Pedro M. Lamet (04/03/10)
Hace un mes mi compañero y amigo Juan Masiá me pidió que presentara en Madrid su último libro,Vivir en la frontera (ed. Nueva Utopia), que, como su mismo nombre indica, recopila una serie de artículos de este autor sobre temas fronterizos. Le respondí que “de mil amores”, pero le sugerí que para evitar lo del “jesuita presentando a jesuita ”buscara a alguien que lo pudiera hacer desde fuera, por ejemplo un laico conocido.
Al cabo de un tiempo recibí la convocatoria de la presentación en la que intervendríamos Benjamín Forcano, por la editorial, el presidente de Congreso de Diputados, José Bono, y un servidor. Pues bien, anteayer cuando me encontraba en el aeropuerto para tomar un avión a San Sebastián, donde pronuncié una conferencia sobre “Jesus de Nazaret en la novela y el cine conteporáneos”, recibí una llamada de mi superior provincial en la que me pidió cordialmente pero con firmeza que no asistiera a ese acto que se celebra hoy, 4 de marzo, en el salón de actos de los Escolapios.
Como entendí que era una decisión que afectaba a mi voto de obediencia no acudiré al acto. Pero, como al mismo tiempo había dado mi palabra y a última hora desbarataba el programa de la presentación, comuniqué a mi superior que haría pública la razón de mi ausencia. La motivación esgrimida por el superior es que la Compañía no puede respaldar con la presencia de un jesuita un acto, para el que, según él, Masía no cuenta con los correspondientes permisos del provincial del Japón, bajo cuya jurisdicción se encuentra. Mi intuición me dice que, dada la inmediatez de la medida, probablemente detrás gravita la llamada del algún importante mitrado.
En todo caso he presentado mis disculpas a los organizadores del acto al que siento no asistir por la amistad que me une desde hace muchos años con Masiá y por este feo totalmente ajeno a mi voluntad. Pero ello no me impide ofrecer en este blog el texto completo de esta presentación impresentada. Lo hago por razones de conciencia y porque pienso que mis palabras pueden ayudar a un conocimiento más cabal de la verdadera personalidad de Juan Masiá. Estoy seguro que mi falta no restará brillantez alguna al acto y que los asistentes disfrutarán de las intervenciones de mis colegas y buenos amigos Bono, Forcano y Masiá.
PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE JUAN MASIÁ “VIVIR EN LA FRONTERA
“
Un koan en la tradición zen es un problema que el maestro plantea al novicio para comprobar sus progresos. Muchas veces el koan parece un problema absurdo, ilógico o banal. Para resolverlo el discípulo debe desligarse del pensamiento racional y aumentar su nivel de conciencia para adivinar lo que en realidad le está preguntando el maestro, que trasciende al sentido literal de las palabras. La meditación del koan ayuda a dar un salto y alcanzar el despertar interior o iluminación (satori). Uno de los koan más famosos atribuidos al maestro Linnji dice así: “Si te encuentras con Budda, mátalo”. Una frase que para cualquier ortodoxo provocaría escándalo. Sin embargo el maestro Zuzuki la explica así: “Mata a Budda si Budda existe en alguna otra parte. Mátalo porque deberías asumir tu propia naturaleza de Budda”. Y es que quedarse en el pensamiento, en la norma, el concepto, la palabrita, nos impide crecer como personas, romper códigos, encontrarnos con la verdad. Esta es la tarea que de algún modo se ha planteado últimamente Juan Masiá Clavel con sus libros, sus conferencias y sus aparentes provocaciones.
Aunque Juan Masiá ha salido en muchos titulares de periódicos, en realidad es un gran desconocido. Él y yo nacimos el mismo mes del mismo año, marzo de 1941, y casi el mismo día; ingresamos a la par en el noviciado de Aranjuez de la Compañía de Jesús e hicimos por tanto juntos la iniciación de jesuita en los tardíos cincuenta, todavía herederos del rigor de la posguerra, y también juntos pronunciamos los votos. Ambos somos del signo piscis y por tanto proclives a la sensibilidad artística, a un cierto, más o menos disimulado, narcisismo, y desde luego, como se ha podido comprobar, al interés por la religión, la fe y la mística.
