Todo lo que es el movimiento cristiano de la Liberación, es decir, teología de la Liberación, Iglesia de los pobres, comunidades de base, participación de los cristianos en los movimientos populares, todo el imaginario social y religioso de la liberación poesía, música, literatura , toda la experiencia pastoral popular acumulada durante estos años, la interminable lista de testigos de sangre que ha avalado con su martirio esta «caminata»… todo esto es inexplicable sin la experiencia espiritual que forma el patrimonio-fuente que inspira y mueve a esta nube de testigos.
Los anteriores movimientos de espiritualidad experimentaron a Dios sobre todo en el desierto (anacoretas, padres del desierto…), en la oración y el trabajo del monasterio (ora et labora, ora y trabaja), en el estudio y la oración para la predicación (contemplata aliis tradere, pasar a otros lo contemplado), en la acción apostólica (contemplativus in actione, contemplativo en la acción)…
Nosotros creemos que hoy, en fidelidad creativa a esta tradición viva, nos toca a nosotros en América Latina vivir la contemplación en la acción liberadora (contemplativus in liberatione), descodificando la realidad mezclada de gracia y pecado, de luz y sombra, de justicia y de injusticia, de violencia y paz… descubriendo en ese proceso histórico de la liberación, la presencia del Viento que sopla donde quiere, descubriendo y tratando de construir la Historia de la Salvación en la única historia, descubriendo la Salvación en la Liberación. En el llanto de un niño, o en el clamor violento de un pueblo , tratamos de «escuchar» a Dios, haciéndonos al propio oído de Dios, que escucha el clamor de su pueblo (Ex 3).
La tradición cristiana anterior nos educó bajo un modelo de oración que sólo subía, y no bajaba. Plásticamente lo sugiere el título clásico de «la subida del monte Carmelo». El elevador de la oración nos podía dejar ahí, en las nubes, inactivos. Y eso no vale. Porque Dios no necesita de nuestra oración, ni está en las nubes. Los que necesitamos de la oración somos nosotros y los hermanos, y tampoco andamos por las nubes, sino por el trabajado y conflictivo camino de la construcción del Reino. Nosotros creemos que hay que subir y bajar, y que tanto más subimos por la falda del monte del Reino cuanto más bajamos y nos sumergimos en la kénosis de la encarnación, en la pasión por la realidad y la historia…
Al hablar pues de ser «contemplativos en la liberación» hablamos de la experiencia de Dios típica de los cristianos latinoamericanos. Es el secreto, el corazón, la clave de nuestra espiritualidad. Sin captar esto no es posible entenderla; sería malinterpretada como un reduccionismo cualquiera.
La materia o contexto sobre la que hacemos la experiencia de Dios
Ya hemos dicho que la espiritualidad de la liberación se caracteriza típicamente por su «realismo», por su «pasión por la realidad», por su afán machaconamente insistente en «partir de la realidad y volver a ella» . ¿Será de extrañar que también su experiencia de Dios parta de y vuelva a la realidad? Esa es la primera novedad: la materia, el campo, el lugar a partir del cual nosotros en América Latina hacemos la experiencia de Dios no es «lo puramente espiritual», ni «lo apartado del mundo», ni el mundo intelectual de las abstracciones teológicas, sino «la realidad» más real…
Se trata de la realidad en todas sus dimensiones:
-la realidad histórica, es decir, la historia misma, percibida como ámbito de la libertad, de la responsabilidad humana, de la creatividad del ser humano, para el ejercicio de la tarea que Dios le encomendó;
-la realidad política: la construcción de la sociedad, las tensiones de la convivencia, la correlación de fuerzas, los conflictos entre los intereses de los distintos sectores; -con especial énfasis, el movimiento popular, los pobres organizados: sus estrategias, sus triunfos y sus derrotas, sus desánimos y sus esperanzas;
-la dimensión geopolítica, los esfuerzos de los pueblos por ser sujetos soberanos y libres, los imperialismos viejos y nuevos, la transnacionalización y la mundialización, la ola de neoliberalismo triunfante y la resistencia de los pobres, el reacomodo del viejo orden internacional en un mundo unipolar y el persistente esfuerzo por un nuevo orden internacional…
-los problemas diarios de nuestra vida : el deterioro del nivel de vida, la carestía, la lucha por la sobrevivencia, la amenaza de estallido social, la represión, el desempleo, la marginación, los menores abandonados, el narcotráfico, las diarias consecuencias sociales de la Deuda Externa, la sacudida de los «ajustes económicos» que los organismos financieros internacionales nos imponen, los problemas más reales y «materiales» de nuestra vida…
En esta «realidad tan real» es donde hacemos nuestra experiencia de Dios como contemplativos en la liberación. No negamos el sentido que tiene también para nosotros el «retirarse», la soledad, la «experiencia de desierto»… Pero entre nosotros se trata siempre de un apartamiento sólo metodológico, instrumental, no de contenido: nos retiramos «con la realidad a cuestas», con el corazón grávido de mundo. No nos retiramos del mundo; simplemente nos adentramos en su dimensión de profundidad, que para nosotros es religiosa.
Las mediaciones para esa experiencia de Dios
La primera mediación para la realización de esta experiencia es, lógicamente, la realidad misma. No se puede experimentar a Dios en la realidad si nos alejamos de ella. Se trata pues de estar presente en la realidad: la apertura a la realidad, la encarnación, la «inserción»… Esta es la mediación que nos proporciona la materia o el contexto sobre el que hacemos esta experiencia.
Otra gran mediación es la fe. La fe nos da una visión contemplativa de la realidad. La contemplación de la que hablamos se da a la luz de la fe. Experimentamos a Dios en medio de la realidad y de la historia, pero en la fe, por la fe. Ella es la luz que desvela presencias y dimensiones que sin ella permanecen ocultas.
Otra mediación es la Palabra de Dios en la Biblia. Dios escribió dos libros: un primer libro, el de la Vida (la creación, la realidad, la historia…), y para que pudiéramos interpretarlo escribió un segundo libro: la Biblia. Tomar la Biblia como encerrada en sí misma, cosificada, como la reserva total y autosuficiente de todos los misterios humanos y divinos, es una nueva idolatría, fanatizada. La Biblia es una mediación (peculiar, sumamente valiosa y venerable por demás) que el Señor nos ha dado para ayudarnos a discernir su Palabra viva, que nos sorprende agazapada en cualquier lugar de la historia, porque hoy Dios sigue «revelándose» y sigue pronunciando su Palabra viva. Encerrados en el libro de la Biblia no es posible ser contemplativos en la liberación. «La Biblia y el periódico» son dos columnas capitales sobre las que asentar una vida cristiana liberadoramente contemplativa.
La Biblia que es narración, historia, vivencia de un pueblo, de Jesús, de las primeras comunidades cristianas es, por eso mismo, una exposición contemplativa de la presencia de Dios actuando en el mundo. En América Latina ese carácter actuante del Dios de la Biblia se privilegia como nota esencial de la teología y de la espiritualidad de la liberación. Esta es la nueva lectura de la Biblia entre nosotros. Una relectura sumamente legítima, a nuestro entender, porque es la vuelta a la «lección» que la Biblia quiere darnos.
