Hace treinta años que comienzo la homilía de este día con la misma explicación. A pesar de ello, descubro una y otra vez, que hay personas que no se han enterado de la diferencia entre Inmaculada Concepción y Concepción virginal de María.
“Inmaculada” hace referencia al momento en que María fue concebida. Esa doctrina nos dice que María fue concebida sin ningún rastro de pecado, incluido el “pecado original”, desde el primer instante. Como por otra parte es doctrina de la Iglesia que María no cometió pecado alguno, quiere decir que nunca tuvo la más mínima mancha de pecado.
La virginidad hace referencia a la concepción de Jesús por María. Es tradición común en la Iglesia, que María concibió a Jesús, no como los demás seres humanos, es decir, mediante el concurso de una mujer y un varón, sino que la parte que correspondía al varón la suplió el Espíritu Santo...
La doctrina de la Inmaculada es un dogma, proclamado por Pío IX en 1854, es decir, hace más de siglo y medio. Puede ser interesante recordar el proceso histórico que llevó a esta formulación.
Ni los evangelios ni los Padres de la Iglesia hablan para nada de María inmaculada. La razón es muy simple, no se había elaborado la idea que hoy tenemos del pecado original. Así de sencillo. El concepto de pecado original, tal como ha llegado hasta nosotros, fue elaborado por S. Agustín.
En cuanto se creyó firmemente, que todos los hombres nacían con una mancha o pecado (mácula), se empezó a pensar en una María in-maculada. Este pensamiento caló muy pronto en el pueblo sencillo, siempre abierto a todo lo que estimule su sensibilidad. En el siglo VII ya se celebraba una fiesta de la Inmaculada.
Durante toda la Edad Media, se mantuvo una violenta discusión entre los “inmaculistas” y los “maculistas”. Entre los más de doscientos teólogos importantes, que no creían en la inmaculada, encontramos a figuras tan destacadas y tan marianas como San Bernardo, San Alberto Magno, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino. Esto nos muestra que lo que pensaban no tiene nada que ver con la mayor o menor devoción a Maria.
San Bernardo, el santo más devoto de María, dice en el año 1140:
“Esa invocación (Inmaculada) ignorada de la Iglesia, no aprobada por la razón y desconocida de la tradición antigua”.
Hay que dejar claro que la discusión se centraba en un punto muy concreto: ¿La santificación de María, que nadie discute, se realizó en el “primer instante” o “un instante después?"
Fue Juan Duns Escoto el que, por fin, dio con el argumento “decisivo”. “A Dios le convenía que su madre fuera inmaculada. Como Dios, puede hacer todo lo que quiera. Lo que Dios ve como conveniente lo hace; luego Dios lo hizo” (y se quedó tan ancho).
Ni la idea de Dios ni la idea de salvación ni la idea de pecado original que se manejaba en aquellas discusiones, puede ser sostenida hoy. ¡Tantos esfuerzos teológicos y tantas discusiones para nada!
Aunque la realidad del pecado original es un dogma, los exegetas nos dan hoy una explicación del relato del Génesis que no es compatible con la idea de pecado original desarrollada por S. Agustín: “una tara, mancha o defecto, casi físico, que se trasmite por generación a todos los hombres”.
Menos sostenible aún es que la culpa la tengan Adán y Eva. La arqueología nos está demostrando, cada día con mayor claridad, que no ha existido ningún Adán creado directamente por Dios. El paso de los homínidos al “homo sapiens” ha sido mucho más gradual y lento de lo que nos habíamos creído. No digamos nada del paso de los simios a los homínidos. En ese proceso que ha durado millones de años, no hay manera de colocar una línea divisoria entre un simio y lo que sería un ser humano.
El pecado, incluído el original, no es ningún virus o bacteria que se pueda traer o llevar, quitar o poner. El primer “fallo” (¿pecado?) en el hombre, es consecuencia de su capacidad de conocimiento. En cuanto tuvo capacidad de conocer y por lo tanto de elegir, falló. El fallo no se debe al conocimiento, sino a un conocimiento limitado, que le hace tomar por bueno, lo que es malo para él. La voluntad humana elige siempre el bien, pero ella no es capaz de discernir lo bueno de lo malo, tiene que aceptar lo que le propone el conocimiento.
Lo que todos heredamos es esa limitación radical para conocer claramente el bien. Esta carencia no es ningún fallo de la criatura, sino que pertenece a su misma esencia. Sin limitación no podría haber creación. Una criatura perfecta, sería el mismo Dios.
El concepto de pecado como ofensa a Dios por la que puede tomar represalias, necesita una revisión profunda y urgente. Creer que la acción de un hombre puede influir en lo que Dios es, no tiene ni pies ni cabeza. Creer que los errores que comete un ser humano pueden causar una reacción por parte de Dios, es ridiculizarlo. Dios es impasible, no puede cambiar nunca. Es amor y lo será siempre y para todos.
