1. Introducción.
Me temo que tengo que empezar, como excusa o como captatio benevolentiae (captación de benevolencia), diciendo que no tengo experiencia en esto de “dar ejercicios” y que, en consecuencia y a posteriori, considero una temeridad haber aceptado este, no precisamente, munus suavissimum (suave encargo). Me ha llevado mucho más tiempo del previsible, pero no precisamente en desarrollar los temas, sino en pensar qué temas desarrollar.
Descartado el ceñirme al esquema y al libro de Ignacio de Loyola, (primero porque qué podría yo decir que no se haya dicho ya y no lo hayáis escuchado muchas veces y, segundo, por la convicción de que eso de los Ejercicios debe ser para hacerlo una vez en la vida), me venían a la mente dos posibles alternativas, siempre pensando en presentar un algo adecuado y que pudiera interesar y hacer bien al grupo.
La primera, deslizarme hacia una teología de fronteras. Un libro recomendado por JL Ochoa y que está en la página de Lamiarrita, titulado Otro cristianismo es posible de un tal Leaners, jesuita holandés; la página o portal de Miquel Sunyol, que supongo que alguien habrá visitado más de una vez; otro libro que casualmente cayó en mis manos, de un tal Guerra Campos -¡nada que ver!-, titulado Confesiones de un creyente no crédulo; y mis propios y persistentes interrogantes, me invitaban a ello.
La segunda, el otro miembro de la alternativa, sería escamotear esa dimensión teológica y dar a mis presentaciones, una, para entendernos, orientación más “espiritual” que intelectual. A ello me invitaba, sobre todo, mi ignorancia teológica, pero también la reivindicación de algunos de nosotros, que dicen que no quieren venir a Lamiarrita a hacer disquisiciones teológicas, que fácilmente derivan en discusiones, sino a descansar y hacer oración; ello unido a la idea que tenemos de que hacer oración no es intentar comprender a Dios, sino relacionarse con él, ponerse a la escucha y dejarse llevar a donde el Espíritu de Dios quiera llevarnos. Sin embargo, es claro que la espiritualidad no puede apoyarse, para ser efectiva, en cualquier teología. Se ha de apoyar en una teología coherente.
Por cuál de esas dos alternativas me he decantado, quedará claro, espero, al final.
Otro dilema que se me presentaba: aunque no siguiera el libro de los Ejercicios, podría intentar que mis presentaciones estuvieran orientadas a conseguir el fin que pretenden los ejercicios: “ordenar la vida” para orientarse sólo por la voluntad de Dios, y no dejarse determinar por afección desordenada alguna. A mí particularmente, esa orientación me vendría bien, pues no es poco el desorden que reconozco en mi vida. Pero a vosotros y vosotras o considero ya ordenados y ordenadas. Seguramente, en estos momentos no tenéis necesidad de tomar decisiones de mayor importancia sobre vuestra vida. Por otra parte, se me antojaba que una orientación así podría ser moralista o voluntarista.
No obstante, si alguien quiere dedicar hoy, el día primero, a esa tarea de pensar cómo se encuentra y qué requiere de su atención en estos días, que lo haga y se prepare a entrar en ejercicios “con grande ánimo y liberalidad”. Siempre es bueno mirarnos a nosotros mismos, con el objetivo de descentrarnos y abrirnos más a los demás.
Finalmente, pensé también en escoger algunas frases (del Evangelio o de otras fuentes) que encabezaran cada día y cada tema, al estilo de “Ella había finalmente comprendido que lo importante no es merecer, sino amar” (con la que acaba el libro de La Farisea, de F. Mauriac).
Por encima de todo, tenía mis dudas de que yo pudiera hacer algo apto para vosotros y vosotras. Y esto por dos razones.
Primera: Una vez empecé a hacer ejercicios de mes (fue en ya lejanas fechas, cuando inaugurábamos Adolfo Chércoles y yo el piso en el que él vive todavía en Almajáyar, Granada -yo no, porque yo soy más bien romero sólo (1)-) pero no pasé del Principio y Fundamento. ¡No me parecía nada recomendable dedicar los ocho días al Principio y Fundamento!
La otra razón: siempre he oído que lo fundamental de los Ejercicios es la experiencia de Dios que en ellos se tiene. Y yo, en una no lejana reunión de Misión Obrera, había confesado, con dolor, no sentir tener experiencia de Dios.
De la primera duda salí, a medias, haciéndole caso a Juan Luis Segundo que aconseja suprimir en Ejercicios la primera semana. Pero sólo a medias. En el tiempo dedicado a preparar mis intervenciones, me ha ocurrido que siempre dejaba lista una primera intervención. Aunque la iba cambiando sucesivamente. Quizá lo que exponga sean ocho introducciones. La de hoy es la primera.
De la segunda razón para dudar, espero que me saquéis vosotros y vosotras en estos días. Y lo espero, no como un desafío, sino como una humilde súplica.