Esa lectura se ha salido de las manos y de los ojos de los especialistas, para hacerse proféticamente «lectura popular». Como políticamente el Pueblo latinoamericano ha conquistado en la Sociedad la voz prohibida, así en la Iglesia las comunidades latinoamericanas se han apropiado de la Biblia. «La Biblia en las manos del Pueblo» es uno de los fenómenos espirituales de más fecundo porvenir para la Iglesia de América Latina. Puede hablarse con razón de la «cultura de las comunidades eclesiales de base como una nueva cultura bíblica»: la Biblia esparcida por el día a día de la vida del Pueblo, en su oración y en sus luchas. Una vivencia y una interpretación, no escritas sistemáticamente, pero múltiplemente expresadas, en celebraciones y cánticos, poesías y dramatizaciones, visitas y fiestas, encuentros y asambleas, mantas y camisetas… «Exactamente como la Palabra de Dios misma antes de recibir su forma escrita de Biblia».
Utilizamos también como mediaciones los diferentes recursos de los que podemos echar mano para un mejor conocimiento de la realidad: los análisis sociológicos y económicos, la antropología, los análisis culturales, la psicología, la experiencia acumulada en las prácticas de educación popular, comunicación popular, metodología de reflexión/acción, métodos participativos, métodos de análisis popular de la realidad, etc. Con todo ello procuramos hacer nuestro discernimiento cristiano de la realidad.
Junto a todas estas mediaciones (unas más iluminadoras, como la Biblia, otras más analíticas, como los análisis, la teología o las diversas metodologías pastorales), la mediación que completa el cuadro es la práctica asidua de la oración misma (Lc 18, 1). La experiencia de Dios, en efecto, es una experiencia contemplativa. Por eso, la oración personal, la oración comunitaria, el espíritu de fe que hace plantearse las cosas cuasiespontáneamente desde la perspectiva de la profundidad, un habitual «estado de oración» (1 Tes 5, 16-18; Hch 17, 28), y un cierto nivel alcanzado de contemplación… son también mediaciones para nuestra experiencia de Dios en la realidad.
Nuestra experiencia tiende a conjuntar las mediaciones. Ninguna de ellas vale por sí sola. Hay que «leer los dos libros, el de la Biblia y el de la Vida». Hay que iluminarse con la Palabra de Dios, pero igualmente hay que echar mano de las mediaciones analíticas, hermenéuticas, en una actitud interdisciplinar. Hay que hundirse en la Biblia, pero también en la realidad. Hay que aplicar «un oído al Evangelio y otro al pueblo», en palabras del argentino obispo mártir Angelelli.
Contemplar… ¿desde dónde?
Lo que contemplamos en cuanto «contemplativos en la liberación» no es igualmente accesible desde cualquier lugar, bajo cualquier ángulo de visión. Análogamente a lo que ocurre en la visión espacial normal, también en las realidades del espíritu hay «perspectiva», es decir, el lugar en el que nos situamos influye en cuanto que sitúa en primer plano unos aspectos determinados, pone a un lado otros, y aleja o incluso oculta algunos. A cada punto de vista corresponde una perspectiva: «no se piensa igual desde una choza que desde un palacio».
Unos puntos de vista son mejores y otros peores. Hay puntos de vista inviables, y hay otros privilegiados. El lugar privilegiado para contemplar la historia y la Historia de la Salvación es el lugar social de los pobres. El punto de vista de los poderosos niega la Liberación. Ser contemplativo en la Liberación supone una opción por los pobres.
El mismo Señor Jesús lo dejó claramente establecido: «Te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has mostrado a los pequeñitos» (Lc 10, 21-24). Por contraposición a «sabios y entendidos» Jesús no dice «tontos» sino «pequeñitos». Los «sabios y entendidos» a los que se refiere son pues los que comparten la «sabiduría de los grandes». Frente a esta sabiduría Jesús opta por la otra, la de los pequeñitos, la única que logra entender «estas cosas», lo cual a Jesús le alegra, le hace exultar. Hay pues cosas que los pequeñitos ven, comprenden, contemplan, y a las que los grandes permanecen ciegos. ¿Cuáles son «estas cosas»?
Para Jesús, «estas cosas» no son otras que las que él mismo lleva continuamente entre manos: las preferencias del Padre, las cosas del Reino, lo relativo al anuncio de la Buena Noticia a los pobres, los anhelos de liberación de los pequeñitos, la lucha por una sociedad justa y fraterna, la construcción del Reino de Dios. En realidad es simplemente de sentido común que los poderosos, los bieninstalados, los explotadores, los grandes del sistema, no pueden entender «estas cosas». No quieren siquiera oír hablar de la Buena Noticia para los pobres. No miran las cosas desde la perspectiva de la Liberación. No quieren entrar en la dinámica del Reino: «¡Qué difícil es que un rico entre en el Reino…!» (Lc 18, 24-25).
Para acceder nosotros a la contemplación de «estas cosas» necesitamos ponernos en el lugar adecuado desde el que se dejan contemplar, en el lugar social y con la perspectiva apropiada: la de «los pequeñitos», la de los pobres.
Contemplativos «en la liberación»
Ello significa varias cosas.
Significa en primer lugar que contemplamos la realidad desde la perspectiva de la Liberación Mayor que descubre la fe, la perspectiva del Reino. La realidad sobre la que hacemos nuestra experiencia espiritual, mirada a la luz de la fe y desde la opción por los pobres (desde los «pequeñitos»), la miramos a la luz del gran proceso de la Liberación, el proceso mismo del Reino que enmarca los particulares procesos históricos de nuestros pueblos y de cada una de nuestras personas.
Significa que nuestra contemplación se da en medio de un proceso de liberación: con sus agitaciones, sus condicionamientos, sus riesgos, limitaciones y posibilidades. No se da de hecho fuera del mundo, en las nubes, en un Olimpo celestial, en la pura intimidad, en la abstracción, en la neutralidad política, en la contemplación puramente intelectual…
Significa que dentro de la realidad global nosotros enfocamos especialmente la realidad de la Liberación, es decir, los procesos liberadores de nuestros pueblos, sus luchas por construir el Mundo Nuevo, liberado.
Y significa también que contemplamos la realidad de liberación no desde fuera, sino desde dentro, «en la liberación», en la liberación misma, involucrados en ella, participando en sus luchas, asumiendo sus Causas. Contemplamos en la liberación, realizándola también, «liberando» y liberándonos.
Contemplamos liberando. Y contemplando también aportamos a la Liberación.
«Contemplativos»: qué vemos, qué contemplamos
Antiguamente se decía que el «objeto» de la contemplación eran las «cosas divinas», la misma «gloria eterna futura» ya presente anticipadamente en el alma por la Gracia. Estas «cosas divinas», tal como las describen las diferentes escuelas clásicas de ascética y mística, están de hecho muy alejadas de la realidad de este mundo. Más aún, con frecuencia se observa en esas escuelas una especie de competencia o rivalidad entre la atención dedicada a las «cosas divinas» y la dedicada a las «cosas del mundo».