Estas vidas confluyentes se transformaron en paralelas cuando él fue destinado al Japón donde llegaría a ser profesor de filosofía de la Universidad Sofía, más tarde experto en bioética y últimamente publicista, escritor de amplio espectro. Mientras, yo me quedaba en España entregado, como todo el mundo sabe, a la siempre arriesgada labor periodística y a la creación literaria. Por todo ello, como podéis imaginar, para mí hoy es una satisfacción intervenir en este acto en el que más que presentar su excelente libro, como otros han hecho, voy a intentar trazar un breve pero sustancioso perfil de su autor.
Juan, aunque algunos crean lo contrario, tiene poco del enfant terrible y “hombre peligroso” con que muchos le identifican. Los que le conocemos de cerca lo percibimos como un murciano dulce, algo tímido, de exquisito y sencillo trato, amigo de sus amigos, muy sensible a los débiles y marginados, y sobre todo profundo buceador de la conciencia humana. El calificativo que más le conviene, pese a las apariencias, es el título de probablemente su mejor obra de antropología filosófica en la que define al hombre como “el animal vulnerable”. ¿Vulnerable Juan Masía? ¿No se diría todo lo contrario cuando ha aparecido tan seguro y valiente en sus afirmaciones de bioética y en sus críticas institucionales que le han acarreado censuras y prohibiciones?
Dicen que los tímidos pueden estar callados y escondidos durante años. Así había permanecido Juan durante décadas, en su gabinete de Tokyo, entregado a sus luminosas convergencias entre Unamuno y Ortega con la filosofía nipona, y tendiendo un apasionante puente entre Oriente y Occidente. Sus libros aparecían en japonés -él solía decirme que era una gran ventaja porque, ¿sabes? en Roma nadie sabe una palabra de japonés- y él era, y aún lo es, consultado incluso por los obispos del país del Sol Naciente, una sociedad pagana donde los católicos son tan minoritarios que nadie se molesta en mirar con lupa a los considerados teólogos progresistas.
Mi querido compañero y amigo Juan Masiá tuvo la delicadeza, durante un viaje a Japón, al que fui a recabar datos para mi biografía del gran Pedro Arrupe, de acompañarme y servirme durante muchos días de humilde traductor. Recuerdo dos anécdotas significativas de aquel viaje. Un taxista que después oírle hablar en japonés hizo una gran inclinación y exclamó: “Jamás he oído a un occidental hablar japonés como usted”. Y, aunque yo no entiendo ni palabra de esa complicada lengua, he de reconocer que, cuando la habla, se produce en Juan un extraño mimetismo. Os lo aseguro, se le cambia la cara, se le transmutan los ojos y la sonrisa; a Juan se le pone cara de japonés. Un fenómeno que también dulcifica, como he comprobado incluso a algunos compañeros más duros y recios castellanos.
La otra anécdota, que ambos hemos recordado hasta la saciedad, ocurrió en un templo zen de la sagrada ciudad de Nara, cuando, sentados en el suelo y tomando un té con un monje budista de cabeza rapada, frente a un recortado jardín japonés, éste me dijo: “Sé plenamente el ser que ya eres”. Juan me indicó que la traducción literal del término empleado por el bonzo venía a ser: “Requetehazte el ser que ya eres”. San Agustín lo formuló de otra manera en una famosa sentencia mística, que (según él) le fue revelada en un sueño por el mismo Cristo: “No me buscarías si no me hubieses encontrado”.
Yo creo que esta frase resume bien la aventura de Juan como profesor, escritor y conferenciante: la búsqueda de la autenticidad, de la coherencia y de la libertad del ser que en el fondo era, es y siempre ha sido Juan Masiá. Y es que, durante su aún reciente actividad en España, donde estuvo impartiendo además de Antropología Filosófica clases de Bioética, el tímido Juan Masiá estalló y no tuvo rebozo de decir todo lo que pensaba. Claro, España no es Japón; ni nuestra jerarquía se ha olvidado del todo de custodiar a la grey como en los tiempos del nacionalcatolicismo; ni nuestro país ha superado plenamente los funestos tics del clericalismo enfrentado en dos bandos; ni un titular de periódico se lee todavía aquí como una opinión, sino como una agresión. Le pese o no al nuevo laicismo, todavía lo que dice un cura en España va a misa, y perdóneseme la redundancia.