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(1) León Felipe, canciones y oraciones, “Ser en la vida, romero, romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos; ser en la vida romero, sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo... Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo... pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero, ligero, siempre ligero. Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos, para que nunca recemos como el sacristán los rezos, ni como el cómico viejo digamos los versos. Sensibles a todo viento y bajo todos los cielos, poetas, nunca cantemos la vida de un mismo pueblo, ni la flor de un solo huerto... Que sean todos los pueblos y todos los huertos nuestros.
Para este primer día os doy, entonces, dos posibilidades:
1ª. Composición de lugar, mirar al subjeto.
Una introspección sobre cómo me encuentro, en qué disposición. Puedo pensarlo o incluso escribirlo. Puedo guardarlo sólo para mí o puedo compartirlo (con alguien o con el grupo).
Si quiero, puedo limitarme a algo más concreto: este año, en esta edición de Lamiarrita: ¿necesito tomar o reconsiderar alguna decisión o situación? ¿Necesito ponerme en condiciones para tomarla o para cambiar?
Pero si este ensimismamiento le resulta alguien improductivo y penoso, reiterativo y cansino, si le recuerda un examen de conciencia y le crea resistencias, puede hacer este primer ejercicio como una amplia, pero concreta, contemplación de la realidad: ¿Qué cosas de mi vida cotidiana sola o compartida, o de la actualidad del mundo conocida, me conmueven, afectan a mi sensibilidad y qué pensamientos y sentimientos desencadenan en mí? ¿Me impulsan a algún cambio?
El día que dejemos de sentir con intensidad dejaremos de vivir con intensidad y el día que dejemos de cambiar, dejaremos, sin más, de vivir. ¿Estoy vivo o mortecino?
Y hemos de vivir tomando nuestra vida en nuestras manos. Hacerlo desde nuestra esencial condición humana: desde nuestra libertad, memoria, entendimiento y toda nuestra voluntad. Aceptamos la vida y todo lo que ella tiene de posibilidades, como un don, como un regalo de Dios a través de la naturaleza. Y nos cuesta dolor ver la frustración de tantas vidas. Queremos poner al servicio de la vida de las personas todo lo que tenemos y poseemos. Ese poder ponerlo libremente a disposición es lo más humano que tenemos. Ese es el don y la gracia de Dios. Sabemos que nuestra libertad es condicionada. Tenemos que vivir y convivir con esta parte de la naturaleza donde hemos nacido, con los demás seres humanos, y con este cuerpo natural y cultural con que una y otros me han troquelado. Eso impone condiciones a nuestra libertad. Pero tenemos que tomar nuestra vida en nuestras manos. La primera voluntad de Dios se nos manifiesta ya al existir y al serlo de este modo: libre, con memoria y entendimiento, con voluntad propia.
Al aceptar la vida así, tal como es, reconocemos en ella el amor y la gracia de Dios. Y parece que su voluntad es que ellas deben bastarnos.
Esta orientación del primer día me la ha sugerido un folleto de Darío Moyá titulado “Encontrar a Dios en la vida”, editado por Cristianismo y Justicia. Resumo algunas de sus ideas.
1ª Una vida espiritual –un modo de vida evangélico- ha de comprobarse y verificarse, hacerse creíble, en la vida, en un estilo de vida. A su vez, los estilos de vida condicionan radicalmente las posibilidades de la experiencia espiritual.
2ª Eso puede identificarse con el concepto ignaciano de “subiecto”: capacidad intelectual y personal, conjunto de condiciones personales y vitales. Las dificultades de nuestra vida espiritual lo que pueden estar replanteándonos es, no tanto la validez de nuestros métodos o formas de actividad interior, sino una interpelación acerca de nuestro modo de vivir. “Lo que verdaderamente impide sacar fruto de los ejercicios es la falta de ciertos requisitos sin los cuales no se puede hacer nada”. “Condición de posibilidad de poder estar en disposición de escuchar el evangelio es experimentar los dolores y sufrimientos de los hermanos como matriz o fenómeno concomitante de una vivencia espiritual” (Cabarrús).
3ª El tipo de sujeto, que puede propiciar la experiencia espiritual se puede caracterizar así:
- Alguien que haya tomado la decisión de situar su vida en la dinámica de la búsqueda y cumplimiento de la voluntad de Dios. Una persona magnánima (que definía santo Tomas como “aquel que tiene el coraje de comprometer toda su persona en una empresa importante que decide sustancialmente su vida”).
- Alguien humilde: capaz de reconocer que se adentra en un terreno en el que, con sus solas fuerzas, nada es posible y todo es concedido.
- Persona abierta al otro como mediación de Dios, capaz de comunicación, de decir y dejarse decir.
- Alguien con capacidad de resistencia y de lucha
- Comprometida con su vida de manera realista, con el presente y las circunstancias concretas (no escapista, sea con huída hacia delante con falsas pretensiones, sea vuelto hacia atrás con nostalgia).
- Persona unificada afectiva y vitalmente, con los afectos y las cosas colocadas en orden.
- Persona libre: capaz de razonar por sí mismo y determinarse autónomamente.