Sin negar lo que haya de intuición correcta en lo que los grandes místicos y teólogos querían decir con esas expresiones, nosotros, aquí y ahora, en esta «hora» histórica tan peculiar de nuestro Continente y en cualquier hora y lugar, si se quiere superar el dualismo y la desencarnación, con toda la carga de experiencias que hemos acumulado, realizamos nuestra experiencia de Dios desde unos planteamientos y unas categorías diversos.
Para nosotros, las «cosas divinas» objeto de la contemplación mística no pueden ser otras que «estas cosas» que el Padre ha revelado a «los pequeñitos» (Lc 10, 21-24). Son «las cosas del Reino» : su avance, sus obstáculos, su anuncio, su construcción, la comunicación de la Buena Noticia que libera a los pobres, la acción del Espíritu que excita los anhelos de libertad y subleva a los pobres hacia su dignidad de hijos y de hermanos, la deseada llegada del Reino…
Son ciertamente «cosas divinas», pero no por referencia a un Dios cualquiera, sino en referencia al Dios-del-Reino, al Dios que tiene un proyecto sobre la Historia y nos ha llamado a contemplarlo realizándolo. Es decir, son las «cosas divinas» del Dios de Jesús.
Con los mártires, los testigos, los militantes de todo el Continente comprometidos radicalmente hasta la muerte por «estas cosas», por la Causa del Reino, nosotros testimoniamos nuestra experiencia de Dios cuando decimos que sentimos estar colaborando con el Señor…
…en la creación inacabada, tratando de continuarla y perfeccionarla;
…en la cosmogénesis, biogénesis, noogénesis, cristogénesis ;
…en la construcción del proyecto histórico de Dios sobre el mundo, la utopía de su Reino ;
…en tareas liberadoras de la opresión, plenamente humanizantes, redentoras de la humanidad, constructoras del Mundo Nuevo, que completan lo que falta a la pasión de Cristo (Col 1, 24),
…en la prosecución de la Causa de Jesús ;
…en el cambio social ;
…en el discernimiento de los signos de los tiempos para encontrar las huellas del Reino que crece entre nosotros;
Con un lenguaje más teológico diríamos que el hecho de ser «contemplativos en la liberación» nos hace experimentar a Dios en la realidad,
contemplar los avances de su Reino en nuestra historia,
«sentir» la trascendencia en la inmanencia,
descubrir la Historia de la Salvación en la Historia única,
discernir la Salvación escatológica construyéndose en la Historia,
captar la «geopolítica de Dios» tras la evolución de las coyunturas históricas…
Esta contemplación carga nuestra vida con un profundo sentido de responsabilidad, en cuanto que nos hace saber que está entretejida de responsabilidades divinas . Configuramos atómica pero realmente el mundo futuro . Sabemos que en nuestras luchas históricas, al hacer que el Reino avance, estamos gestando ya el Nuevo Mundo, estamos configurando concretamente el futuro absoluto que esperamos, el cielo …
Por eso, podemos amar este mundo , esta tierra, esta historia, porque no es para nosotros un simple escenario de cartón destinado al fuego una vez que en él concluya la representación del «gran teatro del mundo», ni es un material vano sobre el que realizar una prueba o un examen que una vez aprobado será premiado con una salvación que nada tendría que ver con nuestra realidad actual (heterosalvación). Podemos amar esta tierra y esta trabajosa historia humana porque es el Cuerpo de Aquel que es y que era, que vino y que viene, al que seguimos esperando bajo los velos de la carne. Y porque en ella y en su inmanencia crece el Reino trascendente que llevamos entre manos.
Para nosotros no es indiferente el curso de la historia. Porque aunque en la fe sintamos como cierto el triunfo final, lo sabemos sometido históricamente al combate de sus enemigos, y estamos entregando la vida en la tarea de acelerarlo.
Amamos esta tierra y esta historia porque es para nosotros la única mediación posible de encuentro con el Señor y su Reino. El deseo de Dios y de su Reino no nos hace apartarnos de este mundo, ni de los avatares históricos. Porque no tenemos otra forma de construir eternidad que en la historia. «La tierra es el único camino para ir al cielo» . Nadie nos puede acusar de ser desertores , de evadirnos, de no comprometernos, de no amar locamente el triunfo de la Causa de la Persona Humana, la Causa de los pobres, que es la Causa de Jesús, que es la misma Causa de Dios.
Por eso sabemos que esto que estamos viviendo, nuestras luchas por el amor y por la paz, por la libertad y la justicia, por construir un mundo mejor y sin opresión, es decir, «los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad, en una palabra, todos los frutos excelentes tanto de la naturaleza como de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el Reino eterno y universal, Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz. El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra. Cuando venga el Señor se consumará su perfección» . Sabemos que esto que contemplamos en la Liberación bajo el signo de la fugacidad y la debilidad, lo volveremos a encontrar. «Que toda la ruta es puerto y el tiempo es eternidad…»
«La consumación que esperamos ya comenzó en Cristo, es impulsada por el Espíritu Santo y por él continúa… La plenitud de los tiempos ha llegado a nosotros (1 Cor 10,11) y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y se anticipa ya en este mundo… Pero mientras no terminen de llegar los nuevos cielos y la nueva tierra donde mora la justicia (2 Pe 3, 13), y aunque poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior (Rom 8, 23) y ansiamos estar con Cristo (Fil 1, 23), en medio de este mundo que gime con dolores de parto en la esperanza de ser liberado del destino de muerte que pesa sobre él y aguardando la manifestación de la libertad y la gloria de los hijos de Dios (Rom 8, 19-22)» .
Nos sentimos presentes (¡y muy presentes!) en la inmanencia y en la trascendencia, simultáneamente, y sin conflicto, aunque sí con una gran tensión en el corazón. Tenemos sentimientos encontrados en nuestro interior. Si por una parte amamos tan apasionadamente esta tierra y su historia, por otra nos sentimos peregrinos y forasteros (Heb 11, 13), ciudadanos del cielo (Fil 2, 30) y a la vez desterrados lejos del Señor (2 Cor 5, 6); llevamos en nosotros la imagen de este siglo que pasa (1 Cor 7, 31) y a la vez miramos las cosas sub especie aeternitatis; por la Patria Grande caminamos hacia la Patria Mayor (Heb 11, 14-16), corresucitados (Col 3, 1), sabiendo que todavía no se ha manifestado lo que seremos (1 Jn 3, 2; 2 Cor 5, 6).
Cuanto más encarnadamente históricos, más ansiosamente escatológicos nos sentimos . Cuanto más buscamos la trascendencia, más la encontramos en la inmanencia. Porque el Reino de Dios no es otro mundo, sino este mismo, aunque «totalmente otro» …Por eso seguimos gritando el grito más verdadero que se ha proclamado en este mundo: ¡Que venga tu Reino! (Lc 11, 2; Mt 6, 10). ¡Que pase este mundo y que venga tu Reino! ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 20).
