Jose Manuel Vidal, en Religion Digital
“Jesús, poco antes de morir, tiempo de crisis para él y los suyos, hizo lo que tantas veces había hecho en su vida: repartir el pan. Tomad y comed, dijo, esto es mi cuerpo”. Son las palabras de la consagración. Recitadas por un coro de cientos de voces. Todas al unísono. Con profunda unción y conscientes de estar consagrando. No es una misa hereje ni masónica. Es la eucaristía que este mediodía concelebraron los 700 asistentes al XXIX Congreso de Teología, que se clausuró hoy en Madrid.
La eucaristía de clausura, organizada por el Movimiento pro celibato opcional (MOCEOP) fue un auténtico acontecimiento salvífico. Toda ella giró en torno a un “diccionario del corazón”. Porque, “como la crisis quienes más la sufren son los pobres, tener corazón, tener entrañas de misericordia, removerse el corazón…son expresiones que nos evocan la solidaridad y la bondad y misericordia de Dios”.
Una eucaristía distinta, pero “con la misma liturgia”. Eso sí, “con un lenguaje más laico, más cercano, más simbólico y más vivo”, como explica Andrés Muñoz, uno de los líderes del Moceop.
El salón de actos de la sede de Comisiones Obreras de Madrid (“no hay sitio para nosotros en la posada”) está abarrotado. En el escenario, acaba de finalizar la última ponencia del sociólogo vasco Demetrio Velasco. Una ponencia-pórtico para la misa, en la que abordó “las actitudes y los compromisos cristianos ante la crisis”.
Tras señalar que “ni la crisis que padecemos ni el mundo en que vivimos son frutos de la fatalidad, sino construcciones humanas”, el sacerdote vizcaíno denuncia la “perpetuación de un sistema capitalista tan irracional e injusto”. A su juicio, para terminar con él, “hay que deslegitimarlo”.
¿Cómo? Según el ponente, “es el momento de la praxis cristiana y de la construcción de una Iglesia institucional, que haga plausible esta praxis”. Y el centro de esa praxis es la eucaristía. Una eucaristía como “actualización de la memoria subversiva frente a los códigos y los mapas que rigen nuestro mundo, para caminar juntos hacia un mundo menos inhumano que el actual”.
Terminada la ponencia, Demetrio Velasco se queda en el escenario, junto a otros 14 miembros del Moceop, para presidir la eucaristía celebrada desde esa óptica. Aunque como decía un poco antes Andrés Muñoz, uno de los organizadores, “ésta es una misa de todos. No hay presidentes. Todos concelebramos y todos consagramos. La presidencia es compartida, pero con todos los ritos básicos”.
Una misa de doce especial. En la que, tras consagrar todos el pan, todos consagran también el vino. “Repartió también el vino. Tomad mi sangre, como transferencia de vida, que la entrego a todos los hombres y mujeres, para su salud”. Y todos elevaron sus manos hacia el cáliz. Y todos concluyeron el rito así: “Haced esto también entre vosotros. Este es el sacramento de la justicia y de la caridad”.
Antes de la consagración, se habían “concordado”, se habían puesto en sintonía, cantando y baliando al son de la música interpretada por el cantautor Domingo. Después de “concordar”, llegó el momento de “recordar”, de “traer a la memoria situaciones de crisis de la humanidad”. Se leyó el pasaje del buen samaritano y, después, con la actuación de un mimo, “como María pasamos el Evangelio por el corazón”.
A continuación, el momento de “discordar”: “En un momento de silencio interiorizamos nuestras discordancias personales y las que existen entre la sociedad y el proyecto de Jesús”. Y tras discordar, “recordar”, es decir presentar las ofrendas trayendo a la memoria los objetivos del milenio y haciendo una colecta solidaria.
Tras la consagración, el padrenuestro y la comunión. En la sala, se masca la mística militante. Son los “rojos” de la Iglesia católica española. ¿Los últimos? Hay mucha gente mayor, pero también muchos jóvenes. Porque la mística militante nunca muere.
El canto de comunión lo explicita poéticamente: “¿Sabéis lo que hizo cuando hubo hambre? Robaron el pan, partieron el pan. Un butrón en el cielo, un saqueo de estrellas. El oro del templo para comprar mazapán”. Y continúa: “Fumarse la pena, la ley por montera, perderse en amar. Soñar como niños, cantar como grillos, bañarse en su mar”.
El cantautor pregunta: “¿Sabéis lo que hizo cuando hubo amor?” Y la asamblea responde: “El Papa de Roma volvió a ser papá, la suegra de Pedro reparte rosquillas en el Concilio I de Moratalaz, cuando salió del armario Dios vestido de Mamá”.
Y de nuevo pregunta: “¿Sabéis lo que hizo cuando hubo muerte?” Y la respuesta coral: “María, la portera, hizo correr el rumor: que dicen, que dijo, que allí no había muerto. Sólo un hortelano llorando de amor: Chismes de mujeres. Ningún hombre lo vio. Y era sábado-libertad”.
Tras la comunión, llegó el momento de “incordiar al sistema, descubriendo acciones de solidaridad”, mientras, de fondo, suena el “resistiré” del Dúo Dinámico. Y para finalizar, llega la “cordura”. Es decir, “para salir de la crisis hay que hacerle caso al corazón. En estos momentos, cordura es repartir en vez de acumular, perdonar en vez de condenar”.
Entre aplausos, la celebración termina, mientras el cantautor entona: “Me niego a aceptar noches sin estrellas, días sin ternura, meriendas sin pan. Me niego a aceptar que obuses que estallan, cañones de odio, construyan la paz. Me niego a creer que el hombre no pueda hacer con su esfuerzo un mundo mejor. Me niego a creer que odio y racismo no puedan un día dar paso al amor”.
Y van saliendo de la sede del Congreso. Entre despedidas y besos, le pregunto al sacerdote secularizado de Santander, José Félix Lequerica, si la misa a la que acabamos de asistir es válida para cumplir con el precepto dominical. “No creo en preceptos, sino en la libertad ante el sábado. Pero claro que es totalmente válida”.
-¿No tenéis miedo de escandalizar?, insisto.
-Nuestra intención no es escandalizar, pero si algún timorato se escandaliza…
-Dicen que Roma podría estar estudiando la eventual reincorporación de los curas secularizados.
-Yo no volvería al ministerio.
-¿Por qué?
-Porque, para ello, tendría que cambiar el actual rol del cura. Eso sí, nunca me he ido de las comunidades de base.
Son casi las tres de la tarde. En la calle calienta el sol de justicia típico de estos días madrileños. Y en los corazones de la gente, también. La militancia no muere y los que en la Iglesia católica siguen creyendo en la utopía del Reino de Jesús y de la opción preferencial por los pobres continúan muy vivos y activos. Y dispuestos a sembrar el Evangelio en el mundo. Eso sí, sin imponerlo y con ofertas positivas a fuer de salvadoras.
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