Por otra parte Juan es un demócrata, un hombre dialogante, y no necesita que todo el mundo esté de acuerdo con él. Lo que sí necesita, lo que sí necesitamos todos es que él pueda expresarse en libertad en la Iglesia, donde ya Pío XII veía necesaria la existencia de una opinión pública, cosa imposible si te amordazan a la primera de cambio.
Este libro escrito con una prosa que fluye desenfadada y tranquila como las flores del loto en un riachuelo, es su mejor retrato, pues muestra a un hombre en la frontera. La frontera es siempre un límite complicado, de refriegas y desgarros, pues supone tender puentes, hacer de “pontífice”, y eso exige tener un pie en cada lado. Hoy en la Iglesia se pide desde la restauración wojtyliana, como decía un amigo no fidelity, sino high fidelity; tener los dos pies en la más inflexible ortodoxia, con lo cual nadie puede ayudar a los del otro lado. El padre Arrupe y la Compañía también nos han pedido a los jesuitas ser hombres de frontera en la fe, las culturas y los grandes desafíos que provoca la injusticia y el neoliberalismo imperantes.
Muchas veces le he dicho a Juan que hay que conocer el auditorio al que uno se dirige: que no es lo mismo a hablar a fieles de la calle Serrano que a obreros de Vallecas; a los paganos o budistas japoneses, que a los católicos neoconservadores de la España neolaicista. Pero él no me hace caso. Quizás porque quiere hacer de koan en esta sociedad, “matar al buda” de una sociedad encorsetada por tópicos del pasado y condenas farisaicas, que en una palabra pretende hacerla despertar. Digámoslo claro: Juan Masía es un provocador. Los provocadores se pueden equivocar; pueden, como todo el mundo, confundir su “ego” con la verdad. Pero son absolutamente necesarios para que un colectivo humano progrese. Sobre todo, cuando la provocación, como en este caso va dirigida precisamente contra la cerrazón, la miopía y la carencia de apertura al diálogo.
En Japón hay un baño vertical caliente que se llama furo y que utilizan todos los miembros de la familia uno tras otro, no para enjabonarse, sino para relajarse desnudos antes de cenar. Juan me criticó un día, con un símil esclarecedor, la gente que en la Iglesia “se mete en el furo con bañador”. Necesitamos desnudarnos de muchas cosas para recuperar el Evangelio. Masiá nos desnuda y esto da miedo, porque deja a la gente a la intemperie.
Como muestra de esta libertad de espíritu, quiero terminar con un párrafo suyo, que comparto, en Vivir en la frontera, el libro que hoy presentamos: “Ninguna espiritualidad tiene derecho al monopolio de lo sagrado. Ninguna religión tiene derecho al monopolio de lo divino. Ninguna de las iglesias hermanas tienen derecho al monopolio del Espíritu de Cristo, que sopla, donde, cuando y como quiere sin que lo controlemos. La Presencia del Espíritu de Vida subsiste también en la Iglesia católica, a pesar de que sus miembros traicionemos el soplo de ese Espíritu con nuestros exclusivismos, inclusivismos y rechazos del pluralismo fomentado por el mismo Espíritu. Subsiste igualmente en las iglesias hermanas y en las otras religiones (…) Todos estamos en camino, in via, en búsqueda continua de Espíritu de Vida. Dentro de cada Iglesia no detentamos el monopolio del Espíritu, sino creemos y celebramos lo que ya está ocurriendo fuera: que para su soplo no hay barreras. El Espíritu nos quita el miedo al cambio, a la diferencia, a la pluralidad y al fantasma del relativismo. Porque el Espíritu nos enseña que lo único que no cambia es su soplo que nos hace cambiar ‘haciéndolo todo nuevo’”.
Gracias, Juan, por estas palabras, por tu libro y por tu difícil misión en la Iglesia. Te digo lo que me dijo una vez el padre Arrupe ante un tema espinoso sobre el que tenía que escribir, con un nuncio bastante enfadado por medio: “Vaya usted a la capilla, medítelo en silencio ante el sagrario, y aquello que sienta en lo profundo de su ser, hágalo libremente”. Eso hizo él, y todos recordamos muy bien lo que le sucedió. Que tu verdad, Juan, ojalá “la verdad”, te siga haciendo libre.
