sábado, 20 de marzo de 2010

INTRODUCCION A MARCEL LEGAUT (7)


Modernidad y vida espiritual
Iniciamos este curso reproduciendo un relato personal mío, publicado en 1994, con el título de Recuperar la espiritualidad. Realmente me siento responsable de haber promovido en este ATRIO de búsqueda libre y laica del sentido profundo de la realidad, este Curso de Introducción a Marcel Légaut. Era lo mínimo que podía hacer para dar testimonio de quien considero que me hizo un gran bien: preparar el terreno interior mío para que, al dejar la clerecía por un acto de coherencia y libertad que se retrasó hasta mis 59 años, no necesitara rebotarme de mi vida anterior sino más bienapropiarme de todo lo bueno vivido antes.
       Por eso pude continuar sin demasiado esfuerzo con tareas que había iniciado antes, como la de dirigir IGLESIA VIVA. No me he dedicado expresamente, como Domingo Melero, a traducir los escritos y cultivar el recuerdo documentado de Légaut, pero nunca ha estado ausente de mi vida. Y al ver cómo en este curso-taller a algunas personas les cuesta entender eso de que Légaut pueda ser un buen compañero de búsqueda, haciendo una pausa a lo que llevamos del curso, quiero volver sobre el otro escrito mío –dos en el total de veinte años no me convierten en “experto”– que creo puede ser útil para esta finalidad dedistendida sesión de repaso.
       Empecé a escribir el artículo en 1991, para un número que IGLESIA VIVA quería escribir para conmemorar el centenario de San Juan de la Cruz. Nos encargamos Fernando Urbina y yo de prepararlo. Fernando estaba ya entonces a punto de morir, herido por el abismo depresivo al que le había llevado la profunda involución de su Iglesia. Pero me dugirió el planteamiento general y me recomendó ponerme en contacto con la cúspide de la orden carmelitana, cuyo general era entonces Camilo Maccise, un mejicano magnífico que aceptó escribir sobre “El encuentro de la teología de la liberación con la mística”. El número salió en el verano de 1992, muerto ya Fernando, con este título: San Juan de la Cruz y el resurgir de la mística. Quien quiera puede ver el sumario, buscando el 161 en el Índice de números.
       Pues bien, ante este comité de expertos que programaron el número, tuve la osadía de proponer una relación entre Marcel Légaut y Juan de la Cruz. Y la aceptaron con gusto, Y tuve que escribir. Y hoy al releerlo veo que no está mal. A alguien podrá  resultar útil.  Quien quiera lo tiene aquí completo con su título: Marcel Légaut: modernidad y vida espiritual
       Aquí voy a extractar los párrafos principales del artículo, relacionándolos con los temas y dificultades surgidas hasta el momento y resaltando palabras y frases clave:
1. ¿A qué viene eso de empezar un camino de personalidad a partir del amor y la paternidad? Tras muchos años de espiritualidad sentimental y doctrinal que me recomendaba una ascética para reprimir los instintos y “agere contra”, me encontraba con un anclaje positivo a la realidad y lo expresaba así:
  Para Légaut la vida espiritual debe surgir de las experiencias fuertes que constituyen la persona humana como tal. Y tres son para él las experien cias básicas que forman al hombre como persona: el amor, la paternidad y la muerte. La experiencia del amor y de la paternidad o maternidad, que salvo excepcio nes se desarrollará en la densa aventura que es el amor conyugal y la fami lia, invitará a la persona a ascender con realismo y base firme hacia ese saber reci bir la presencia del otro como don, saber estar y ser plenamente para el otro con respeto de su ser, pues al otro no se le puede poseer. El amor y la paternidad o maternidad, que tienen una base instintiva, invitan constantemente a una obra espiritual por la que el hombre se acerca a Dios y se hace crea dor, aun aceptando su carencia de ser experimentada crudamen te en la evi dencia de los propios límites y en la anticipación lúcida de la propia muerte.
