Domingo Melero
«La paternidad» (capítulo III de El hombre en busca de su humanidad)
I. En esta entrega, lo fundamental es el texto de Légaut, compuesto por un resumen y selección de fragmentos del capítulo sobre «la paternidad».
II. Diez observaciones y reflexiones sobre las ideas del capítulo de Légaut sobre la paternidad.
Como ya hizo una vez Antonio, he escrito un primer comentario con diez ideas que quizá pueden ser útiles.
1. Observaciones lingüísticas. En este punto, tengo en cuenta algunos de los interesantes comentarios del hilo de Atrio que se viene tejiendo en torno a este curso/taller; especialmente, los comentarios sobre el lenguaje, y, más en concreto, sobre los términos «hombre», «ser humano», etcétera. Ahora viene la «paternidad» y, bueno, quisiera decir algo al respecto. Nuestras lenguas reflejan la diferencia de sexos y asimismo la desigualdad entre ellos, que se da en nuestras sociedades. Es importante ser consciente de esto, pero en lo que respecta a Légaut, añadiré lo que sigue.
1.1. Su capítulo «La paternidad» se ajusta a una de las características del libro al que pertenece: ser una «especie de testimonio». Como dice Légaut en su Introducción:
Lo universal sólo se percibe a través de lo particular. Y tanto más se manifiesta lo universal cuanto con mayor vigor y precisión se explicita lo particular, sea cual sea su carácter singular. (Ver Entrega 1, punto II. 2.)
Légaut fue consciente de lo particular de su aportación sobre la paternidad. En una ocasión dejó claro el “desde dónde” de este texto. Fue en una charla de 1963 (sobre la paternidad de autoridad y la paternidad de llamada), en donde se puede leer:
(…) me voy a fijar en una paternidad muy particular, en la paternidad del padre hacia su hijo. De manera que, para ser riguroso, dejo de lado hoy la paternidad, por ejemplo, de un padre hacia su hija. Por el momento dejémosla de lado. Y tampoco confundamos la paternidad con la maternidad: hay un abismo entre ambos. Así que, de momento, sólo os voy a hablar de la paternidad del padre hacia su hijo.
Los libros (o los textos) de itinerario son útiles justo porque no generalizan e indican sus límites. En este caso, desde dónde habla el autor. Por eso no sustituyen a nadie, y sólo son útiles (y además, indirectamente) en la medida en que suscitan reflexiones y prolongaciones en sus lectores.
1.2. En una Presentación de HBH, abordé la cuestión del uso del término «hombre» según sus dos significados principales, que dependen del mini-sistema léxico en que el término se sitúa: o bien «animal, hombre, dios», o bien «hombre, mujer». Para abreviar, me remito a la entradilla de dicha Presentación.
1.3. El término «paternidad» tiene asimismo, en el lenguaje corriente, dos significados distintos según a quién se refiera: (1) puede ser el sustantivo abstracto de los «padres» en el sentido de «padre y madre», y (2) puede ser el sustantivo abstracto de «padre», distinto de «madre» y, por tanto, de «maternidad». El castellano, como otras lenguas románicas, no tiene una raíz específica para los «padres» en el sentido de padre y madre, como tienen el alemán, eltern, o el francés y el inglés,parents. Y esto tiene sus desventajas.
Cuando, en los textos de Légaut, la «paternidad» se relaciona con el «amor humano», o cuando se relaciona con la «filiación», es probable que su precisión sea diferente a cuando se habla del padre y de su relación con el hijo.
1.4. Otra cuestión es el contenido del propio término de «paternidad». En el Diccionario de la RAE (reflejo del uso lingüístico), se puede leer:
«paternidad. (Del lat. paternĭtas, -ātis). 1. f. Cualidad de padre. 2. f. Tratamiento que en algunas órdenes dan los religiosos inferiores a los padres condecorados de su orden, y que los seculares dan por reverencia a todos los religiosos en general, considerándolos como padres espirituales».
Dejemos –por ahora– la segunda acepción (que el Diccionario no ha mejorado en años), y preguntémonos en qué consiste esta «cualidad de padre». Para ello, podemos consultar las entradas: padre y paternidad, madre y maternidad, hijo y filiación.
