Mientras los obispos de EEUU lanzaban semanas atrás una campaña de vigilias y sermones contra la reforma sanitaria de Obama y "los riesgos que implica para la libertad religiosa", un grupo de monjas lanzaba otra con un mensaje y un estilo muy distintos. Una gira por nueve estados, en autobús, sin hábitos, y parando en comedores de beneficencia o en la puerta de los congresistas republicanos que respaldaron el año pasado el presupuesto Ryan, la hoja de ruta económica de los conservadores.
"Atajar el déficit es una buena idea, pero hacerlo sin tocar el presupuesto militar y bajando impuestos a los ricos mientras se recortan las ayudas a los pobres es inmoral", dice Stephanie Niedringhaus, portavoz de Network, el lobi que ha organizado la gira, dedicado a promover la justicia social. Más que una anécdota, el ejemplo ilustra la situación convulsa que vive la Iglesia católica de EEUU, y no solo por la vergüenza y la ruina que siguen generando los juicios de los escándalos de pederastia. El motivo es el creciente desacato de sus religiosas, menos apegadas a la doctrina de lo que al Vaticano le gustaría.
Así quedó de manifiesto en abril, cuando una investigación de la Congregación para la Doctrina de la Fe les acusó de "promover ideas del feminismo radical" y de expresar opiniones que contradicen las posiciones de los obispos. En el centro de las sospechas puso a la Leadership Conference of Women Religious (LCWR), una entidad dependiente de la Santa Sede que agrupa al 80% de las monjas del país, así como a las conferencias que organiza anualmente y en las que intervienen ponentes de distintas corrientes del catolicismo norteamericano.
"La LCWR nunca ha apoyado públicamente la ordenación de las mujeres o el matrimonio gay, pero sí lo han hecho algunos ponentes, y lo que quiere el Vaticano es que se censuren esas voces", asegura el profesor y jesuita Thomas Reefe, autor del libro Inside the Vatican (Dentro del Vaticano). "Esencialmente es un conflicto sobre el mensaje, sobre lo que se puede decir y lo que no", añade.
Esas diferencias ya quedaron patentes durante el debate previo de la reforma sanitaria, recientemente avalada por el Supremo. Docenas de monjas la apoyaron en un manifiesto pese a la oposición de los obispos. "Los obispos la rechazaron porque creen que les obliga a financiar abortos y muchas monjas la apoyaron porque garantiza la cobertura de millones de personas. No hay nada más provida que esto último", dice Niedringhaus desde su caótica oficina en Network.
En el fondo hay como mínimo una diferencia de prioridades. Mientras la jerarquía ha hecho del aborto y el matrimonio gay los temas casi exclusivos de su cruzada, a las monjas parecen preocuparles cuestiones más terrenales. "No hay duda de que las religiosas han abrazado una interpretación más progresista de la misión de la Iglesia", dice el teólogo de la Universidad Católica de Washington William Dinges. "Hay conflicto sobre qué es la Iglesia, su misión y hacia dónde debe dirigirse", añade.
El camino seguido por unos y otros desde el Concilio Vaticano II ha sido el mismo, pero la dirección inversa. Mientras los obispos y su equivalente a la Conferencia Episcopal iban diluyendo su voz sindical o pacifista para centrarse en un par de asuntos, la monjas salían de los conventos para vivir en la calle, trabajando con los excluidos pero también en la academia o en las oenegés. "Pondré un ejemplo --dice Reefe--. Los obispos no se han pronunciado una sola vez sobre la crisis desde el 2008. No solo es asombroso sino escandaloso".
Involución conservadora
Reefe cree que la involución conservadora de la curia es "una estrategia premeditada del Vaticano", que desde el inicio del papado de Juan Pablo II "ha designado a obispos más conservadores". Y algunas monjas les están perdiendo el respeto. "No hay duda de que en cada diócesis manda el obispo. La pregunta es qué significa la obediencia. ¿Es obediencia al Evangelio o a la autoridad de una persona?", dice Niedringhaus. La LCWR declinó responder a las preguntas de este diario.
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