viernes, 19 de diciembre de 2008

LA VIDA ES CAMINO

    “La vida es camino”

    Juan José Tamayo dirige la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría de la Universidad Carlos III y es fundador y actual secretario general de la progresista Asociación de teólogos Juan XXIII.

    El teólogo es referencia inexcusable en nuestro país del cristianismo de progreso, exponente visible de la teología de la liberación. Sin embargo la liberación de Tamayo no sólo es auxilio y solidaridad con los “últimos” del planeta, sino también compromiso con la Tierra, la espiritualidad abierta y desdogmatizada, el diálogo interreligioso…, como podemos observar en la presente entrevista.

    Hemos charlado con el profesor en su despacho en la Universidad. Se siente relajado y seguro, sus respuestas son inmediatas y claras. Juega en su campo, en su ambiente, entre sus libros, al calor de todo lo que allí diariamente alumbra en forma de libros y artículos sobre lo divino y lo humano.

¿Diagnóstico de salud del diálogo interreligioso?

Es preciso superar los tribalismos que se dan en el mundo de las religiones. La religiones establecidas en un territorio fijo, vinculadas a una cultura cerrada, basadas en unos principios doctrinales rígidos que atienden a unas orientaciones morales muy definidas, dificultan el encuentro en general con otras cosmovisiones. Cada una de las religiones se empeña en reforzar aquello que las diferencia de las demás. Ello dificulta los intentos de comunicación y de diálogo.

¿… y de las espiritualidades?

Algo semejante podemos decir de las espiritualidades. Las espiritualidades han estado muy pertrechadas, muy volcadas en sí mimas. No han fomentado el encuentro. El gran desafío de nuestro tiempo es pasar de las espiritualidades individuales y estancas a la interespiritualidad.

¿Tras todo su recorrido teológico y vital, cuál es su particular adhesión?

Me adhiero a una espiritualidad sin nombre, ni adjetivos; espiritualidad surgida desde la experiencia humana radical y profunda en cada contexto. La experiencia humana más actual es la situación de desposesión que vivimos. Estamos inmersos en una cultura del poder, del saber, del tener, una cultura en definitiva de la acumulación y la imagen, de la representación.

¿Escasean espacios para el cultivo del ser?

Cierto, no existe espacio para el cultivo del ser, para la mirada interior, para el descubrimiento de lo profundo de la realidad íntima. Nos movemos en el plano de la superficie. De ahí que nuestra cultura sea epidérmica, una cultura que no va a lo que hay debajo, al trasfondo. Vivimos una cultura de lo llamativo, de lo espectacular, de lo que impacta, una cultura en definitiva de masas, que busca índices de audiencia, que repara en la cantidad en detrimento de la cualidad. Esta cultura en la que estamos ubicados genera unas carencias extraordinarias al ser humano. Promueve una sensación de desasimiento, de falta de asiento, de falta de lugar donde ubicarnos. El ser humano está rodeado de cosas, pero vive una situación de desprotección total.

¿Escasean respuestas ante esta cultura del vacío?

Esta cultura del vacío, de la frivolidad, de la apariencia y de la exterioridad no le satisface en realidad al ser humano. La insatisfacción es muy general, tal como se puede observar en el aumento de depresiones y suicidios, en la proliferación de desencuentros y conflictos en el entorno familiar. Hay un abandono de creencias, pues no se encuentra la satisfacción que en ellas se busca. Hay también huida de la realidad, reclusión en el individualismo. Ante esa situación decadente, la gente busca la manera de compensarlo…

¿Pero la gente no corre a la religión para satisfacer esas carencias?

La religión institucional no ofrece nada que responda a las inquietudes profundas, a los interrogantes antropológicos, a la vaciedad de nuestra cultura. Las religiones te ofrecen un código de comportamiento muy represivo, que no permite el desarrollo de las tendencias del ser humano. Son represivas en la concepción del cuerpo y de la persona. Estamos ante concepciones dualistas en las que el cuerpo es un obstáculo y el alma es lo único que importa. Es un dualismo represivo de todo lo que tiene que ver con la comunicación, la sexualidad…, en definitiva de lo que tiene que ver con el otro. La espiritualidad tiene que ser integral y contemplar la totalidad del ser humano y de la persona.