No contemplamos parajes celestiales , sino que tratamos de escuchar el grito de Dios en el grito de la realidad. Tratamos de contemplarlo en la zarza ardiendo del proceso de Liberación, en el que escuchamos la Palabra que nos envía como a Moisés para liberar a nuestro pueblo. Tratamos de escucharlo obedientemente, con «ob audientia». La contemplación de la liberación es siempre un llamado a un renovado compromiso con la realidad.
Apéndice: El análisis de la realidad como forma de contemplación
La pasión por la realidad, por partir siempre de ella y analizarla lo más a fondo posible, responde a una voluntad firme de conocer la verdad y ser fieles a ella. Es un esfuerzo por ser realistas, honrados, veraces. Por aceptar la luz que Dios nos dio y colaborar con El responsablemente tratando de hacer más luz, de ser hijos del día, nacidos de la luz (1 Tes 5, 5). Tener miedo al análisis o renunciar a él significaría tener interés en ocultar malas obras o amar más las tinieblas que la luz (Jn 3, 19).
No conocer bien la realidad que vivimos o no emplear buen método para conocerla nos dificultaría conocer la voluntad real de Dios sobre nosotros. «Un error acerca del mundo redunda en error acerca de Dios».
Mediante los instrumentos de análisis descubrimos los dinamismos internos de pecado y de muerte presentes en las situaciones que vivimos. Nos hacemos cargo de la realidad, del pecado personal y del pecado social. Nos capacitamos para mejor descubrir los caminos que llevan a su superación, pasando por la conversión y el compromiso transformador. El análisis nos ayuda a descubrir dimensiones de nuestra liberación y de la Salvación, la presencia de la Gracia. Descodificamos las claves de su presencia en nuestra historia.
El análisis nos ayuda también a analizarnos a nosotros mismos, como personas, como comunidad, como Iglesia… Descubrimos que una cosa son nuestras intenciones y otra a veces muy otra la lógica de los efectos sociales de nuestras actuaciones . Estos análisis resultan a veces especialmente dolorosos para nosotros mismos los cristianos, cuando analizando nuestro pasado o incluso nuestro presente nos descubrimos realizando más o menos inconscientemente papeles sociales enteramente contrarios al evangelio que queremos predicar: por ejemplo cuando los cristianos hemos legitimado la conquista y el genocidio, hemos justificado dictaduras, hemos bendecido sistemas de opresión, nos hemos alineado con las metrópolis contra las colonias, acallamos el grito de protesta de los pobres contra sus explotadores, nos dejamos pagar por los latifundistas y hacendados benefactores, explotamos a los pobres desde la religión, o hacemos de hecho en nombre de Jesús las cosas a las que más enérgicamente se opuso El en su vida …
El «análisis social», con este nombre, es una realidad moderna. Pero su realidad profunda es muy antigua. También Jesús hacía un análisis psicológico y social muy profundo de su propia sociedad y de los deferentes grupos que la componían, aunque, lógicamente, no pensaba con las categorías socioanalíticas modernas.
El Concilio Vaticano II exhortó claramente a caminar en este espíritu, al decir que «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del evangelio» (GS 4), vivir a fondo los gozos y las esperanzas de los hombres de hoy, especialmente de los más pobres (GS 1), «auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo» (GS 44), «discernir en los acontecimientos los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios» (GS 11), «reconocer y emplear suficientemente en el trabajo pastoral no sólo los principios teológicos, sino también los descubrimientos de las ciencias profanas, sobre todo en psicología y en sociología, llevando así a los fieles a una más pura y madura vida de fe» (GS 62)…
En nuestra espiritualidad, la actitud de análisis social no es una actitud fríamente intelectual o sociologista. Es todo un espíritu lo que late debajo de esta actitud. Es el espíritu del amor y de la compasión por los hermanos oprimidos el que nos lleva a procurar liberarnos más profundamente. Es el cumplimiento del Evangelio que nos exige el análisis de los signos de los tiempos (Mt 16, 1-4; Lc 12, 54-56). Es la pasión por la Verdad que nos hará libres (Jn 8, 32). Con el análisis tratamos de «encarnarnos en la realidad», de «amar eficazmente», de ser «inteligentemente compasivos», de «leer en la interioridad» de la realidad opaca de la injusticia, para poder combatirla más y mejor. La verdadera compasión pide inteligencia y eficacia. La teología, el análisis social y la misma sociología, puestas al servicio de la liberación y del anuncio del Reino, y dentro de su espíritu, se convierten en «intellectus amoris» .
Visto desde la fe cristiana, el análisis de la realidad es, también, en todo caso, un don de Dios que ilumina los ojos del corazón para captar el caudal divino que se juega en el río del proceso de la realidad. Por eso pedimos con el Apóstol: «que El les ilumine la mirada interior, para que vean lo que esperamos a raíz del llamado de Dios, y entiendan la herencia grande y gloriosa que Dios reserva a sus santos, y comprendan con qué extraordinaria fuerza actúa en favor de los que hemos creído» (Ef 1, 18). Porque la Realidad y su Historia son para nosotros algo más que ellas mismas.
«Con la nazarena María, también nosotros proclamamos la grandeza del Señor, porque mira la humillación de sus pobres, asume la defensa de los oprimidos, derriba del trono a los poderosos y lucha con nosotros para librarnos de la mano de nuestros enemigos. Algo de la utopía del reino se realiza históricamente cuando avanza el proyecto de paz de los pobres, cuando son removidos los obstáculos que les impiden vivir dignamente. Algo de divino tiene el luchar por los derechos de los pobres, que son derechos de Dios. Sentimos proclamada la grandeza y la gloria de Dios cuando los pobres tienen acceso a la vida en abundancia y a la paz, cuando luchan como pueblo por construir el Reino en la historia…
«La fe nos dice que la historia del Dios encarnado camina en la historia de los hombres, que la historia de la salvación es la historia de nuestra Liberación total. Por eso, aunque hay que distinguir cuidadosamente entre progreso temporal y crecimiento del Reino de Dios, sin embargo, tanto el progreso temporal como el progreso de los procesos de liberación interesan grandemente al Reino de Dios. Igual que Israel cuando fue liberado de la opresión de Egipto, así nosotros no podemos dejar de experimentar el paso salvador del Señor cuando pasamos a condiciones de vida más humanas, cuando la Paz y la Vida se acercan a nuestro encuentro, cuando damos un paso -por pequeño que sea- hacia la Liberación total.
«No identificamos la liberación histórica con la salvación escatológica, pero tampoco las separamos indebidamente. Ni las separamos ni las confundimos. Hay una presencia de Reino misteriosa, objeto de fe en el avance del proceso de Liberación del Pueblo, aunque este proceso tenga su autonomía y su metodología propias. Todo el derroche de esperanza y de generosidad de nuestros Pueblos no es algo que pueda perderse en el abismo de la muerte, sino que está escrito con letras de sangre en el Libro de la Vida y pertenece al Reino definitivo que misteriosamente crece ya y triunfa día a día en nuestra historia camino de su plenitud final.»