Ello constituiría como la estructura antropológica de la posibilidad del comienzo y también de la finalidad de los ejercicios: (conseguirse como) “personas sujetos de opción personal, humildes, abiertos al otro, capaces de resistencia y lucha, arraigadas en la historia, unificadas interiormente, libres”.
4ª El estilo de vida que puede propiciar la experiencia espiritual se puede caracterizar así:
- Un estilo de vida en el que la opción fundamental que hemos hecho no se vea permanentemente puesta entre paréntesis, cuestionada o sometida a prueba. Casi nunca renunciamos explícitamente a nuestras opciones fundamentales. Pero puede que sean los hechos cotidianos los que afirman o desmienten o le quitan fuerza a nuestras opciones: las relaciones sociales que mantenemos, las amistades, nuestra manera de vivir y trabajar, nuestra manera de descansar y nuestro esparcimiento, hasta nuestra manera de comer y vestir…
- Un estilo de vida en que haya espacio material para alimentar nuestra opción (oración, lecturas, etc.).
- Un estilo de vida que no nos blinde (en nuestro espacio, nuestro tiempo, etc.) del acceso del otro, ni del acceso al otro
- Un estilo de vida en el que yo marque el ritmo (y no sea el consumismo o el activismo quien lo haga…).
- Un estilo de vida con capacidad de acogida afectiva y de desarrollo grande y sano de la afectividad. No una afectividad encogida o mutilada, incapaz para la amistad. Contextos vitales incapacitantes del desarrollo de la afectividad son también incapacitantes de la experiencia de Dios.
- Un estilo de vida en el que uno tiene que tomar decisiones, asumir responsabilidades y controlar personalmente procesos de vida, una libertad ejercida (no una vida alienada en ciertos tipos de comunidades o instituciones.
5ª El talante vital que genera la experiencia de Dios en la vida. ¿En qué se notaría que una persona tiene “experiencia de Dios”?:
- En que tiene una vida o existencia integrada, unificada. Que se mueve siempre según la motivación de fondo de la voluntad de Dios, y del proyecto vital que ha asumido.
- En que es una persona disponible para el servicio, no apegado a personas o situaciones, no instalado. Y eso fundamentado en lo anterior.
- En que es una persona abnegada: descentrado, fuera de su propio amor querer e interés. Abnegación que se manifiesta, sobre todo, en la gratuidad con que hace las cosas: “activo, generoso en el servicio, constante en el amor, desinteresado en la relación con los demás”.
6ª Sigue habiendo en nuestras vidas zonas en las que es más difícil encontrar a Dios (en lo personal y en lo social, en lo afectivo y en lo conflictivo, en la gestión de asuntos ordinarios…). De ahí que sean necesarias ciertas estructuras de apoyo:
- Examinar frecuentemente si nuestra sensibilidad nos hace accesibles al dolor que genera misericordia y descubre signos de esperanza en la impotencia.
- Es imprescindible seguir dando tiempo a la oración, en la forma en que la hagamos, así como al examen, también en la forma y ritmo como cada persona lo encuentre.
- Finalmente, el acompañamiento, personal o indirecto a través de la conversación o de lecturas y esa práctica del discernimiento tan exigente cuando tenemos que señalar jerarquías y prioridades.
7ª En general, a nuestra edad, es muy importante la forma en que afrontamos la enfermedad y la disminución de capacidades, el olvido de los otros y hasta la poca consideración, asumiendo las nuevas situaciones con madurez que no impida nuestra disponibilidad y nuestro afán de servicio.
2ª Meditar sobre el pasaje del joven rico.
Hay en él preguntas apropiadas para un comienzo. ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué me falta? Y sobre él podemos hacernos varias preguntas, o contemplar sobre varios supuestos: desde la relación de Jesús con el Padre que denota la respuesta de Jesús, “Por qué me llamas bueno, uno sólo es bueno”, hasta la más personal: ¿Siento alegría de haberlo vendido todo y dado a los pobres para seguir a Jesús? ¿O más bien siento tristeza porque en mi vida hay todavía mucha riqueza que no he vendido y repartido entre los pobres para irme con Jesús?
3ª Esta frase: Lo importante no es merecer, sino amar.
Afortunadamente, la invitación de Jesús a entrar en el Reino y a trabajar por él (Reino) no requiere de mucha teología, sea ésta tradicional o de frontera. Es mucho más fácil predicar lo que predicaba Jesús que predicar sobre Jesús. Comprenderlo es entrar en ese grupo de los pequeños, de la gente sencilla, a la que se le han revelado los misterios del Reino, ocultados a los sabios y entendidos. Seguro que en nuestra dilatada (al menos relativamente) vida hemos encontrado muchas de esas personas sencillas para quienes la esencia o el secreto de la vida es esa particular bondad de un individuo hacia otro y hacia la comunidad. Una bondad sin testigos, pequeña, sin ideología. Podríamos denominarla bondad casi sin sentido, casi ciega y muda, pero compasiva, que se extiende a todos los seres humanos y a todo lo vivo. Esa bondad es lo más humano que hay en nuestra especie, lo que la define, el logro más alto al que podemos aspirar.
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