¿En medio de esa crisis, cuál es la oferta de las religiones?

Una espiritualidad muy cerrada, un código moral, un credo, un conjunto de verdades que hay que creer. Eso a la gente no termina de satisfacerle. Esas verdades se conforman de modo dogmático. Pero por la vida no podemos ir con certezas y verdades absolutas. La verdad es itinerante, es un camino de búsqueda, tal como decía Antonio Machado: “Tú verdad no, guárdatela. La verdad y vamos a buscarla juntos”. El dogma es una perversión de las religiones. El dogma es la negación del símbolo, la petrificación de la experiencia religiosa.

¿En concreto, las recetas del cristianismo católico?

Lo mismo, ofrece la aceptación de unas verdades, de unos principios doctrinales que tienen que reconocerse y aceptarse en su literalidad. La vida no funciona con dogmas, con verdades cerradas y fijas. La vida es camino.

¿Desconexión entre el mundo ritual y el mundo vital?

Las religiones ante esta crisis ofrecen un espacio. ¿Qué se hace en ese espacio? En los templos se ora, se practican los sacramentos, se hacen los ritos. ¿Qué relación tienen esos sacramentos, esos ritos con la vida y la experiencia humana? Ninguna o muy poca. Hay una gran desconexión entre el mundo vital y el ritual.

Los símbolos que se utilizan en las celebraciones religiosas han ido perdiendo su significado a lo largo de los siglos, pues no están en conexión con la vida de hoy. El dogma es una perversión, un empobrecimiento de las religiones. Pongamos el ejemplo del cristianismo. En el comienzo el dogma era el evangelio. El evangelio quiere decir buena noticia, anuncio de liberación para los pobres, los oprimidos, los marginados… La nueva espiritualidad, en el caso del cristianismo, debe tender a rescatar la buena noticia de la liberación de los excluidos.

¿Qué es lo que ha ocurrido en el curso de los siglos con ese lenguaje de símbolos, de imágenes, de parábolas que representa el lenguaje de Jesús? Se convierte en dogma a partir del siglo IV. Eso es una simplificación, un empobrecimiento.

¿Cuáles son los límites del diálogo interreligioso? ¿Podemos avanzar a una comunión total en lo interno?

En el diálogo interreligioso no deberíamos empezar hablando de límites. Ha de haber un diálogo sin condiciones, un encuentro en el que libremente cada una de las tradiciones exponga su concepción de la realidad, su manera de entender la espiritualidad, su manera de comprender a Dios, a lo divino, a lo trascendente. A partir de ahí, fomentar una intercomunicación, superando el paradigma “anti”, que hasta el presente ha predominado y comenzar a fomentar el paradigma “inter”. Es preciso encontrar espacios abiertos de encuentro y comunicación.

¿Algo se avanza en esa dirección…?

Sí, pero para ello será preciso que las religiones se desdogmaticen. Para ello será preciso “etizar”, “espiritualizar”, “ecologizar” las religiones. Sin duda lo más importante para ese diálogo es superar la concepción dogmática de la religión y con ello el respeto al pluralismo y la diversidad. Tampoco en aras de la unión podemos ir a un mismo y único rito. Es preciso respetar la particularidad de cada una de las religiones.

¿Dónde se ubicaría Jesús de Nazaret en el mapa espiritual de nuestros días?

Jesús no renunciaría a su propia tradición. Jesús vivió la propia religión judía de sus padres, pero desde una perspectiva crítica y humanista. Él no es un creyente fundamentalista, sino un creyente crítico. Cuestiona el templo, las instituciones, los ritos, los sacrificios, la propia ley, si no se coloca al servicio del ser humano. El arraigo en una tradición es importante y Jesús lo estaba. Jesús es tradicional en cuanto que vive la experiencia de fe de sus padres, pero no es tradicionalista, en cuanto que no absolutiza la tradición.

Una cosa es la tradición necesaria, en cuanto referencia a los orígenes, a las propias raíces, a la herencia cultural, que no se puede dilapidar, y otra es el tradicionalismo. Jesús nunca impone, sino que dice: “Si quieres seguirme, éste es el camino”. Jesús en nuestros días estaría abierto, con todos los respetos, a otras vivencias espirituales.

¿No mira el cristianismo de progreso en exceso hacia Roma, en lugar de tomar propia iniciativa?

