edad Media servían para entrenar a los aprendices, buscarles una colocación, financiar sus estudios o hacerles un préstamo”. Uno no puede tomarse muy en serio ninguna propuesta que plantee reducir la capacidad adquisitiva de los ciudadanos e-lancers a aquello que puedan sacar eventualmente con sus minijobs o, directamente, regresar al siglo XV; pero el disparate deja muy claro que el nuevo reto al que nos enfrentamos es el de siempre: la desigualdad.

En cualquier caso, parece evidente que el kilómetro cero del futuro está en la palabra tecnología y, por eso, según vaticinan el estudio sobre las profesiones del futuro encargado por el Gobierno británico a Fast Future y otros, hechos por la empresa Iberestudios o por las universidades de Oxford y Barcelona, se acercan buenos tiempos para los abogados virtuales y los controladores de datos-basura, que nos protegerán de los hackers mezclando el Derecho y la Ingeniería Informática; y para los desarrolladores de aplicaciones para teléfonos móviles, los webgardeners, que se encargan de actualizar los contenidos de la Red y los ayudantes de networking, que serán mitad educadores sociales, mitad relaciones públicas con objeto de mejorar nuestra integración social en Internet; o, como consecuencia de todo eso, para los psicólogos a distancia, que tratarán las adicciones y síndromes que los internautas puedan contraer mientras navegan. También les irá bien a los telecomunicólogos, que serán quienes mantengan la interconexión masiva de computadoras en un mundo en el que prácticamente nadie carecerá de una; y, por supuesto, a los creadores de videojuegos. Todo lo cual vuelve a decirnos que en el fondo van a cambiar más las formas que los moldes: los intermediarios se llamarán gestores, y poco más.

Todo eso está cerca, pero aún no está aquí y, según otro estudio, llevado a cabo en esta ocasión por la firma Adecco Professional, los tres empleos más deseados hoy día en España siguen siendo, por este orden, los de comercial, administrador de grandes cuentas —los famosos key account managers— e ingeniero de telecomunicaciones. Nuestro país también necesita “ingenieros especializados en energías renovables, cuyos puestos de trabajo han aumentado un 235% en la última década; analistas financieros y médicos de familia, debido sobre todo al envejecimiento de la población, el más acusado del mundo, solo por detrás del de Japón”.

Para terminar, diremos que hay malas perspectivas para los medios de comunicación, donde parece que la actividad con más futuro será la de narrowcaster, es decir, la de experto en segmentación informativa, un profesional que combinará el periodismo, la publicidad y las relaciones públicas para dar noticias a la carta, destinadas a grupos específicos de personas y adaptadas a sus intereses, teniendo en cuenta su nivel de vida, su religión, su estado civil, su lugar de residencia, etcétera. No parece que la palabra objetividad tenga sitio en ese proyecto con aires de plan de fuga.

El mundo cambia deprisa y el futuro, ese “espacio negro para muchos sueños, / espacio blanco para toda la nieve”, según lo describió el poeta Pablo Neruda, empieza a dejarse ver en el horizonte.

Cuando estemos allí, tendremos todo el día en los labios esas palabras que ahora suenan tan extranjeras, acuicultor, nanomédico, webgardeners, microemprendedores, bioinformático… Y a los que puedan ser definidos con alguna de ellas parece que les va a ir muy bien. El futuro ya no es lo que era, como dijo Paul Valéry.




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