             Si realidades como el amor humano, los hijos y las creaciones inte lectuales o artísticas no sólo no son estorbo, sino camino necesario para la obra espiritual, para Légaut no se debe seguir una ascética de renuncia a ultran za a lo creado para ascender a lo increado. En una equivocada tenden cia a ir por principio contra las inclinaciones naturales del hombre, descubre Légaut la causa de tantos fracasos y desvaríos espirituales. Porque Légaut distingue entre bienes creados que atraen al hombre y que el hom bre puede poseer, cuya compulsiva apetencia normal mente distrae y frena el creci mien to espiritual, y bienes especí ficamente humanos que invitan al hombre a un crecimiento en la línea del ser, a tras cender se a sí mismo y caminar hacia Dios por unas bases realmen te sólidas. La profundidad de Légaut cuando analiza el elemento de misterio sa presen cia inasible que hay en toda expe riencia específicamente humana –un amor verdadero, un hijo en los brazos, una obra con cluida, una emo ción estética, una idea precisa–, donde lo más propio y cercano de uno se identifica con lo más trascendente a uno, me recuerda tanto el “Pasó por estos valles con presura” como la experiencia trascendental que para Rahner acompaña todo auténtico acto de inteligencia de lo creado. Pero, para Légaut, estas huellas y presencias de Dios están no sólo en contados momen tos de emoción poética o elevación intelectual, sino en los cotidianos paque tes de experiencia que son el amor, la paternidad y la muerte.
Una nota: En el último párrafo, antes de las cursivas, hago referencia a la “experiencia trascendental que para Rahner acompaña todo auténtico acto de inteligencia de lo creado”. Está ahí resumido el efecto que produjeron algunos capítulos del libro Curso Fundamental sobre la fe: introducción al concepto de cristianismo (Herder, Barcelona 1984). Creo que es la mejor obra del gran teólogo. La leí con detención el mismo año que se publicó. Y comprendí bien esa experiencia indirecta (o en oblicuo) de Alguien presente en un acto de entender un objeto o resolver un problema. El trascendente me ha hecho posible esa intelección o visión interior, pero si dirijo mi atención directamente a él, ni entiendo ni veo nada. Es la esencia de la mística, de la fe y del cristianismo. Lo que me dí cuenta es que Rahner no hacía un análisis semejante con el acto de amar y a la intelección interior del hombre Jesús de Nazaret, como hace Légaut. Y que hace demasiadas cabriolas para justificar el superconocimiento directo del objeto trascendente que supone todo el dogma católico.
2. La obediencia no sirve para promover un hombre espiritual. Sólo el ejercicio creador de su libertad. Lo cual implica aceptar el riesgo y la inseguridad. Acababa de tomar decisiones radicales en mi vida sin que nada ni nadie pudieran asegurarme que había hecho lo correcto,
             El humanismo de la espiritualidad de Légaut no es por tanto un dato a explicar, como en otros autores espirituales, donde está implícito porque la cultura de su tiempo no se lo permi tía explicitar. Como también es evi dente el lugar primordial que ocupa en él la libertad individual. En la medi da en que el hombre trabaja y profun diza en su humanidad, en el fondo de su concien cia, tiene que decidir y crear su propia vida, respondiendo lo más que pueda a las exigencias interiores que sólo él puede oír. Ahí se encuentra el hombre en la más absoluta soledad y nadie le puede ayudar desde fuera. Ahí, en la atenta escucha de lo más profundo de sí y en el creador ejercicio de su libertad, se encuentra con Dios, que sólo le acompaña, pero no le libra de esa irrenuncia ble tarea de optar. Las normas y reglamen tos han podido servir propedéuti camente en otras épocas. Ha podido en otra época conside rarse la obediencia a la ley como virtud. A medida que avanza la obra espi ritual –el camino interior dirían otros– la obediencia tiene que dejar paso a la fideli dad, lo mismo que en otro aspecto la doctrina tiene que procurar que surja la fe. Lo que va a conducir al hombre espiritual, maduro en ade lan te, va a ser la fe y la fidelidad. Fe en el miste rio insondable de sí mismo, del otro y de Dios, y fidelidad al sentido y misión de la propia vida, que se descu bre en los acon tecimientos, la memoria de lo vivido, las pre­sen cias interpelantes  –sobre todo la de Jesús–  y la escucha interior. Ya no son sufi cien tes la doc trina y la obe dien cia, sumisamente acep tadas, a riesgo de decaer del vigor espiritual en la rutina. Sólo por este camino la místi ca sigue el cami no de madurez humana seguido por Jesús, y sólo así es presentable al hom bre moderno occidental.
