No se trata ya de un hombre solo y andrajoso que pide limosna en una esquina: el segmento de homeless que aumenta más rápidamente es de las familias con hijos.
Hay estadísticas de todo tipo en cualquier país, pero una poco aflora públicamente entre las miles que cada año se compilan en EE.UU.: la de los niños sin techo del país, 1,6 millones en el año 2010, es decir, uno de cada 45, y un 38 por ciento más que en el 2007, según una investigación del National Center on Family Homelessness (NCFC) (www.homelesschildrenamerica.org, diciembre 2011). Nada mal para el país más poderoso del planeta.
El hecho cambia imágenes del sin techo en EE.UU. No se trata ya de un hombre solo y andrajoso que pide limosna en una esquina: el segmento de homeless que aumenta más rápidamente es de las familias con hijos. Tampoco de un haragán: unos 4 millones de familias perdieron su vivienda desde comienzos del 2007 a comienzos del 2012, informó The New York Times (//topics.nytimes.com, 19-7-12), al compás del crecimiento de la desocupación.
En el 2007 explotó el globo hipotecario que condujo a la crisis económica mundial que hoy castiga al mundo. Ese año, 2,2 millones de deudores hipotecarios perdieron su departamento o casa en EE.UU. y un millón en el 2010 (//utopianist.com, 18-1-11). Y aun los que trabajan con un salario exiguo no siempre pueden pagar un alquiler. En Orlando, el alquiler promedio de un departamento con dos dormitorios exige que el inquilino gane 18 dólares la hora. Una pareja que labore 40 horas por semana no la puede sufragar con un salario mínimo de 7,67 dólares la hora (//cfl.homeless.wordpress.com, 5-7-12).
En el estado de California hay que ganar 26 dólares la hora para alquilar esa clase de departamento, pero el salario mínimo que perciben muchos es de no más que 8 dólares la hora (//nlihc.org, 2012). No es sólo el desempleo, entonces.
El problema de los sin techo no tenía a comienzos de la década de los ’80 la calidad de endemia que alcanzó después. La tasa de familias neoyorquinas con hijos pequeños echadas a la calle aumentó un 500 por ciento entre 1981 y 1995 (www.eric.ed.gov, enero 1996) y el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano registró en su evaluación correspondiente al 2010 que el 35 por ciento de los homeless del país dormía en albergues del gobierno y de entidades caritativas (//portal.hud.gov, 14-6-11).
Ralph da Costa-Núñez, que fue funcionario del ex alcalde de Nueva York Ed Koch, señaló al ex presidente Ronald Reagan como el culpable de la veloz expansión del fenómeno: “Anuló todos los programas sociales que ayudaban a los pobres. ¿A dónde iban a ir? A la calle, a los albergues. Un día le dije al alcalde Koch que lo que empezaba así iba a permanecer” (www.alternet.org, 16-7-12). En tanto, Reagan mistificaba la cuestión.
“Lo que tenemos en este país –declaró en el programa televisivo TV Good Morning America el entonces presidente de EE.UU.– es un problema que siempre tuvimos, incluso en los mejores tiempos; tal vez somos ahora más conscientes de su existencia, y es la gente que duerme a la intemperie, los sin techo que no tienen techo, se podría decir, por elección” (//abc.go.com, 31-1-84). Sí, desde luego, cómo no. Bill Clinton continuó estas políticas de su predecesor republicano y sus reformas en materia de pobreza no tomaron muy en cuenta a las mujeres y los niños. La ley de ayuda temporaria a las familias necesitadas que se promulgó durante su mandato imponía rigurosas exigencias para acceder a la asistencia y ésta, como lo indica el nombre de la ley, era de limitada duración.
Los niños homeless, en este marco, devienen “los marginados más jóvenes de EE.UU.”, señala el informe del NCFC. “Se han convertido gradualmente –agrega– en una parte descollante de un Tercer Mundo que está emergiendo en nuestra nación. A pesar de que su número crece, los niños sin techo son invisibles para la mayoría de nosotros, no tienen voz ni audiencia. Sin una cama que puedan llamar propia, han perdido seguridad, privacidad y el confort hogareño, así como a sus amigos, pertenencias, mascotas, rutinas reposadas y a sus comunidades. Estas pérdidas producen una experiencia de vida perturbadora que inflige heridas profundas y duraderas.”
Seis estados solamente –de los 50, más el distrito federal, que constituyen la federación estadounidense– han desarrollado estrategias para enfrentar la situación. Otros han diseñado proyectos decenales para resolverla por completo, pero su eficacia está por verse. Se olvida, además, que los niños sin techo pasan hambre y son más proclives a contraer infecciones respiratorias y digestivas, asma, tuberculosis y otras enfermedades. Su desamparo no les permite asistir a clase con regularidad: los cambios de ubicación de sus familias son frecuentes. En este caso, mucho más que en otros y por otras razones, se aplica lo dicho alguna vez por Jean Cocteau: “La infancia sabe lo que quiere. Quiere dejar atrás la infancia”.
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