08. La piedra angular de la doctrina de nuestra fe. Jesucristo ¿hombre y Dios en uno solo? (En este vínculo aparece el texto del capítulo de Lenaers)
La pregunta nos parece retórica porque la tesis del capítulo sí que, esta vez, es inequívoca. ¿Jesús hombre y Dios? Rotundamente NO.
¿Puede un cristiano rechazar el dogma definido en Nicea de las dos naturalezas en la única persona de Jesús? “La respuesta es afirmativa” dice el autor que se propone examinar el origen, desarrollo y alcance moderno de Jesús como piedra angular de la fe cristiana.
La piedra angular es el mensaje de salvación existencial en cuantoexperimentado en el encuentro con Dios, en Jesús para sus discípulos (y en otros hombres de Dios para la mayoría de la humanidad). Para nosotros, es la misma actitud vital de tal encuentro religada al testimonio de aquellos primeros creyentes, mediatos o inmediatos. Punto. La dificultad comienza cuando a esta actitud vital de orden existencial se le ha añadido históricamente la posteriorelucubración filosófica helenista de los 4 primeros concilios (siglos IV y V), doctrina filosófica que ha devenido, de hecho, la piedra angular de la creencia jerárquica y popular.
“La confesión de la divinidad de Jesús en el Nuevo Testamento no aparece antes de fines del siglo I” (p.95), en el sentido fuerte de “segunda persona de la santísima Trinidad” (p.97). Incluso para Juan “el Padre continúa siendo siempre mayor que Jesús” (p.95). Jesús no tuvo conciencia de ser igual a Yahvé, pues él mismo hubiera considerado esto como blasfemo. Sólo 60 o 70 años después de su muerte el lenguaje estrictamente metafórico de Juan, el ‘aura divina’ de títulos como ‘hijo de Dios’, ‘Servidor de Dios’, ‘Cordero de Dios’, ‘Ungido de Dios’ y la personificación de atributos como Sabiduría, Espíritu y Logos comenzaron a apuntar alguna divinización de Jesús. Es sorprendente cómo la falta de rigor y de crítica histórica ha interpretado en clave fundamentalista los textos y los ha leído proyectando sobre ellos desarrollos teóricos posteriores (como sigue haciendo BXVI en su libro sobre Jesús).
La ruina de Jerusalén el año 70 marca el comienzo del predominio de los paganos convertidos. Sin percatarse de ello, el concepto Dios va cambiando poco a poco radicalmente. Dioses, semidioses, héroes divinizados habitan el Olimpo. El mismo emperador es dios ¿Cómo no va a serlo Jesús?
“Para los cristianos el emperador no es el verdadero Dios sino más bien Jesús”. Por ello “en el primer cuarto del siglo II ya es corriente llamar Dios a Jesús” (p.95), sin equivalencia del concepto Dios con el de hoy.
Los filósofos cristianos asumieron el pensamiento helenístico y, sin advertir la diferencia de contenido del concepto judío y helenista, creyeron armonizar ambas mentalidades. Desaparecidos los dioses ¿qué impedía que la “esencia divina de Yahvé valiese también para Jesús”? (p.96)? La fusión de dos contenidos dio lugar a la confusión que aún perdura.
Tal fue el contexto de aquellos padres conciliares “pensadores más que orantes” (p.96).
No nos engañen las ampulosas palabras del Conc. De Nicea “hijo único de Dios, nacido desde siempre del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, etc. Se fundaban más en la especulación que en la experiencia personal. Porque “¿cómo podría aquella asamblea de teólogos tener conocimiento [y decir algo] de la vida interior del misterio indecible que llamamos Dios? …Por eso la solución de Nicea trajo consigo su ruina. Y ésta misma es la que hoy hace crisis” (ps. 96-97). El hecho es que la especulación filosófica comandada por la conveniencia política ha inficionado durante 15 siglos la imagen de Jesús (aunque ¡cien años son para Dios como un día!) y marginado “la experiencia de fe de los primeros discípulos”.
Volvamos de tales especulaciones filosóficas a la mentalidad con la que los paganos convertidos de comienzos del siglo II nombraban a Jesús como Dios. Muy lejos ya del impacto directo que había sido el de los primeros seguidores, estos conversos tenían una imagen de Jesús basada en la predicación recibida, en la sanación existencial que experimentaban como un nuevo nacimiento. Veían, pues, en Jesús una cierta trascendencia que lo situaba por encima de los dioses que conocían pero sin poder formularla más que mediante lascaracterísticas de éstos, dado que para ellos, paganos hasta ese momento, no significaba nada decir que Jesús era igual al Yahvé de los judíos.