Los anteriores movimientos de espiritualidad experimentaron a Dios sobre todo en el desierto (anacoretas, padres del desierto…), en la oración y el trabajo del monasterio (ora et labora, ora y trabaja), en el estudio y la oración para la predicación (contemplata aliis tradere, pasar a otros lo contemplado), en la acción apostólica (contemplativus in actione, contemplativo en la acción)…
Nosotros creemos que hoy, en fidelidad creativa a esta tradición viva, nos toca a nosotros en América Latina vivir la contemplación en la acción liberadora (contemplativus in liberatione), descodificando la realidad mezclada de gracia y pecado, de luz y sombra, de justicia y de injusticia, de violencia y paz… descubriendo en ese proceso histórico de la liberación, la presencia del Viento que sopla donde quiere, descubriendo y tratando de construir la Historia de la Salvación en la única historia, descubriendo la Salvación en la Liberación. En el llanto de un niño, o en el clamor violento de un pueblo , tratamos de «escuchar» a Dios, haciéndonos al propio oído de Dios, que escucha el clamor de su pueblo (Ex 3).
La tradición cristiana anterior nos educó bajo un modelo de oración que sólo subía, y no bajaba. Plásticamente lo sugiere el título clásico de «la subida del monte Carmelo». El elevador de la oración nos podía dejar ahí, en las nubes, inactivos. Y eso no vale. Porque Dios no necesita de nuestra oración, ni está en las nubes. Los que necesitamos de la oración somos nosotros y los hermanos, y tampoco andamos por las nubes, sino por el trabajado y conflictivo camino de la construcción del Reino. Nosotros creemos que hay que subir y bajar, y que tanto más subimos por la falda del monte del Reino cuanto más bajamos y nos sumergimos en la kénosis de la encarnación, en la pasión por la realidad y la historia…
Al hablar pues de ser «contemplativos en la liberación» hablamos de la experiencia de Dios típica de los cristianos latinoamericanos. Es el secreto, el corazón, la clave de nuestra espiritualidad. Sin captar esto no es posible entenderla; sería malinterpretada como un reduccionismo cualquiera.
La materia o contexto sobre la que hacemos la experiencia de Dios
Ya hemos dicho que la espiritualidad de la liberación se caracteriza típicamente por su «realismo», por su «pasión por la realidad», por su afán machaconamente insistente en «partir de la realidad y volver a ella» . ¿Será de extrañar que también su experiencia de Dios parta de y vuelva a la realidad? Esa es la primera novedad: la materia, el campo, el lugar a partir del cual nosotros en América Latina hacemos la experiencia de Dios no es «lo puramente espiritual», ni «lo apartado del mundo», ni el mundo intelectual de las abstracciones teológicas, sino «la realidad» más real…
Se trata de la realidad en todas sus dimensiones:
-la realidad histórica, es decir, la historia misma, percibida como ámbito de la libertad, de la responsabilidad humana, de la creatividad del ser humano, para el ejercicio de la tarea que Dios le encomendó;
-la realidad política: la construcción de la sociedad, las tensiones de la convivencia, la correlación de fuerzas, los conflictos entre los intereses de los distintos sectores; -con especial énfasis, el movimiento popular, los pobres organizados: sus estrategias, sus triunfos y sus derrotas, sus desánimos y sus esperanzas;
-la dimensión geopolítica, los esfuerzos de los pueblos por ser sujetos soberanos y libres, los imperialismos viejos y nuevos, la transnacionalización y la mundialización, la ola de neoliberalismo triunfante y la resistencia de los pobres, el reacomodo del viejo orden internacional en un mundo unipolar y el persistente esfuerzo por un nuevo orden internacional…
-los problemas diarios de nuestra vida : el deterioro del nivel de vida, la carestía, la lucha por la sobrevivencia, la amenaza de estallido social, la represión, el desempleo, la marginación, los menores abandonados, el narcotráfico, las diarias consecuencias sociales de la Deuda Externa, la sacudida de los «ajustes económicos» que los organismos financieros internacionales nos imponen, los problemas más reales y «materiales» de nuestra vida…
En esta «realidad tan real» es donde hacemos nuestra experiencia de Dios como contemplativos en la liberación. No negamos el sentido que tiene también para nosotros el «retirarse», la soledad, la «experiencia de desierto»… Pero entre nosotros se trata siempre de un apartamiento sólo metodológico, instrumental, no de contenido: nos retiramos «con la realidad a cuestas», con el corazón grávido de mundo. No nos retiramos del mundo; simplemente nos adentramos en su dimensión de profundidad, que para nosotros es religiosa.
Las mediaciones para esa experiencia de Dios
La primera mediación para la realización de esta experiencia es, lógicamente, la realidad misma. No se puede experimentar a Dios en la realidad si nos alejamos de ella. Se trata pues de estar presente en la realidad: la apertura a la realidad, la encarnación, la «inserción»… Esta es la mediación que nos proporciona la materia o el contexto sobre el que hacemos esta experiencia.
Otra gran mediación es la fe. La fe nos da una visión contemplativa de la realidad. La contemplación de la que hablamos se da a la luz de la fe. Experimentamos a Dios en medio de la realidad y de la historia, pero en la fe, por la fe. Ella es la luz que desvela presencias y dimensiones que sin ella permanecen ocultas.
Otra mediación es la Palabra de Dios en la Biblia. Dios escribió dos libros: un primer libro, el de la Vida (la creación, la realidad, la historia…), y para que pudiéramos interpretarlo escribió un segundo libro: la Biblia. Tomar la Biblia como encerrada en sí misma, cosificada, como la reserva total y autosuficiente de todos los misterios humanos y divinos, es una nueva idolatría, fanatizada. La Biblia es una mediación (peculiar, sumamente valiosa y venerable por demás) que el Señor nos ha dado para ayudarnos a discernir su Palabra viva, que nos sorprende agazapada en cualquier lugar de la historia, porque hoy Dios sigue «revelándose» y sigue pronunciando su Palabra viva. Encerrados en el libro de la Biblia no es posible ser contemplativos en la liberación. «La Biblia y el periódico» son dos columnas capitales sobre las que asentar una vida cristiana liberadoramente contemplativa.
La Biblia que es narración, historia, vivencia de un pueblo, de Jesús, de las primeras comunidades cristianas es, por eso mismo, una exposición contemplativa de la presencia de Dios actuando en el mundo. En América Latina ese carácter actuante del Dios de la Biblia se privilegia como nota esencial de la teología y de la espiritualidad de la liberación. Esta es la nueva lectura de la Biblia entre nosotros. Una relectura sumamente legítima, a nuestro entender, porque es la vuelta a la «lección» que la Biblia quiere darnos.
