07. Lo que supera las palabras. La imagen de Dios en la teonomía (En este vínculo aparece el texto del capítulo de Lenaers)
Es desmesurado el reto de pretender decir qué es Dios porque es intentar decir lo In-decible. Tampoco facilita el intento el no querer olvidar ninguno de los elementos importantes de nuestra tradición cristiana. Y el colmo de la dificultad, rayana en lo imposible, se alcanza cuando se ha adquirido el compromiso -es el caso de Lenaers- de tener en cuenta las exigencias de la Modernidad. ¿Ayuda a cumplir con este reto el marco axiomático ‘heteronomía-autonomía-teonomía´? Veámoslo.
Nos limitaremos a seguir el sinuoso pensamiento del autor.
El autor impugna deformaciones de Dios acumuladas por la creencia religiosa sobre la base de lecturas fundamentalistas del A.T. y que, en cualquier caso, “proyecta a Dios hacia un segundo mundo”. “La imagen autónoma de Dios permanece enraizada en la tradición que comienza en Jesús”.
La imagen tradicional es la de Creador que sortea dos escollos: Dios no se identifica con el cosmos (panteísmo) aunque tampoco se separa de él como el artista de su obra: “A la luz de la teonomía, Dios aparece como el fundamento del ser humano y del cosmos, la profundidad espiritual de toda la realidad” (p.81). No se funde con la realidad aunque no se separa de ella para dar lugar a los dos mundos de la heteronomía.
Es absurdo, a estas alturas, el desfase ridículo entre doctrina conservadora y modernidad. “Creación y evolución son para ellos [el Vaticano y la mitad de los creyentes] como el agua y el fuego” (p.81) porque la evolución (ni siquiera mencionada por el Catecismo oficial) negaría la creación del cosmos. El hombre moderno, en cambio, admira el dinamismo evolutivo como posible despliegue ascendente hacia más perfección.
¿No reducen algunos a Dios a “una fuerza fatal anónima”…que no nos oye ni responde? Sin duda, “la última interioridad y profundidad espiritual del universo” (p.82) en frase feliz del autor se podría reducir para la Modernidad en “un punto nebuloso y frío”. Pero el Dios de la Biblia no es así. La relación, el encuentro con él es dialogal, como el de un yo frente a un tú. “Quien ora pretende encontrase con Dios y no tanto comprenderlo” (p. 83).
En nuestra realidad humana la persona es un individuo. Ahora bien, ser individuo incluye una limitación y por tanto una separación siendo así que Dios “desborda toda separación conceptual” (p.84). Por eso Dios es indecible. ¡Cuánto más no es representable! En esto Israel y el Islam nos dan una lección: nuestras representaciones de Dios son en el fondo idolátricas y nos han falseado profundamente su imagen.
Probablemente la mejor aproximación a la ‘esencia’ de Dios es entenderlo como un ser que “incluye conocimiento y afecto” en grado sumo, un ser que es todo Amor fecundo, puro Don expansivo que “enseña la dirección por la que va la evolución cósmica, es decir, la de una configuración cada vez más intensa del amor”, “dirección que debe tomar la humanidad como punta de lanza de la evolución cósmica” (p.86).
Este amor implica un “descentramiento” o salida al encuentro del otro (en clave de Teilhard de Chardin) que abre paso a la espiritualidad samaritana en la que Jesús es quien mejor transparenta el amor de Dios.
No tenemos por qué desconfiar de la experiencia espiritual de Jesús aunque tampoco él esta al abrigo de entender el inevitable lenguaje figurado de la expresión, ésta u otras, como descriptivo y tomar el dedo que apunta a la luna como la propia luna. No se trata de describir cuál es el comportamiento de Dios con nosotros (la ‘Providencia’ según el dogma) cuanto de la actitud de confianza de nosotros hacia Dios por muy desconcertantes y adversos que sean unos acontecimientos que Dios no maneja. En este punto se puede tener la impresión de imprecisión en el pensamiento de Lenaers. Sin embargo alude explícitamente a la actitud apofática al decir “todo lo que afirmamos de Dios debe ser simultáneamente negado” y trascendido (p.87) para afirmar rotundamente que…
Padre, vengador, novio, esposo, rey, maestro, juez, profundidad de todo ser, amor… son otros tantos dedos que señalan a Dios, según las experiencias bíblicas, pero Dios es algo distinto. “Cuanto más preciso sea el lenguaje sobre lo indecible, tanto más se deformará la realidad” (p.88). Peligro que afecta igualmente a la forma de hablar de Dios en los rituales, oraciones, catequesis, educación religiosa, etc.
Se trata, pues, de puestas en guardia, primero por parte de la mística y luego de la Modernidad, ante lo peligroso que puede resultar Dios según el modelo heterónomo en el lenguaje figurado.
Ahora bien ¿no estamos renunciando a nuestra tradición bíblica en beneficio del llamado ‘deísmo’, del Dios de los filósofos?
… no se excluyen, se completan. El Dios bíblico es cercano pero fácilmente heterónomo e invasor (intervencionista). El Dios de la modernidad, el ‘Dios de los filósofos’ preserva de la magia, pero se le reflexiona, no se le reza.
Pero hay rezos y rezos. ¿Vale pedir la lluvia o éxito en un examen? Mejor será priorizar la acción de gracias y la adoración como entrega incondicional y amorosa (sentido hondo de la palabra islam) que se manifiesta en las profundas y silenciosas postraciones en las mezquitas ¿Existe una actitud religiosa más pura?
Teismo no es deísmo, pues, y preserva lo mejor del conocimiento experiencial de Dios. En el último momento como homenaje a la tradición Lenaers dice que Dios es el salvador pero curiosamente advierte :”Salvación significa el cumplimiento de las necesidades humanas más profundas” (p.90) Curioso ¿no?
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