Estas características identificaban a Jesús como perteneciente al mundo de los dioses, “superadas las limitaciones humanas…era inmortal…podía intervenir castigando o premiando…y además regalaba vida eterna después de la muerte” (p.98). Como los dioses. Características, pues, que dotan a Jesús de rango “divino” que permitía a los paganos conversos entender a Jesús como habitante del mundo-de-arriba, del Olimpo y llamarle, por tanto, Dios pero que hoy son inaceptables para la Modernidad. Esa ‘trascendencia’ que en la experiencia de conversión de los cristianos del siglo II permitió llamar Dios a Jesús no nos lo permite a nosotros, conscientes de que en el sentido más originario de nuestras fuentes bíblicas “Jesús no era Yahvé”.
No es cuestión, pues, de rebajar el contenido de la experiencia de los discípulos o de los cristianos del siglo II sino de recuperarla manteniendo su sentido, deslucido por la teología conciliar posterior.
Es decir, el lenguaje metafórico de Jesús “Señor, salvador… Ungido…hijo del hombre, siervo de Yahvé…y, sobre todo hijo de Dios, entendiendo por hijo la imagen de Dios, su representación, su elegido” (p.99) nos siguen sirviendo. “Tenemos formulaciones valiosas del tiempo de la transición. Las encontramos sobre todo en el cuarto evangelio escrito alrededor del año 100 que fue testigo de los primeros y vacilantes intentos por llamar Dios a Jesús…el camino, la verdad…la vida, la palabra de Dios, la luz del mundo, la vid verdadera, el pastor, el pan de vida. Y ha acuñado una fórmula genial según la cual quien ve a Jesús ve al Padre, el cual es más grande que él” (p.99). Incluso la metáfora joanea de Palabra (Logos) de Dios encarnada (J. Hick). La vivencia experiencial de fe puede ser la misma, pero…
“Hay ciertas fórmulas que promueven esta fe y podemos pensar que es lo mismo que hicieron las expresiones de los cuatro primeros concilios y no han cesado de hacerlo…¡hasta ayer! Pero hoy ya no lo consiguen más. El ámbito de pensamiento en el que nacieron se ha vaciado completamente de su contenido debido a la Modernidad. Entonces no tiene ningún sentido seguirlas manteniendo a cualquier precio. Es mejor abandonarlas y adoptar otras que nos signifiquen mejor lo que podemos entender” (p. 100). Los concilios cristológicos proyectaron sobre la experiencia cristiana originaria, recubriéndola, unos conceptos abstractos que fungieron el papel de oscurecimiento, para entonces sin duda pero sobre todo para hoy. No hay que leer el Evangelio a la luz de Calcedonia como, al parecer, hace el Ratzinger teólogo, sino filtrar el concilio de todo lo que habría sorprendido a los evangelistas y sería ininteligible y vacuo para los cristianos modernos. Parecidamente a lo que como ocurría en los primeros cristianos “no debemos olvidar que esos obispos respiraban y pensaban en una cultura en la cual la división de la realidad en dos mundo paralelos era evidente. En ese contexto era totalmente posible pensar que Dios bajara condescendiente desde su mundo y asumiera la naturaleza humana por muy asombroso y sorprendente que parezca. A ellos les faltaba comprender el origen histórico que tenía la piadosa costumbre litúrgica de venerar a Jesús como a Dios. Todo esto relativiza de antemano sus percepciones, sus persuasiones y también sus anatemas” (p 101). Falta de sentido histórico, pues, y, por otra parte, interpretación de la Biblia como oráculos de Dios que legitimaban sus opiniones teológicas.
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Al final Lenaers relaciona la fe con la salvación y hace este planteamiento: “Tal vez Jesús aparece como superior y más allá de lo humano cuando se lo muestra con el revestimiento filosófico de la «segunda persona de la Trinidad divina». Pero, ¿será por ello más salvador nuestro que cuando se lo ve y cree en él como lo vieron y creyeron sus primeros discípulos y la iglesia de los primeros decenios? (p.100).
Siguiendo esta reflexión, nosotros continuamos la reflexión: Si Jesús no es Dios, no existe una salvación llegada desde el mundo-de-arriba. Jesús como todos los seres humanos posee una naturaleza de por si misma precaria y deficiente, pero para cuya sanación (salvación) dispone de todas las capacidades de que el ‘misterio creador’ no cicatero lo ha dotado. Si esto es así y si no se ha dado ningún pecado original hereditario que nos haya privado de un ‘paraíso perdido’ ¿qué sentido tiene doblar el ‘misterio de Dios creador’ con una salvación añadida?
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