Esa lectura se ha salido de las manos y de los ojos de los especialistas, para hacerse proféticamente «lectura popular». Como políticamente el Pueblo latinoamericano ha conquistado en la Sociedad la voz prohibida, así en la Iglesia las comunidades latinoamericanas se han apropiado de la Biblia. «La Biblia en las manos del Pueblo» es uno de los fenómenos espirituales de más fecundo porvenir para la Iglesia de América Latina. Puede hablarse con razón de la «cultura de las comunidades eclesiales de base como una nueva cultura bíblica»: la Biblia esparcida por el día a día de la vida del Pueblo, en su oración y en sus luchas. Una vivencia y una interpretación, no escritas sistemáticamente, pero múltiplemente expresadas, en celebraciones y cánticos, poesías y dramatizaciones, visitas y fiestas, encuentros y asambleas, mantas y camisetas… «Exactamente como la Palabra de Dios misma antes de recibir su forma escrita de Biblia».
Utilizamos también como mediaciones los diferentes recursos de los que podemos echar mano para un mejor conocimiento de la realidad: los análisis sociológicos y económicos, la antropología, los análisis culturales, la psicología, la experiencia acumulada en las prácticas de educación popular, comunicación popular, metodología de reflexión/acción, métodos participativos, métodos de análisis popular de la realidad, etc. Con todo ello procuramos hacer nuestro discernimiento cristiano de la realidad.
Junto a todas estas mediaciones (unas más iluminadoras, como la Biblia, otras más analíticas, como los análisis, la teología o las diversas metodologías pastorales), la mediación que completa el cuadro es la práctica asidua de la oración misma (Lc 18, 1). La experiencia de Dios, en efecto, es una experiencia contemplativa. Por eso, la oración personal, la oración comunitaria, el espíritu de fe que hace plantearse las cosas cuasiespontáneamente desde la perspectiva de la profundidad, un habitual «estado de oración» (1 Tes 5, 16-18; Hch 17, 28), y un cierto nivel alcanzado de contemplación… son también mediaciones para nuestra experiencia de Dios en la realidad.
Nuestra experiencia tiende a conjuntar las mediaciones. Ninguna de ellas vale por sí sola. Hay que «leer los dos libros, el de la Biblia y el de la Vida». Hay que iluminarse con la Palabra de Dios, pero igualmente hay que echar mano de las mediaciones analíticas, hermenéuticas, en una actitud interdisciplinar. Hay que hundirse en la Biblia, pero también en la realidad. Hay que aplicar «un oído al Evangelio y otro al pueblo», en palabras del argentino obispo mártir Angelelli.
Contemplar… ¿desde dónde?
Lo que contemplamos en cuanto «contemplativos en la liberación» no es igualmente accesible desde cualquier lugar, bajo cualquier ángulo de visión. Análogamente a lo que ocurre en la visión espacial normal, también en las realidades del espíritu hay «perspectiva», es decir, el lugar en el que nos situamos influye en cuanto que sitúa en primer plano unos aspectos determinados, pone a un lado otros, y aleja o incluso oculta algunos. A cada punto de vista corresponde una perspectiva: «no se piensa igual desde una choza que desde un palacio».
Unos puntos de vista son mejores y otros peores. Hay puntos de vista inviables, y hay otros privilegiados. El lugar privilegiado para contemplar la historia y la Historia de la Salvación es el lugar social de los pobres. El punto de vista de los poderosos niega la Liberación. Ser contemplativo en la Liberación supone una opción por los pobres.
El mismo Señor Jesús lo dejó claramente establecido: «Te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has mostrado a los pequeñitos» (Lc 10, 21-24). Por contraposición a «sabios y entendidos» Jesús no dice «tontos» sino «pequeñitos». Los «sabios y entendidos» a los que se refiere son pues los que comparten la «sabiduría de los grandes». Frente a esta sabiduría Jesús opta por la otra, la de los pequeñitos, la única que logra entender «estas cosas», lo cual a Jesús le alegra, le hace exultar. Hay pues cosas que los pequeñitos ven, comprenden, contemplan, y a las que los grandes permanecen ciegos. ¿Cuáles son «estas cosas»?
Para Jesús, «estas cosas» no son otras que las que él mismo lleva continuamente entre manos: las preferencias del Padre, las cosas del Reino, lo relativo al anuncio de la Buena Noticia a los pobres, los anhelos de liberación de los pequeñitos, la lucha por una sociedad justa y fraterna, la construcción del Reino de Dios. En realidad es simplemente de sentido común que los poderosos, los bieninstalados, los explotadores, los grandes del sistema, no pueden entender «estas cosas». No quieren siquiera oír hablar de la Buena Noticia para los pobres. No miran las cosas desde la perspectiva de la Liberación. No quieren entrar en la dinámica del Reino: «¡Qué difícil es que un rico entre en el Reino…!» (Lc 18, 24-25).
Para acceder nosotros a la contemplación de «estas cosas» necesitamos ponernos en el lugar adecuado desde el que se dejan contemplar, en el lugar social y con la perspectiva apropiada: la de «los pequeñitos», la de los pobres.
Contemplativos «en la liberación»
Ello significa varias cosas.
Significa en primer lugar que contemplamos la realidad desde la perspectiva de la Liberación Mayor que descubre la fe, la perspectiva del Reino. La realidad sobre la que hacemos nuestra experiencia espiritual, mirada a la luz de la fe y desde la opción por los pobres (desde los «pequeñitos»), la miramos a la luz del gran proceso de la Liberación, el proceso mismo del Reino que enmarca los particulares procesos históricos de nuestros pueblos y de cada una de nuestras personas.
Significa que nuestra contemplación se da en medio de un proceso de liberación: con sus agitaciones, sus condicionamientos, sus riesgos, limitaciones y posibilidades. No se da de hecho fuera del mundo, en las nubes, en un Olimpo celestial, en la pura intimidad, en la abstracción, en la neutralidad política, en la contemplación puramente intelectual…
Significa que dentro de la realidad global nosotros enfocamos especialmente la realidad de la Liberación, es decir, los procesos liberadores de nuestros pueblos, sus luchas por construir el Mundo Nuevo, liberado.
Y significa también que contemplamos la realidad de liberación no desde fuera, sino desde dentro, «en la liberación», en la liberación misma, involucrados en ella, participando en sus luchas, asumiendo sus Causas. Contemplamos en la liberación, realizándola también, «liberando» y liberándonos.
Contemplamos liberando. Y contemplando también aportamos a la Liberación.
«Contemplativos»: qué vemos, qué contemplamos
Antiguamente se decía que el «objeto» de la contemplación eran las «cosas divinas», la misma «gloria eterna futura» ya presente anticipadamente en el alma por la Gracia. Estas «cosas divinas», tal como las describen las diferentes escuelas clásicas de ascética y mística, están de hecho muy alejadas de la realidad de este mundo. Más aún, con frecuencia se observa en esas escuelas una especie de competencia o rivalidad entre la atención dedicada a las «cosas divinas» y la dedicada a las «cosas del mundo».
