Frei Betto
En la década de 1980 visité con frecuencia los países socialistas: Unión Soviética, China, Alemania oriental, Polonia, Checoslovaquia y Cuba. Estuve también en la Nicaragua sandinista. Los viajes se debieron a invitaciones de los gobiernos de aquellos países, interesados en el diálogo entre Iglesia y Estado.
De lo que observé concluí que ni el socialismo ni el capitalismo lograron superar la dicotomía entre justicia y libertad. Sin embargo, al socializar el acceso a los bienes materiales básicos y a los derechos elementales (alimentación, salud, educación, trabajo, vivienda y descanso), el socialismo implantó un sistema más justo para la mayoría de la población que el capitalismo.
De lo que observé concluí que ni el socialismo ni el capitalismo lograron superar la dicotomía entre justicia y libertad. Sin embargo, al socializar el acceso a los bienes materiales básicos y a los derechos elementales (alimentación, salud, educación, trabajo, vivienda y descanso), el socialismo implantó un sistema más justo para la mayoría de la población que el capitalismo.
A pesar de que fue incapaz de evitar la desigualdad social y por tanto las estructuras injustas, el capitalismo instauró, aparentemente, una libertad -de expresión, de reunión, de locomoción, de creencia, etc.- que no se veía en todos los países socialistas gobernados por un partido único (el comunista), cuyos afiliados estaban sujetos al “centralismo democrático”.
¿Se encontrará el ideal en un sistema capaz de reunir la justicia social, predominante en el socialismo, con la libertad individual vigente en el capitalismo? Esa cuestión me fue planteada por amigos durante años. Siempre opiné que la dicotomía es inherente al capitalismo. La práctica de la libertad que predomina en él no casa bien con los principios de justicia. Basta con recordar que sus presupuestos paradigmáticos -competitividad, apropiación privada de la riqueza y soberanía del mercado- son antagónicos con los principios socialistas (y evangélicos) de solidaridad, compartir, defensa de los derechos de los pobres y de la soberanía de la vida sobre los bienes materiales.
En el capitalismo la apropiación individual e ilimitada de la riqueza es un derecho protegido por la ley. Y la aritmética y el sentido común enseñan que cuando uno se apropia, muchos quedan desapropiados. La opulencia de unos pocos proviene de la carencia de muchos.
La historia de la riqueza en el capitalismo es una secuencia de guerras, opresión colonialista, saqueos, robos, invasiones, anexiones, especulaciones, etc. Basta con analizar lo que sucedió en América Latina, en África y en Asia entre los siglos 16 y primera mitad del 20.
Hoy la riqueza de la mayoría de las naciones desarrolladas proviene de la pobreza de los países llamados emergentes. Todavía ahora los parámetros que rigen la OMC (Organización Mundial del Comercio) son claramente favorables a las naciones metropolitanas y desfavorables a los países exportadores de materias primas y mano de obra barata.
Un país capitalista que actuase según los principios de la justicia cometería un suicidio sistémico; dejaría de ser capitalista. En los años 80, al integrar la Comisión Sueca de Derechos Humanos, fui cuestionado en Uppsala por qué el Brasil, con tanta riqueza, no conseguía erradicar la miseria, como sí lo había logrado la pequeña Suecia. Les pregunté: “¿Cuántas empresas brasileñas están instaladas en Suecia?” Se hizo un prolongado silencio.
En aquella época no había ninguna empresa brasileña en Suecia. A continuación pregunté: “¿Cuántas empresas suecas están presentes en Brasil?” Todos sabían que había marcas suecas en casi toda América Latina, como Volvo, Scania, Ericsson y SKF, pero no sabían cuántas exactamente en Brasil. “Veintiseis”, les aclaré. (Hoy son 180). ¿Cómo vamos a hablar de justicia cuando uno de los platos de la balanza comercial es tan claramente favorable al país exportador en detrimento del importador?
Que la injusticia social es inherente al capitalismo, podría alguien admitirlo. Y luego objetar: ¿pero no es verdad que en el capitalismo lo que falta de justicia sobra de libertad? En los países capitalistas ¿no predominan el pluripartidismo, la democracia, el sufragio universal?, ¿los ciudadanos y ciudadanas no manifiestan con libertad sus críticas, creencias y opiniones? ¿No pueden viajar libremente e incluso escoger vivir en otro país, sin necesidad de imitar a los balseros cubanos?
De hecho en los países capitalistas la libertad existe sólo para una minoría, la casta de quienes tienen riqueza y poder. Para los demás sigue vigente el régimen de libertad consentida y virtual. ¿Cómo se va a hablar de la libertad de expresión de la recogedora de basura, del pequeño agricultor, del obrero? Es una libertad virtual, puesto que no disponen de medios para ejercerla. Y si critican al gobierno, eso suena como una gota de agua anegada por la ola avasalladora de los medios de comunicación -televisión, radio, internet, periódicos, revistas-, que están en manos de la élite, la cual trata de infundir en la opinión pública su visión del mundo y su criterio sobre valores. Incluyendo la idea de que los miserables y los pobres son libres…
¿Por qué los votos de esa gente nunca producen cambios estructurales? En el capitalismo, debido a la abundancia de ofertas en el mercado y a la inducción publicitaria hacia el consumo superfluo, cualquier persona que disponga de un mínimo de ingresos es libre para escoger, en los estantes de los supermercados, entre diferentes marcas de jabones o de cervezas. ¡Pero intenten escoger, sin embargo, un gobierno orientado a los derechos de los más pobres! Que se intente alterar el sacrosanto “derecho” de propiedad (basado en la sustracción de ese derecho a la mayoría). ¿Por qué Europa y los Estados Unidos cierran sus fronteras a los emigrantes de los países pobres? ¿Dónde queda la libertad de locomoción?
Sin los presupuestos de la justicia social no se puede asegurar la libertad para todos.
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