             ¿Quién dará seguridad al hombre espiritual, al místico dirían otros, de que esas opciones tomadas conducen su vida hacia su plenitud de ser y de verdad, hacia la misión única con la que Dios espera que el hombre colabore en la construcción del mundo y del Reino? Ninguna autoridad exterior puede tener la última palabra, ninguna evidencia interior puede destruir totalmente la duda de si se está acertando. El hombre debe ir apren diendo a convivir con esa incertidumbre que por otra parte le hace siempre buscar, revisar, escuchar más profundamente. Esto le evita caer en el fana tismo. El verdadero espiritual tiene un respeto infinito por la libertad y la misión del otro. Nunca intentará imponer o definir a los demás. Pero tampo co será una caña llevada por el viento. Poco a poco, a través de pequeños signos –claridades interiores que quedan como faros, paz y orden en la vida cotidiana– irá fortaleciéndose la conciencia de fidelidad a su propia misión, de la que irá dando testimonio humilde, sin pretender proponerla a nadie como norma.
3. La cuestión de las técnicas sólo ayudan pero no fundamentan el trabajo espiritual.
             Muchos han confundido espiritualidad con métodos para la medita ción. Y tal vez por eso dirigen con frecuencia su atención a la experiencia oriental de relaja ción, meditación y vacío. Siempre me impre sionó lo lejos que estaban los en cuentros con Légaut y sus libros de cual quier considera ción metodológica. Tal vez por eso es difícil asimilarlo, pues lo que con fre cuencia esperamos los huma nos, cuando nos acercamos a un libro o a un maestro, son fórmulas y recetas. Los métodos de oración importados de Oriente, que parecen renovar los antiguos ejercicios de oración, sencillamen te no le interesaban, aunque era vecino de uno de los mayores introductores [del yoga y la meditación trascendental] en Europa, Durkheim, a quien conocía. Para él todo eso eran técnicas [o itinerarios concretos], que cada uno puede utilizar con fruto siem pre que no distraigan del objeti vo de la obra espiri tual, dar sentido y plenitud a la propia vida real [seguir el propio itinerario, no imitar el de otro]. Tam bién él tenía sus técnicas, que seguía con puntualidad –”mis pequeños feti ches”, decía con ironía–, pero sabiendo su carácter contingente y relativo. Por ejemplo, media hora de música clásica al atardecer, seguida de silencio y una oración. O la misa dominical en la parroquia, aunque fuese tradi cio nal, como signo de comu nión y contraste de su espiritualidad con la realidad de su iglesia como es. Pero ni en la música, ni en la liturgia del tipo que sea, ni en el yoga o la medita ción trascendental encontrará el hombre la receta para su obra espiri tual, la de buscar el sentido de su propia vida y progresar en la fidelidad a su misión.