En ellas encontramos: (1) que la base de los términos es biológica, conforme a la reproducción de los mamíferos; (2) que los términos, dichos de un sujeto, se entienden simpre en relación con otro sujeto (no hay paternidad, por ejemplo, sin filiación); (3) que lo común y principal de ser padre, de ser madre y de ser padres es ser origen, causa, principio, raíz, de una descendencia, familia o linaje. En sentido figurado: ser autor o creador de unas obras de ingenio (autor yautoridad vienen de augere, que significa aumentar, hacer progresar); y (4) que la protección y el cuidado (y su contrario: el desamparo y el abandono) es un segundo rasgo que se recoge en expresiones que van desde el amor-dedicación («amor de madre») hasta el poder de castigar, con expresiones tan tremendas y conocidas como: «le dio una paliza de padre y muy señor mío».
1.5. Pasemos, ahora, del lenguaje al derecho y a la historia. La institución familiar, así como el derecho familiar, han variado en el transcurso del tiempo. Desde la inclusión de los siervos en la familia; desde el derecho sobre la vida y la muerte por parte del “pater familias” romano; desde el derecho de venta de los hijos por parte de los cabezas de familia patriarcales hebreos (Éxodo, 21, 7; Nehemías, 5,1), hasta la actualidad, pasando por mejoras importantes (y no tan lejanas) como la equiparación de hijos legítimos e ilegítimos, la patria potestad compartida, etcétera.
En las lenguas antiguas de las que proceden las nuestras, ser padre biológico (genitor) y ser padre social y jurídico (pater) no era lo mismo. La diferencia entre la paternidad biológica y la paternidad jurídica (tal como ocurre ahora en los casos de adopción), así como la prevalencia de la paternidad jurídica sobre la biológica, era una característica de la sociedad romana. La entrada “pater” del Ernout-Meillet (Dictionnaire étymologique de la Langue Latine, París, Klincksieck, 1985) dice, por ejemplo:
«pater, -tris, m.: padre. Término genérico. Corresponde con mater, igual que pappa, tata con mamma. Pater no indica la paternidad física, más bien indicada por parens y por genitor. Pater tiene un valor social. Es el jefe de la casa, el dominus, el pater familias; es el varón que representa la serie de las generaciones (…) término de respeto que se usa al hablar de los hombres y de los dioses: Iuppiter, pater omnipotens (…). El valor social, y por consiguiente religioso, depater que se observa en latín es herencia indo-europea. En el Rigveda, se lee varias veces pitá, “pater”, al lado de janitá, “genitor”; y pitá se dice de diversos personajes, especialmente dyaúh, nombre del cielo luminoso (cfr. Lat. Iuppiter, ombr. Ju-pater). Por otra parte, skr. pitárah, como lat. patres, designa a los “antepasados”, y el término tiene un valor religioso al tiempo que social.
1.5. En fin, todo esto (y más) se acumula (como sabemos) en el substrato de los nombres de una realidad como la «paternidad», compleja por extensa y por intensa.
En medio de todo esto, Légaut se fija, a partir de su experiencia y de su reflexión, en dos elementos sobre todo: (1) las dos etapas de la paternidad en tanto que «llamada» a ir más allá de una función social y recorrer el camino hacia ser plenamente humano (como una «estrella –dice– en el firmamento»), y (2) el papel que juega la «fe» en el tránsito de una a otra etapa.
2. En efecto, quizá la aportación más importante de Légaut (aportación que desconozco que alguien haya expuesto antes) es la distinción de dos tipos de paternidad. El enfoque de Légaut es que el padre que quiere serlo hasta el final es el que recorre el camino que lleva de una paternidad a otra (de la paternidad «de autoridad» a la «de llamada»; términos que bien pueden ser otros), y el que descubre, en ese proceso, la carencia de ser y la fe.
Sin duda, en la maternidad hay un camino parecido entre dos tipos de maternidad, aunque con rasgos diferentes. Légaut aventura, en la charla antes mencionada, que la «maternidad de llamada» incluye la sabiduría de combinar la cercanía y la ligereza cuando el hijo ya es adulto, pues la cercanía sola, si se perpetúa más allá del primer tiempo, lleva a lo contrario de la ligereza.