Sin negar lo que haya de intuición correcta en lo que los grandes místicos y teólogos querían decir con esas expresiones, nosotros, aquí y ahora, en esta «hora» histórica tan peculiar de nuestro Continente y en cualquier hora y lugar, si se quiere superar el dualismo y la desencarnación, con toda la carga de experiencias que hemos acumulado, realizamos nuestra experiencia de Dios desde unos planteamientos y unas categorías diversos.
Para nosotros, las «cosas divinas» objeto de la contemplación mística no pueden ser otras que «estas cosas» que el Padre ha revelado a «los pequeñitos» (Lc 10, 21-24). Son «las cosas del Reino» : su avance, sus obstáculos, su anuncio, su construcción, la comunicación de la Buena Noticia que libera a los pobres, la acción del Espíritu que excita los anhelos de libertad y subleva a los pobres hacia su dignidad de hijos y de hermanos, la deseada llegada del Reino…
Son ciertamente «cosas divinas», pero no por referencia a un Dios cualquiera, sino en referencia al Dios-del-Reino, al Dios que tiene un proyecto sobre la Historia y nos ha llamado a contemplarlo realizándolo. Es decir, son las «cosas divinas» del Dios de Jesús.
Con los mártires, los testigos, los militantes de todo el Continente comprometidos radicalmente hasta la muerte por «estas cosas», por la Causa del Reino, nosotros testimoniamos nuestra experiencia de Dios cuando decimos que sentimos estar colaborando con el Señor…
…en la creación inacabada, tratando de continuarla y perfeccionarla;
…en la cosmogénesis, biogénesis, noogénesis, cristogénesis ;
…en la construcción del proyecto histórico de Dios sobre el mundo, la utopía de su Reino ;
…en tareas liberadoras de la opresión, plenamente humanizantes, redentoras de la humanidad, constructoras del Mundo Nuevo, que completan lo que falta a la pasión de Cristo (Col 1, 24),
…en la prosecución de la Causa de Jesús ;
…en el cambio social ;
…en el discernimiento de los signos de los tiempos para encontrar las huellas del Reino que crece entre nosotros;
Con un lenguaje más teológico diríamos que el hecho de ser «contemplativos en la liberación» nos hace experimentar a Dios en la realidad,
contemplar los avances de su Reino en nuestra historia,
«sentir» la trascendencia en la inmanencia,
descubrir la Historia de la Salvación en la Historia única,
discernir la Salvación escatológica construyéndose en la Historia,
captar la «geopolítica de Dios» tras la evolución de las coyunturas históricas…
Esta contemplación carga nuestra vida con un profundo sentido de responsabilidad, en cuanto que nos hace saber que está entretejida de responsabilidades divinas . Configuramos atómica pero realmente el mundo futuro . Sabemos que en nuestras luchas históricas, al hacer que el Reino avance, estamos gestando ya el Nuevo Mundo, estamos configurando concretamente el futuro absoluto que esperamos, el cielo …
Por eso, podemos amar este mundo , esta tierra, esta historia, porque no es para nosotros un simple escenario de cartón destinado al fuego una vez que en él concluya la representación del «gran teatro del mundo», ni es un material vano sobre el que realizar una prueba o un examen que una vez aprobado será premiado con una salvación que nada tendría que ver con nuestra realidad actual (heterosalvación). Podemos amar esta tierra y esta trabajosa historia humana porque es el Cuerpo de Aquel que es y que era, que vino y que viene, al que seguimos esperando bajo los velos de la carne. Y porque en ella y en su inmanencia crece el Reino trascendente que llevamos entre manos.
Para nosotros no es indiferente el curso de la historia. Porque aunque en la fe sintamos como cierto el triunfo final, lo sabemos sometido históricamente al combate de sus enemigos, y estamos entregando la vida en la tarea de acelerarlo.
Amamos esta tierra y esta historia porque es para nosotros la única mediación posible de encuentro con el Señor y su Reino. El deseo de Dios y de su Reino no nos hace apartarnos de este mundo, ni de los avatares históricos. Porque no tenemos otra forma de construir eternidad que en la historia. «La tierra es el único camino para ir al cielo» . Nadie nos puede acusar de ser desertores , de evadirnos, de no comprometernos, de no amar locamente el triunfo de la Causa de la Persona Humana, la Causa de los pobres, que es la Causa de Jesús, que es la misma Causa de Dios.
Por eso sabemos que esto que estamos viviendo, nuestras luchas por el amor y por la paz, por la libertad y la justicia, por construir un mundo mejor y sin opresión, es decir, «los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad, en una palabra, todos los frutos excelentes tanto de la naturaleza como de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el Reino eterno y universal, Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz. El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra. Cuando venga el Señor se consumará su perfección» . Sabemos que esto que contemplamos en la Liberación bajo el signo de la fugacidad y la debilidad, lo volveremos a encontrar. «Que toda la ruta es puerto y el tiempo es eternidad…»
«La consumación que esperamos ya comenzó en Cristo, es impulsada por el Espíritu Santo y por él continúa… La plenitud de los tiempos ha llegado a nosotros (1 Cor 10,11) y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y se anticipa ya en este mundo… Pero mientras no terminen de llegar los nuevos cielos y la nueva tierra donde mora la justicia (2 Pe 3, 13), y aunque poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior (Rom 8, 23) y ansiamos estar con Cristo (Fil 1, 23), en medio de este mundo que gime con dolores de parto en la esperanza de ser liberado del destino de muerte que pesa sobre él y aguardando la manifestación de la libertad y la gloria de los hijos de Dios (Rom 8, 19-22)» .
Nos sentimos presentes (¡y muy presentes!) en la inmanencia y en la trascendencia, simultáneamente, y sin conflicto, aunque sí con una gran tensión en el corazón. Tenemos sentimientos encontrados en nuestro interior. Si por una parte amamos tan apasionadamente esta tierra y su historia, por otra nos sentimos peregrinos y forasteros (Heb 11, 13), ciudadanos del cielo (Fil 2, 30) y a la vez desterrados lejos del Señor (2 Cor 5, 6); llevamos en nosotros la imagen de este siglo que pasa (1 Cor 7, 31) y a la vez miramos las cosas sub especie aeternitatis; por la Patria Grande caminamos hacia la Patria Mayor (Heb 11, 14-16), corresucitados (Col 3, 1), sabiendo que todavía no se ha manifestado lo que seremos (1 Jn 3, 2; 2 Cor 5, 6).
Cuanto más encarnadamente históricos, más ansiosamente escatológicos nos sentimos . Cuanto más buscamos la trascendencia, más la encontramos en la inmanencia. Porque el Reino de Dios no es otro mundo, sino este mismo, aunque «totalmente otro» …Por eso seguimos gritando el grito más verdadero que se ha proclamado en este mundo: ¡Que venga tu Reino! (Lc 11, 2; Mt 6, 10). ¡Que pase este mundo y que venga tu Reino! ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 20).