Pedro Miguel Lamet
2 comentarios:
Querido Pedro Miguel:
Veo que comparto contigo y con Juan Masiá la “piscidad”, aunque sea un piscis de la cosecha del 40, y que también puedo caber bien en la “foto”: “proclives a la sensibilidad artística, a un cierto -más o menos disimulado- narcisismo, y desde luego, como se ha podido comprobar, al interés por la religión, la fe y la mística”.
A través de tu presentación y sin haber leído (todavía) el libro de Juan Masiá, creo que podría afirmar un amplio consenso (y quizás casi total) con lo que dice, sobre todo recordando, como participante habitual de los llamados Ejercicios de Lamiarrita, lo que nos dijo durante aquella semana de agosto del 2008. Mis impresiones quedaron resumidas en una carta al que sería nuestro “predicador” el año siguiente. Si la quieres leer: "La novedad de Lamiarrita 08'" (http://www.tinet.cat/~fqi_sp04/novedad_08_sp.htm).
Permíteme una breve anotación. Un amigo me ha preguntado si la frase que citas (“No me buscarías si no me hubieses encontrado”) es de San Agustín o de Pascal (como él siempre había creído). Una rápida búsqueda por Internet nos dice que es de Pascal y, más concretamente, el 553 de sus Pensées. Mi amigo me advierte que hay diversas numeraciones según las ediciones (ésta es la correspondiente a Brunschvivg; el 919 sería la de Lafuma y el 717 a Le Guern). En la rápida búsqueda por Internet (una herramienta siempre peligrosa y que debería ser “para mayores con reparos”, también he visto que es citada como de San Agustín, pero sin aportar la cita exacta. Ya alguien me dijo que en este mundo de “enciclopedias y diccionarios” todos se van copiando transmitiendo los errores originales.
Para descartar la autoría de San Agustín y dar cumplida respuesta a mi amigo he hecho dos llamadas a antiguos profesores míos de la Facultad de Sant Cugat. La respuesta (uno de ellos es “especialista” en San Agustín) es que esta frase no es de San Agustín, aunque tenga ciertamente un fondo agustiniano. (Discursos 34 2.5 [CCL 41, pp. 424.426] “Quid eligimus, nisi prius eligamur?", "Non potestis amare me, nisi habueritis me"). Estas frases y sus citas las he encontrado en Internet, por lo cual no sé cuál será su grado de exactitud ni si podríamos encontrar otras frases de él más apropiadas.
Como compañero jesuita me gustaría comentar tu gesto de “obediencia”. ¿Es ésta una obediencia acorde a una vida religiosa que quiere seguir existiendo dentro de las coordenadas de la post-modernidad? Quizás has hecho un flaco servicio al futuro de la vida religiosa. A veces en mi sindicato me ponían como criterio a seguir los del Banco Bilbao Vizcaya: de la misma manera que decía que un sindicato (sobre todo si se las daba de “alternativo”) no era un Banco, también hay que decir que la obediencia en la Compañía no es la de un partido político o la de un sindicato.
Sirvan estas líneas para continuar nuestra correspondencia (Mi correspondencia con Pedro Miguel Lamet)
Con toda cordialidad
Miquel Sunyol
www.sunyol.net/miquel
Me pierdo, lo siento, me pierdo entre S. Agustín, Sto Tomás, Pascal, S. Pablo, los dogmas, las encíclicas, los catecismos aunque sean renovados. Me pierdo´. Solamente creo entender los evangelios. No veo que en ningún momento salga la palabra obediencia y sí leo la palabra libertad. A lo mejor tambien me la he perdido.
Supongo que no soy quien para opinar; no puedo entender los motivos de alguien que desconozco y que pertenece a una orden cuyos motivos de sus reglas también dezconozco.
Pero referente al último párrafo del texto de Sr. Sunyol, voy a atreverme a opinar para decirle que pienso lo mismo que él.
Un cordial saludo y perdonen la osadía , pero siempre podrán no publicarlo si creen que no procede.
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