El cristianismo progresista europeo está muy a la defensiva. Mira mucho a Roma no tanto para seguir las pautas que de allí emanan, sino para oponerse. Tiene demasiado de “anti”. Cuando el Vaticano tiene actitudes contrarias a la democracia y a la libertad es preciso criticarlo, pero no hay que obsesionarse con la jerarquía. El cristianismo de progreso gasta más energía en luchar contra la jerarquía, que en construir una alternativa de Iglesia. La crítica es necesaria, pero lo es más la alternativa. Las protestas son importantes, pero tienen que ir acompañadas de propuestas de nuevos modelos.

¿Rasgos de la nueva espiritualidad…?

La espiritualidad no necesita de las instituciones de forma necesaria. Vamos hacia una espiritualidad sin adjetivos, hacia una interespiritualidad basada en la diversidad de vivencias en función del contexto cultural, de la tradición religiosa particular.

Soy partidario de una unión en lo interno. Una espiritualidad sin adjetivos debe nacer de la propia subjetividad, de la interioridad del ser humano, de sus propias vivencias. La experiencia espiritual tiene ese componente personal. La institución frena esta experiencia. La experiencia no puede ser dirigida, ni controlada por la institución.

¿Riesgo de uniformidad?

Yo no soy partidario de una espiritualidad uniforme. Se puede caer en el pensamiento único y la diversidad es una riqueza de lo humano. La diversidad cultural y religiosa supone una inmensa riqueza humana. La diversidad biológica es una inmensa diversidad de la vida. La diversidad de planetas es una riqueza del cosmos y así sucesivamente…

¿Otros rasgos de la nueva espiritualidad?

Ha de ser comunitaria. El sujeto de la espiritualidad es el “yo”, pero un “yo” como hermano. No es un “llanero solitario”, ni “un lobo estepario”. El ser humano en cuanto que ser social, se construye en relación con el otro. El “yo” necesita un “tú”. La famosa frase de Desmond Mpilo Tutu refleja muy bien este principio: “Yo soy, si tú eres”. Es decir, la subjetividad tiene que comunicarse con otras subjetividades y así se convierte en espiritualidad “intersubjetiva” o comunitaria. Las experiencias subjetivas se dan en un entorno de comunidad.

La nueva espiritualidad tiene que ser también ecológica, respetuosa de la casa del ser humano. ¿Dónde nos encontramos más cómodos? En nuestra propia casa, en la naturaleza, por supuesto cuando el clima lo permite. Para que la espiritualidad subjetiva y al mismo tiempo comunitaria se desarrolle plenamente ha de vivirse en la propia naturaleza, que es nuestra casa, nuestro hogar común. El cosmos, la naturaleza, la Tierra es el lugar ideal donde el creyente vive su propia experiencia religiosa. Es preciso recuperar esa idea de carácter sagrado de la naturaleza. Las religiones cósmicas consideran el árbol, la Tierra, la tormenta, la cueva, la cumbre… elementos y espacios sagrados. Yo creo que tienen razón.

¿La religión ha de volver a pactar con la Tierra?

Hemos de ser más humildes y llegar a un pacto con la Tierra. La secularización no está en contra de reconocer la sacralidad de la naturaleza. Sólo reconociendo esta sacralidad el ser humano se verá obligado a respetarla en su integridad. Por lo tanto, la espiritualidad subjetiva y comunitaria considera a la naturaleza como el lugar ideal de encuentro con lo sagrado, con el misterio, con lo divino…, cada uno encuentre la palabra adecuada. Es preciso evitar a toda costa el antropocentrismo de la modernidad. El ser humano no puede vivir sin la naturaleza.

¿Hay referencias bíblicas a esta espiritualidad inserta en la naturaleza?

Donde yo veo mejor reflejado ese pacto, que es el punto de partida de la nueva espiritualidad ecológica, es en el símbolo del Génesis del arco iris. Hay un texto bíblico precioso tras el diluvio universal. Dios dice que nunca más anegará a la Tierra con las aguas y que establecerá un pacto con la naturaleza y el ser humano. Inspirándome en Raimon Panikkar, yo llamo a ese pacto “cosmoteándrico”, ya que en él intervienen tres actores: Dios, el cosmos y el propio ser humano.

Koldo Aldai



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