No contemplamos parajes celestiales , sino que tratamos de escuchar el grito de Dios en el grito de la realidad. Tratamos de contemplarlo en la zarza ardiendo del proceso de Liberación, en el que escuchamos la Palabra que nos envía como a Moisés para liberar a nuestro pueblo. Tratamos de escucharlo obedientemente, con «ob audientia». La contemplación de la liberación es siempre un llamado a un renovado compromiso con la realidad.
Apéndice: El análisis de la realidad como forma de contemplación
La pasión por la realidad, por partir siempre de ella y analizarla lo más a fondo posible, responde a una voluntad firme de conocer la verdad y ser fieles a ella. Es un esfuerzo por ser realistas, honrados, veraces. Por aceptar la luz que Dios nos dio y colaborar con El responsablemente tratando de hacer más luz, de ser hijos del día, nacidos de la luz (1 Tes 5, 5). Tener miedo al análisis o renunciar a él significaría tener interés en ocultar malas obras o amar más las tinieblas que la luz (Jn 3, 19).
No conocer bien la realidad que vivimos o no emplear buen método para conocerla nos dificultaría conocer la voluntad real de Dios sobre nosotros. «Un error acerca del mundo redunda en error acerca de Dios».
Mediante los instrumentos de análisis descubrimos los dinamismos internos de pecado y de muerte presentes en las situaciones que vivimos. Nos hacemos cargo de la realidad, del pecado personal y del pecado social. Nos capacitamos para mejor descubrir los caminos que llevan a su superación, pasando por la conversión y el compromiso transformador. El análisis nos ayuda a descubrir dimensiones de nuestra liberación y de la Salvación, la presencia de la Gracia. Descodificamos las claves de su presencia en nuestra historia.
El análisis nos ayuda también a analizarnos a nosotros mismos, como personas, como comunidad, como Iglesia… Descubrimos que una cosa son nuestras intenciones y otra a veces muy otra la lógica de los efectos sociales de nuestras actuaciones . Estos análisis resultan a veces especialmente dolorosos para nosotros mismos los cristianos, cuando analizando nuestro pasado o incluso nuestro presente nos descubrimos realizando más o menos inconscientemente papeles sociales enteramente contrarios al evangelio que queremos predicar: por ejemplo cuando los cristianos hemos legitimado la conquista y el genocidio, hemos justificado dictaduras, hemos bendecido sistemas de opresión, nos hemos alineado con las metrópolis contra las colonias, acallamos el grito de protesta de los pobres contra sus explotadores, nos dejamos pagar por los latifundistas y hacendados benefactores, explotamos a los pobres desde la religión, o hacemos de hecho en nombre de Jesús las cosas a las que más enérgicamente se opuso El en su vida …
El «análisis social», con este nombre, es una realidad moderna. Pero su realidad profunda es muy antigua. También Jesús hacía un análisis psicológico y social muy profundo de su propia sociedad y de los deferentes grupos que la componían, aunque, lógicamente, no pensaba con las categorías socioanalíticas modernas.
El Concilio Vaticano II exhortó claramente a caminar en este espíritu, al decir que «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del evangelio» (GS 4), vivir a fondo los gozos y las esperanzas de los hombres de hoy, especialmente de los más pobres (GS 1), «auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo» (GS 44), «discernir en los acontecimientos los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios» (GS 11), «reconocer y emplear suficientemente en el trabajo pastoral no sólo los principios teológicos, sino también los descubrimientos de las ciencias profanas, sobre todo en psicología y en sociología, llevando así a los fieles a una más pura y madura vida de fe» (GS 62)…
En nuestra espiritualidad, la actitud de análisis social no es una actitud fríamente intelectual o sociologista. Es todo un espíritu lo que late debajo de esta actitud. Es el espíritu del amor y de la compasión por los hermanos oprimidos el que nos lleva a procurar liberarnos más profundamente. Es el cumplimiento del Evangelio que nos exige el análisis de los signos de los tiempos (Mt 16, 1-4; Lc 12, 54-56). Es la pasión por la Verdad que nos hará libres (Jn 8, 32). Con el análisis tratamos de «encarnarnos en la realidad», de «amar eficazmente», de ser «inteligentemente compasivos», de «leer en la interioridad» de la realidad opaca de la injusticia, para poder combatirla más y mejor. La verdadera compasión pide inteligencia y eficacia. La teología, el análisis social y la misma sociología, puestas al servicio de la liberación y del anuncio del Reino, y dentro de su espíritu, se convierten en «intellectus amoris» .
Visto desde la fe cristiana, el análisis de la realidad es, también, en todo caso, un don de Dios que ilumina los ojos del corazón para captar el caudal divino que se juega en el río del proceso de la realidad. Por eso pedimos con el Apóstol: «que El les ilumine la mirada interior, para que vean lo que esperamos a raíz del llamado de Dios, y entiendan la herencia grande y gloriosa que Dios reserva a sus santos, y comprendan con qué extraordinaria fuerza actúa en favor de los que hemos creído» (Ef 1, 18). Porque la Realidad y su Historia son para nosotros algo más que ellas mismas.
«Con la nazarena María, también nosotros proclamamos la grandeza del Señor, porque mira la humillación de sus pobres, asume la defensa de los oprimidos, derriba del trono a los poderosos y lucha con nosotros para librarnos de la mano de nuestros enemigos. Algo de la utopía del reino se realiza históricamente cuando avanza el proyecto de paz de los pobres, cuando son removidos los obstáculos que les impiden vivir dignamente. Algo de divino tiene el luchar por los derechos de los pobres, que son derechos de Dios. Sentimos proclamada la grandeza y la gloria de Dios cuando los pobres tienen acceso a la vida en abundancia y a la paz, cuando luchan como pueblo por construir el Reino en la historia…
«La fe nos dice que la historia del Dios encarnado camina en la historia de los hombres, que la historia de la salvación es la historia de nuestra Liberación total. Por eso, aunque hay que distinguir cuidadosamente entre progreso temporal y crecimiento del Reino de Dios, sin embargo, tanto el progreso temporal como el progreso de los procesos de liberación interesan grandemente al Reino de Dios. Igual que Israel cuando fue liberado de la opresión de Egipto, así nosotros no podemos dejar de experimentar el paso salvador del Señor cuando pasamos a condiciones de vida más humanas, cuando la Paz y la Vida se acercan a nuestro encuentro, cuando damos un paso -por pequeño que sea- hacia la Liberación total.
«No identificamos la liberación histórica con la salvación escatológica, pero tampoco las separamos indebidamente. Ni las separamos ni las confundimos. Hay una presencia de Reino misteriosa, objeto de fe en el avance del proceso de Liberación del Pueblo, aunque este proceso tenga su autonomía y su metodología propias. Todo el derroche de esperanza y de generosidad de nuestros Pueblos no es algo que pueda perderse en el abismo de la muerte, sino que está escrito con letras de sangre en el Libro de la Vida y pertenece al Reino definitivo que misteriosamente crece ya y triunfa día a día en nuestra historia camino de su plenitud final.»
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