En cualquier caso, lo fundamental del recorrido, según Légaut, es tomar conciencia del paso de la confianza a la fe, al que el padre y la madre están llamados. Y, por parte del hijo, el paso de la obediencia a la fidelidad, del que depende que avance en su propio camino; paso en el que una «vigorosa independencia» muchas veces es necesaria durante un período intermedio.
La distinción de dos tipos (y no sólo de dos etapas) de paternidad y de filiación es, pues, fundamental. Con independencia de su sucesión, hay que insistir en que hay dos tipos de paternidad (y de maternidad). Además, en cierto modo, ambas ya se dan desde el comienzo aunque predomine una de ellas. Aunque al principio predomina (y es bueno que lo haga) la «paternidad de autoridad», ésta puede llevar dentro y estar animada por la «paternidad de llamada», que lo bueno es que vaya creciendo. Del mismo modo, en el hijo, aunque al comienzo predomina la obediencia, ya sin embargo ésta puede estar inspirada por un arranque personal y de fidelidad.
3. Hay un fragmento de Paradiso, una famosa novela de 1966, del cubano José Lezama Lima, en que el parlamento de la madre a su hijo, que retorna de una manifestación en la Universidad, es un ejemplo de la «fe» de «llamada», que es lo contrario del miedo.
– Mientras esperaba tu regreso, pensaba en tu padre y pensaba en ti, rezaba el rosario y me decía: ¿Qué le diré a mi hijo cuando regrese de ese peligro? El paso de cada cuenta del rosario era el ruego de que una voluntad secreta te acompañase a lo largo de la vida, que siguieses un punto, una palabra, que tuvieses siempre una obsesión que te llevase siempre a buscar lo que se manifiesta y lo que se oculta. Una obsesión que nunca destruyese las cosas, que buscase en lo manifestado lo oculto, en lo secreto lo que asciende para que la luz lo configure. Eso es lo que siempre pido para ti y lo seguiré pidiendo mientras mis dedos puedan recorrer las cuentas de un rosario. Con sencillez yo le pedía esa palabra al Padre y al Espíritu Santo, a tu padre muerto y al espíritu vivo, pues ninguna madre, cuando su hijo regresa del peligro, debe de decirle una palabra inferior. Óyeme lo que te voy a decir: No rehuses el peligro, pero intenta siempre lo más difícil. (ver bibliografía, abajo)
4. Légaut, en HBH –ya lo dijimos–, pone entre paréntesis el fondo cristiano de sus reflexiones pese a haber reconocido, en su Introducción, ser él de hecho cristiano. Légaut ofrece su ensayo, en efecto, con independencia de cualquier confesión o concepción, filosófica o religiosa. En este sentido, Légaut busca una especie de fe adámica, es decir, una fe primordial, anterior o independiente de la fe abrahámica, mosaica, islámica, cristiana, budista, humanista secular, etcétera, podríamos decir.
Es curioso, sin embargo, que no se le atribuya la fe a Adán. No obstante, por otra parte, no es de extrañar pues él, en el paraíso, «veía» a Dios… Ello indica, una vez más, que la fe se entiende normalmente como creencia; y que, además, la creencia se entiende como un “mal menor”, a falta de visión.
Esta observación lleva lejos: la fe de Jesús, en la medida en que la fe se entiende como creencia, tampoco tenía (ni tiene todavía) un lugar reconocido en la teología. Y, sin embargo, una vez que se diferencia la fe de la creencia, y una vez que se adopta una perspectiva como la de Légaut, que descubre que la fe es la actitud fundamental del hombre ante la vida y ante la propia «carencia de ser», se intuyen las posibilidades reflexivas de pensar en la «fe en sí mismo» de Jesús; de pensar, además, en su «fe», más allá de la confiaza, en sus discípulos. Es más, si se adopta esta perspectiva, ¿cómo no abrir la propia meditación a la idea de “la fe de Dios”, es decir, a la afirmación de que “Dios es fe”, si fe se entiende en este sentido?
