Juan Luis Herrero del Pozo, en Atrio
Merece la pena insistir en esta idea. En el imaginario tradicional concebimos el Don de Dios como una serie de pequeños dones diferenciados y selectivos según ocasiones e individuos. A unos Dios los elige de una manera, a otros de otra. Aunque todos son llamados, no todos son elegidos, se dice. Uno tiene una vocación especial de la que otro carece. Con lo cual trasladamos a Dios la individuación de la creatura asegurando que Dios no llama a todos de la misma manera, que el Don se diferencia en sí mismo previamente al receptor.
Por eso se puede replicar desvergonzadamente a los espíritus críticos que cuestionan aspectos del dogma: la fe se tiene o no se tiene, Dios no la da a todos. No se advierte el craso antropomorfismo. El Don de Dios no es fragmentado en sí mismo, Dios no se entrega parcialmente. En la infinitud de Dios que se comunica no podemos encontrar razón alguna de diferenciación porque constituiría una absurda arbitrariedad. Dios se ofrece por entero, absolutamente, sin reticencia, arrepentimiento ni limitación. La diferencia sólo puede provenir del receptor. El agua inmensa del océano sólo está limitada por los recipientes que la reciben. En Dios no pre-existen maquetas de ser, la de una estrella, la de un guijarro, la de un perrito, la de un Confucio, un Jesús o un Mahoma… conforme a las cuales sería ‘creado’ cada ser en particular. La diferencia entre el SI y el NO de la libertad por los que se define y construye la historia personal no proviene de Dios, sino del receptáculo de su don. Y no es que, con ello, la realidad individual de la diferencia, que se ha atribuído al receptor, quede sustraída a la acción creadora de Dios. No. Porque la diferencia no es ser, sino limitación de ser. Ante el huésped divino que llama a la puerta de todos, según el Apocalipsis, unos abren y otros no. En la acción de abrir hay realidad y es don de Dios. En la de no abrir hay ausencia de respuesta, carencia de ser, negatividad y ésta no necesita causa.Dios se ha entregado por amor totalmente y una vez por todas en el acto creador permanente y nada se le puede añadir. Basta que el cosmos se vaya abriendo a su empuje vital. En la semilla que estalla en el big-bang se encierra la íntegra construcción del universo: formación de las galaxias, aparición de la vida, evolución de las especies, proceso de hominización y emergencia del espíritu, larga y procelosa historia de la humanidad con descensos a los infiernos de la maldad y ascensiones a cumbres sublimes de bondad, desde los hombres y mujeres en apariencia más sencillos y desconocidos hasta los más geniales como Buda, Lao-Tse, Confucio, Moisés, Jesús, Mahoma, etc. Todo está contenido en Dios desde el principio. ¿Por qué, pues, ha de recurrir el pensamiento en algún momento de la historia a una intervención complementaria ‘desde fuera’ si ya está todo dado desde siempre y ‘desde dentro’? Dios no precisa impulsar el salto, con un toque de varita mágica, de lo material a la vida, de ésta a la mente y de la mente a un pretendido sobrenatural. Dentro del mismo cosmos (¿podrían existir otros sin relación espacio-temporal entre sí?) el Omega está inscrito en el Alfa inicial[1].
Resumiendo: Dios se entrega del todo a cada uno de los seres, no a medias ni en veces. La diferencia de medida, la diversidad del Don no proviene de éste, sino del receptor. Esto parece obvio, pero se olvida casi siempre: la razón de ello es, en el cristianismo, la interpretación literal del tema bíblico de la elección (que, en la más estricta lógica, conduce a Calvino a la pre-destinación al infierno). Cualquier limitación o negatividad, cualquier mal se origina no en Dios, sino en la realidad creada. No existe punto de apoyo racional para entender en el don creador de Dios ningún añadido ulterior, ningún momento lógico previo que discrimine al receptor. Dios no elige a un pueblo o a un individuo entre otros muchos. No sólo porque la gratuidad no se expresa en términos de arbitrariedad o capricho, sino porque la diferencia en el don implica una cierta negatividad y ésta sólo se origina en la finitud, adviene desde el lado de la creatura, en virtud de su naturaleza limitada. Nunca se insistirá lo suficiente, el Don o la Presencia, desde el lado de Dios, son totales, infinitos y sin arrepentimiento. La Alianza es siempre definitivamente fiel. Ningún don, ninguna presencia pueden añadirse desde afuera a Quien ya está dentro. Carece de sentido suplicar en la oración lo que Dios ya ha entregado. Afirmado el momento creador que implica la totalidad y definitividad del Don de Dios, a partir de ahí se abre el tiempo de nuestra tarea y responsabilidad históricas: a nosotros toca derribar barreras o abrir la puerta al huésped que llama (Apocalipsis). Las distinciones, limitaciones (lo inacabado), el sufrimiento y el mal, la culpa y la muerte sólo se explican desde la orilla de lo creado.
[1] Una vez más estas afirmaciones no prejuzgan lo que convenga decir dela libertad cuya existencia es difícil de conciliar con su inclusión en algo anterior, ya sea personal (sistema neuronal) o cósmico (la explosión inicial).[Texto tomado del Apartado 6 del Capítulo octavo del libro“Religión sin magia”, Editorial El Almendro, Córdoba 2006, que acaba de ser traducido ya al francés]
1 comentarios:
Lo que no entendemos de Dios es la existencia del mal, y me refiero al que no es responsabilidad del hombre. Siempre la misma respuesta, siempre : la finitud , o como lo llaman aquí, la orilla de la creación o algo así, pero siempre acaban echándonos la culpa a nosotros.
Pues mire usted, no hay explicación, ni orilla, ni finitud, ni limitación... Nada de eso vale como respuesta.Por que el día que encontremos la respuesta al por qué de la existencia de mal,del sufrimiento profundo por elque tenemos que pasar casi todos los seres humanos, ese día entenderemos a Dios. Y francamente no creo que eso suceda jamás.
Y me encantaría poder rezar pidiendo que mi Dios me conceda algo, aunque no tenga sentido. Eso lo entiendo perfectamente.
Aunque no lo parezca me gusta su artículo y estoy de acuerdo con todo lo que dice, excepto en la respuesta que intenta dar a la existencia del mal.
Es algo que desde muy joven no entiendo. Y no sabe lo que lo siento.
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