miércoles, 24 de marzo de 2010

EL APOSTOLADO SOCIAL, OCASIÓN DE UNA EXPERIENCIA ESPIRITUAL

Martin Pochon

Este fue el tema de los encuentros de los JEMP (Jesuitas en el Mundo Popular), en Sète los días 24 y 25 de enero de 2009 y en Mours el 31 de enero y el 1 de febrero. Me gustaría intentar hacer un compendio de esas jornadas que contenían testimonios,intervenciones bastante eclécticas (como las de Georges Cottin, Guilhem Causse o Martin Pochon), y como suele ser habitual, intercambios y reflexiones fraternales reunidos en pequeños grupos, o en asambleas. En Sète fuimos 36, entre los que había 10 religiosos y 3 JVE, y en Mours 29, 9 de ellos religiosos. 

Una vida espiritual que transforma nuestra vida cotidiana 

¿Por dónde empezar un tema tan amplio? Nos hemos arriesgado a presentarlo en relación a las opiniones generales que rigen nuestras sociedades liberales. La vida espiritual es aquello que nos permite salir de las contradicciones del materialismo o incluso de un cierto humanismo ateo que, para salvaguardar la libertad del hombre, niega la trascendencia divina a la que concibe como alienante. Lo cual conlleva contradicciones internas ya que, ¿cómo se puede hablar de libertad si todo sobreviene en un mundo material dirigido por el azar y la necesidad? El azar no puede confundirse con la libertad. La vida espiritual es por lo tanto un camino de libertad razonable que permite a cada hombre y a cada mujer ir tejiendo su vida en unión con Aquel que nos la ha dado. Lejos de alienarnos, la noción de alianza fundamenta nuestras libertades. ¡Acaso su articulación y su afirmación por medio de la palabra no es aquello que nos distingue de nuestros parientes lejanos los primates!

En segundo lugar, la vida espiritual no se encuentra más que en nuestra humanidad más cotidiana, aunque esta consista, entre otras cosas, en integrar nuestros “valores humanistas” en una perspectiva escatológica. El movimiento de esta transfiguración aparece sugerido en las bienaventuranzas de Mateo:

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados”, que se convierte en la visión de Dios: “Bienaventurados los perseguidos por la justicia, pues de ellos es el Reino de los Cielos”. La justicia que buscamos promover en nuestro apostolado se inscribe así en la perspectiva de la construcción del Reino de los Cielos, en la esperanza de una unión de los corazones. Se inscribe en una fe en el sentido de la existencia, en una fe que tiene su fin último en Dios. Por ejemplo, acompañamos a alguien en su formación profesional: su historia ya no será únicamente un recorrido humano con sus éxitos, sus fracasos, sus fuerzas y flaquezas psicológicas; puede convertirse en una historia santa, en una relectura; la persona puede darse cuenta cómo Dios le da la vida, una vida que se afianza y que perdura, que llama a otros tras de sí. Nada de lo que se da se pierde.

Discernimientos fundacionales

Abrirnos a esta trascendencia nos abre a lo inesperado de Dios, a la vida del Espíritu, y nuestra tradición ignaciana nos ofrece herramientas inestimables para reconocerla. Distintos discernimientos nos han conducido a vivir un apostolado social, a vivir en las fronteras y en las fracturas de nuestra sociedad  “con los pobres y en medio de los pobres”, tal como nos invita de forma renovada la CG35. (1,15).

Discernimientos espirituales activos, que muestren su efectividad con el paso del tiempo. Como puede ser el caso, por ejemplo, de uno de nosotros que todas las noches, al regresar a la ciudad en la que reside su comunidad, sienta en su interior una gran ligereza y una gran alegría, cuando lo que le rodea realmente no ayuda a ello. Alegría de corazón y de espíritu al reunirnos con aquellos a los que Cristo nos ha invitado a amar, como a todos los demás, pero de un modo prioritario.

Discernimientos fundacionales que dan sentido a nuestras acciones. Nos permiten seguir frente a las dificultades, frente a las situaciones de lucha. Uno de nosotros evocaba este fundamento de su fidelidad a propósito de su misión en un hospital del Chad.

Estar en las fronteras, sobre las fracturas, de ahí la importancia de convertirse en puentes, ser pasarelas, tejer lazos: entre el centro de las ciudades y los barrios periféricos, entre los franceses de origen galo y los de origen árabe, entre la cultura francesa y las culturas del mundo, entre la fe cristiana y las demás religiones… Ser testimonio, modestamente, de que establecer lazos es posible, que siempre es positivo salir de los estereotipos y descubrir a las personas, hacerles un sitio, enriquecerse mutuamente, convertirse en hermanos –reencontrarse con los hermanos es una profunda experiencia espiritual, pero descubrir nuevos hermanos lo es todavía más.

Vivir en los suburbios es por lo tanto una experiencia

1) De reconciliación: sin querer convertir los suburbios en una pequeña ciudad, sino planteándonos su incorporación y sus lazos con la gran ciudad. El suburbio es un problema que se le plantea a la ciudad y a través de ella a toda la sociedad. Es descubrir en los excluidos, hacia los que nos dirigimos, a unos hermanos: “Poco a poco se han convertido en hermanos, en realidad y en esperanza, y mi propia relación con Dios se ha intensificado. Dios se convertía aún más en Padre de todos y yo me volvía su hijo de forma más plena, incluyendo mis propias contradicciones internas, mis suburbios internos, las zonas excluidas, los recuerdos borrados, las partes mías que no quería ver a fin de parecer más presentable”.