5. Légaut explora, a través del amor humano y de la paternidad, el ámbito espiritual. Profundizar en la experiencia humana es el camino que tenemos para aproximarnos con sentido a lo impensable de Dios. No en vano el hombre es imagen suya, según venerables fórmulas antiguas.
Si en el tiempo actual, la capacidad simbólica de la paternidad está de baja, ello se debe, en parte, a una falta secular de reflexión sobre lo que realmente es la paternidad, que es algo más que una función biológica o social por un tiempo. El hecho de que sobre Dios hayan hablado sobre todo gente sin experiencia real de lo que es ser padre o madre, seguro que también ha contribuido a que se haya hablado pobremente de la paternidad y de la maternidad y de su alcance espiritual.
La paternidad y al maternidad sólo son, pues, imagen válida de Dios, para los hombres en su mayoría de edad, si ambas se conciben como «de llamada». Un simple recurso a la maternidad en el sentido de ternura de Dios (Légaut hablaría de “cercanía”), siendo útil, no va muy lejos si no incorpora el hecho de que el ser humano sólo es niño y menor de edad un tiempo, y su camino es llegar a ser adulto y autónomo. En este sentido, Dios no es término de necesidad en el sentido de indigencia (y aquí entra la cuestión de la oración de petición), sino que es término de alteridad a partir de una cierta plenitud.
Dios es, como dice Légaut, la discreción misma, el respeto mismo del hombre adulto. No es el Dios inmediata y mágicamente presente, y tampoco es el Dios ausente cuya ausencia (y silencio) es sólo el espejo en negativo de la forma de presencia anterior.
6. El párrafo de «por la fe» del final del capítulo de Légaut puede recordar la misma expresión que se encuentra en el capítulo 11 de la Carta a los hebreos. Pero además proviene de Kierkegaard, que afirmó, al final de su Temor y temblor, que «la fe es la pasión más alta del ser humano». Légaut fue hombre de pocas lecturas pero, en una entrevista, confesó que este libro de Kierkegaard, junto con un libro sobre Heidegger y otro de Nietzsche le impresionaron profundamente.
Quien dice «pasión», como Kierkegaard, puede decir su contrario, «virtud», en el sentido hondo del término. Pero Légaut, para obviar los equívocos de uno y otro término, prefirió hablar de «actividad». (No fue, en cambio, Légaut lector de Bergson ni de Blondel, aunque sabía quiénes eran y los valoraba; pese a que Blondel, según Légaut, no acabó de estar a la altura, durante la crisis modernista, por una concepción del sacrificio y de la obediencia que él, Légaut, no compartía. Légaut simpatizaba más con Laberthonnière, pero esto es demasiado meternos en detalles.)
7. El término «autoridad» («paternidad de autoridad») tiene mala prensa y con razón. Sin embargo, autoridad (en un sentido parecido al de “autoridad moral”) puede distinguirse de “poder” y de “influencia”. En tal caso, no es un término opuesto a libertad. Aún se puede entender esto bien si recordamos el verso del Mío Cid: «Dios, qué buen vasallo, si hubiera buen señor».
8. Légaut dice que la paternidad es un paso más, después del amor humano. El hecho es que no escogemos a nuestros hijos, ni nuestros hijos nos escogen a nosotros, a diferencia de lo que ocurre en el amor humano, en el que, en principio, a partir de la atracción y del enamoramiento, elegimos, consentimos. Por eso la paternidad llega más adentro que el amor humano. Es anterior a la libertad de escoger. Apela a la libertad de asumir lo que nos viene dado. Así como el hombre y la mujer se encuentran y se conocen cuando ya están algo hechos, el padre y el hijo se encuentran cuando no puede haber más distancia entre la experiencia de ambos. Otra idea del capítulo es que la paternidad y la maternidad, ser alguien el padre o la madre de unos hijos forma parte de aquello para lo que uno ha venido al mundo (Légaut hablará de misión, distinguiéndola de función).
9. No obstante, por eso mismo que la paternidad y la maternidad llegan más adentro, son relaciones en las que la «vigorosa independencia» del hijo es importante, y a veces, el único camino para que el padre, por ejemplo, descubra la paternidad de llamada.