             En lo que sí estaba cerca de los místicos orientales y de cualquier tipo de mística era en la seguridad de laconfluencia profunda de todos los hombres que toman en serio el trabajo espiritual y buscan el sentido último de todo en el interior de sí mismos. En la medida que este trabajo va dando sus frutos, independientemente del método seguido y de la doctrina de ori gen, se puede ir alcanzando lo que es universal a todo hombre y a toda experien cia espiritual. Légaut distingue muy bien lo universal de lo general. Lo univer sal se descubre o se nos revela, surgiendo de lo profundo del hombre, en la medida que éste va llegando a su autenticidad de ser. Jesús es univer sal. General en cambio es una forma o doctrina que, tal vez por saberla surgida de un hecho universal, se intenta hacer válida para todos los hom bres y épocas. La pretensión de poseer una verdad o religión general es el origen del fundamentalismo. El verdadero ecumenismo, que une tanto la fidelidad a la propia tradición como el respeto y escucha del otro, sólo será posible en el cristiano que viva el valor universal de Cristo, aun sabiendo que las fórmulas e instituciones cristianas no son sencillamente generaliza bles. 
4. La laicidad de Légaut. Desde la perspectiva del número de Iglesia Viva yo insistía más en que Légaut no iba hacia la negación de Dios o el ateísmo. Hoy me preocuparía menos esta acusación pues hemos avanzado mucho en asunción de laicismo, de una espiritualidad laica pre o ultra cristiana.
             Es tanto el cuidado que tiene Légaut por depurar el lenguaje y no utilizar en vano el nombre de Dios, que en algunos escritos da la impresión, al lector apresurado, de que se trata de un intento de espiritualidad atea, o al menos no cristiana. Nada más lejos de lo vivido por Légaut. Su obra básica “El hombre en busca de su humanidad”, que podría confundirse a primera vista con una antropología o una psicología, está encabezada por este texto “Et Verbum caro factum est”, para indicar que su apasionada búsqueda hacia la plenitud de hombre iba encaminada a –y seguramente iniciada por– la inteligencia de la plenitud de Cristo Jesús. ¿Cómo entender a Jesús por dentro si uno no ha profundizado en serio en su propia humani dad? ¿Cómo entrar con Jesús en relación personal con el misterio de Dios, si uno no ha entrado con toda su persona en el misterio de sí mismo?
5. Y finalmente una cuestión que hoy todavía preocupa y ha salido en atrio es si este camino es para intelectuales maduros o viejos… Me parece que hoy repetiría esta formulación que entonces expresaba y mucho más. Seguramente Camilo Maccise hoy lo comparte: el entusiasmo por la teología y práctica de la liberación necesita que no sólo se pretenda liberar a los pueblos sino hacer personas con una base interior más profunda que la adhesión a una teología o ideología. Sólo una persona que enraíza el hacer en el ser auténtico permanecerá en pie tras los repetidos fracasos en las luchas de liberación.
Por otra parte también los jóvenes son capaces de ver al acompañante trascendental que llevan consigo algunas experiencias de su vida juvenil. Sobre ello escribió el dominico canadiense Louis Roy un interesante artículo en el nº 139 de IGLESIA VIVA, que dejo abierto al público en la página correspondiente, como complemento a todo esto.  
             Una espiritualidad así, que llama a lo profundo a partir de la memo ria de lo vivido, parece a algunos que es excesivamente elitista. Son raros los espíritus que pueden emprender este viaje de forma tan personal. El pueblo necesita propuestas espirituales más sencillas y tangibles. Y sobre todo parece que se excluyen del camino propuesto por Légaut los jóvenes que aún no tienen un bagaje suficiente de experiencia en su biografía. Mu cho podríamos decir sobre cómo Jesús y Pablo dosifican sus enseñanzas según la capacidad del que recibe. Para unos hay andaderas de normas y reglamentos, para otros el alimento maduro del espíritu. Pero no se puede tratar a todos como niños e infantilizar la Iglesia. Incluso las doc trinas y normas que haya todavía que proponer hoy, deben prever el desa rrollo posterior de las personas y no impedirlo. En varios libros Légaut hace el análisis de lo que distingue una estructura religiosa de autoridad de otra de llamada. El cristianismo surgió como religión de llamada, aunque, por la inmadurez de los tiempos tal vez, se fuese transformando en religión de autoridad. Sólo si vuelve a convertirse en lo que fue, podrá aportar algo al hombre del futuro.

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