El apostolado social nos lleva a afrontar la adversidad: coches quemados, apartamentos robados, frases provocadoras... Adversidad en la que en ocasiones aparecemos a priori como adversarios o como elementos contradictorios. ¿Cómo pasar de las contradicciones, de las posturas encontradas irreductibles, de las películas de buenos y malos, al reconocimiento de las diferencias, a la articulación de los contrarios?

Cambiando de eje relacional: pasar de árabes/franceses a vecinos de rellano/jóvenes parados, posicionándose juntos para intervenir desde la sociedad HLM3 de la que todos somos vecinos. Estableciendo puentes, ya que sabemos cómo hacerlo. Ya no estamos en la era de la lucha de clases, vivimos en una época de llamamiento al reconocimiento mutuo, con las exigencias que esto conlleva. Salir de posicionamientos contradictorios, es también una forma de experimentar el perdón concedido y recibido.

2) De tensión interior: establecer puentes entre diferencias y divisiones ya que “La frontera tiene un doble significado: puede ser simplemente el lugar de encuentro entre dos personas, dos culturas, donde cada uno recibe al otro dentro de su particularidad y ofrece al otro lo mejor de sí mismo, dando aquello que uno tiene y de lo que el otro carece. Pero la frontera tiene otro significado en contradicción con este: es el lugar de ruptura, que se traza como una herida para separar del cuerpo social a un grupo determinado de personas”. En esta perspectiva, los puentes técnicos y geográficos, las instituciones-puente como la AFEP4 el LP del Marais o la AJE son importantes puesto que se encuentran situadas entre el centro de la ciudad y los suburbios.

3) De engendramiento en su triple dimensión: social, intelectual y espiritual. “Lo que hace al hombre comienza en lo que hace a una sociedad humana, la calidad del vínculo entre las personas que la constituyen, y ese vínculo se funda en una doble experiencia, en dos diálogos, el diálogo de promesa y el diálogo de perdón, siendo la posibilidad del segundo la que fundamenta al primero”.

a) El apostolado social a menudo nos pone en contacto con personas heridas: reconocer en ellas el rostro de Cristo nos obliga a no quedarnos a nivel de las apariencias y de las capacidades humanas. Aún más que en otros medios, nos vemos conducidos hacia una verdad, no podemos escondernos tras los conocimientos, las buenas maneras o el juego de las apariencias y del poder, puesto que estas personas se han visto dañadas precisamente por aquellos que viven de las falsas apariencias. Identifican de forma instintiva nuestras actitudes más recónditas, nuestros miedos y nuestras dudas ante ellas. Nos ayudan a ser nosotros mismos.

b) Vivir la riqueza de un primer destino lleva a querer unirse a “los más pobres”, tal como nos cuenta Anne-Marie: ella trabajaba para la Misión Local y las exigencias de este organismo le llevaron a poner en primer lugar a los jóvenes que estaban más próximos a conseguir un empleo. Ella sin embargo decidió irse a vivir con los que tenían más dificultades a la hora de encontrar trabajo y buscar en ellos el rostro de Cristo. Son ellos los que la hicieron descubrir a Cristo y desde entonces no lee el Evangelio de la misma manera. El apostolado social nos enseña a reconocer en el otro el rostro de Dios o, más bien, son aquellos con quienes nos encontramos los que nos lo enseñan, los que nos enseñan a ser auténticos. Dios se muestra en su desnudez cuando la pobreza nos despoja de todos nuestros oropeles mundanos.

c) Vivir en estos lugares, tal y como muchos nos cuentan, es aprender a confiar en Dios para poder destacar su amor ante aquellos a quienes somos enviados, ya que trabajar con los pobres siempre conlleva atraer cierta cantidad de problemas y dificultades. Uno de nosotros evocaba sus dificultades a la hora de llevar a buen puerto una primera salida con los jóvenes del barrio, dificultades para encontrar un transporte adaptado hasta que, finalmente, la “Providencia” le permitió llegar hasta el final y concluir positivamente la experiencia. Aprender a confiar en Dios, aprender a confiar en los demás, puesto que la Providencia a menudo pasa a través de personas concretas cuyo Espíritu alegra al corazón… Aprender a vivir la unidad en la diferencia.

Sinergia entre el apostolado social y las instituciones escolares jesuitas

El apostolado social nos lleva a vivir la riqueza de las complementariedades asociativas o institucionales: casas de barrio, centros sociales, parroquias, instituciones clásicas, comunidades religiosas masculinas y femeninas. También nos lleva a trabajar con las instituciones escolares de la Compañía: la reciente reunión de Lourdes ha sido una buena ocasión de tomar conciencia de las sinergias existentes, de descubrírselas a aquellos que no las conocían, y de ampliarlas. Nos gustaría favorecer el desarrollo de esas sinergias en el transcurso de nuestras próximas reuniones del apostolado social.

Martin Pochon SJ - París, Francia

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