Ejemplos literarios como el de Cordelia en El Rey Lear, o el de Segismundo respecto de Basilio en La vida es sueño o, entre los cuentos populares, el caso de Blancanieves, ilustran este proceso «vigorosa independencia» del que depende la conversión o no del padre o de la madre, y el reencuentro adulto del hijo con ellos.
Comparadas con estos relatos (no religiosos pero espirituales), las dos parábolas del tipo «un padre tenía dos hijos» de los Evangelios suelen entenderse de una forma en que predomina la obediencia y no la fidelidad, así como la paternidad de autoridad y no la de llamada. El arrepentimiento del hijo, a partir de una situación precaria, no se suele comentar en una clave en la que la filiación adulta aparezca.
10. En la perspectiva de Légaut, la paternidad y la filiación tienen entre sí una relación directamente proporcional, y no inversamente proporcional. El ser del padre y del hijo no están en una relación rival sino al contrario: cuanto más el padre es padre como corresponde en una etapa dada, tanto más el hijo puede ser hijo a su vez; y a la inversa, igual. Cambiar el modo de pensar (y de imaginar) la relación entre elementos es capital. Así en la pareja; o en la forma de concebir la relación entre el hombre y el mundo o el hombre y Dios; o en la de concebir la fe y la razón. En este último caso, por ejemplo, no es cierto, como suelen pensar unos y otros, que a más fe, menos razón, o que a más razón, menos fe. La fe, como decía Légaut, no es conocimiento sino «fermento» del conocimiento. Esta forma de concebir la relación (no entre cosas o cuerpos u objetos que se disputan un espacio, sino entre personas que se complementan) es capital en la búsqueda de una nueva espiritualidad.
Bibliografía:
Texto completo del fragmento de Paradiso, de José Lezama Lima.
* * * * *
GUÍA DE LECTURA
Por Antonio Duato
Si alguien ha llegado hasta aquí, tras leer todo el resumen y extractos del capítulo 3º sobre la paternidad y los DIEZ puntos (el 1º desglosado en cinco apartados) del comentario, será un héroe, pero estará agotado…
Es más probable que haya recorrido lo anterior, buscando ayuda.
Yo voy a poner sólo TRES puntos:
En el capítulo resumido y extractado hay cosas que sintonizarán más o menos con lo que uno vive. Son frases que se pueden subrayar y quedarse en ellas. Yo me quedo hoy con esta: “la fe del padre en sí mismo y la que tiene en su hijo resultan inseparablemente solidarias”. Fe, no confianza. En el misterio que siendo lo más íntimo mío (el intimius intimo meo de Agustín) me desborda. Y en esa vida, que siendo la obra más mía (de las madres aún de manera más patente), es la menos “mía” pues no es para mí sino para él o ella misma.
Del punto 8º de Domingo escojo esta frase, aunque habrán otras muchas que otro subrayaría: “ser alguien el padre o la madre de unos hijos forma parte de aquello para lo que uno ha venido al mundo”. Buscamos el sentido –la misión– de nuestra vida, prescindiendo incluso de creencias o doctrinas recibidas, como aquel primer punto los ejercicios ignacianos: “El hombre es creado…”. Légaut intenta descubrir a partir de las experiencias fundantes de la persona un “principio y fundamento para el mundo de hoy”, no el de San Ignacio. Y estos primeros capítulos de El hombre en busca de su humanidad” apuntan a eso.
Más que hacer preguntas hoy invitaría a subrayar frases concretas. Y tal vez comunicarlas y comentarlas. Eduardo Soto (y otros antes) lo acaba de hacer en un comentario a la entrega anterior. Creo que más que quedarse en discutir lo que es propio de las circunstancias de Légaut (ya Domingo habla mucho de eso) nos haría bien fijarnos en frases sueltas que nos han hecho reflexionar. Y ya aviso que la entrega próxima será una pausa-repaso reproduciendo un escrito mío de hace dieciocho años que al releerlo ahora he dicho (como decía Légaut de sus libros): “pues no está mal, aunque alguna cosa cambiaría ahora”.
lunes, 1 de marzo de 2010
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