Al fallar, yo me hago daño a mí mismo y a las demás criaturas, nunca a Dios. Sea yo lo que sea, la oferta de amor por parte de Dios se mantiene siempre invariable. Pero esa oferta no la puede hacer Dios desde fuera de mí. Para Él no hay afuera. Lo divino es el fundamento, la base de mi propio ser. Nada puede cambiarlo. Ahí puedo volver en todo momento para descubrirlo y vivirlo. La salvación de Jesús consiste en que nos mostró el camino de esa realidad.
El dogma dice: “por un singular privilegio de Dios”. En sentido estricto, Dios no puede tener privilegios con nadie. Dios no puede dar a un ser lo que niega a otro. El amor en Dios es su esencia. Dios no tiene nada que dar, o se da Él mismo o no da nada. Nada puede haber fuera de Dios. Además no tiene partes. Si se da, se da totalmente, infinitamente. Lo que nos dice Jesús es que Dios se ha dado a todos.
Esto no quiere decir que María no sea un ser extraordinario. Al contrario desde aquí es desde donde podemos valorar la grandeza de su singularidad. Ella fue lo que fue porque descubrió y vivió esa realidad de Dios en ella.
Todo lo que tiene de ejemplaridad para nosotros se lo debemos a ella, no a que Dios le haya colmado de privilegios. Puede ser ejemplo porque podemos seguir su trayectoria y podemos descubrir y vivir lo que ella descubrió y vivió. Si seguimos considerando a María como una privilegiada, seguiremos pensando que ella fue lo que fue gracias a algo que nosotros no tenemos, por lo tanto, todo intento de imitarla sería vano.
Hablar de María como Inmaculada tiene un sentido mucho más profundo que la posibilidad de que se le haya quitado un pecado antes de tenerlo. Hablar de la Inmaculada es tomar conciencia de que en un ser humano (María) hubo algo, en lo más hondo de su ser, que fue siempre limpio, puro, sin mancha alguna, inmaculado.
Lo verdaderamente importante es que, si se da en un solo ser humano, podemos tener la garantía de que se da en todos. Esa parte de nuestro ser que nada ni nadie puede manchar, es nuestro auténtico ser. Es el tesoro escondido, la perla preciosa. Para descubrir esa realidad “inmaculada” tenemos que bajar hasta lo más hondo de nuestro ser.
Si intentamos bajar a esas profundidades, descubriremos primero los horrores de nuestro falso yo. Será como entrar en un desván lleno de muebles rotos, ropa vieja, telarañas, suciedad. Al encontrarnos con esa realidad, la tentación es salir corriendo, porque tendemos a pensar que no somos más que eso. Pero si tienes la valentía de seguir bajando, si descubres que eso que crees ser, es falso, encontrarás tu verdadero ser luminoso y limpio, porque es lo que hay de divino en ti...
Si celebramos hoy una fiesta de María Inmaculada es para descubrir la cercanía de Dios en ella y a través de ella. En ella podemos encontrar las maravillas de Dios hechas realidad y palpables.
Pero lo singular de María es que hace presente a Dios como mujer, es decir, podemos descubrir en ella lo femenino de Dios. Para una sociedad que sigue siendo machista debería ser un aldabonazo. Esto es lo que hace a María atractiva, porque Él se manifiesta en la misma esencia de María.
María es grande porque descubrió y vivió lo divino que había en ella. No son las cualidades externas, ni los capisayos que nosotros le hemos puesto a través de los siglos, los que hacen grande a María, sino haber descubierto su mismo ser fundado en Dios y haber desplegado su vida desde esta realidad fundante.
La necesidad de esta fiesta de María, es consecuencia de una desviación a la hora de proclamar exclusivamente la divinidad de Jesús, hasta el extremo de olvidarnos que fue un ser humano como nosotros. Todas las herejías cristológicas se han producido por excesos: o bien se afirmaba que Jesús era demasiado humano, negando su divinidad; o se potenciaba tanto la divinidad, que se negaba prácticamente su humanidad.
Nadie ha hablado nunca ni se le ocurrirá hablar, de un Jesús inmaculado. ¿Por qué? Sencillamente, porque nos hemos imaginado que no es hijo de Adán. Si es verdadero Dios, es impensable que pueda tener mancha alguna. Solo el que puede tener una “mácula” puede ser inmaculado. Fijaros bien. María fue liberada del pecado original por los méritos de Cristo, pero Jesús no necesitó que nadie le salvara; ni siquiera se tuvo que salvar él mismo. No es fácil de asimilar.
Meditación-contemplación
“Él nos eligió, antes de crear el mundo, para que fuésemos inmaculados”.
Esa elección es para todos sin excepción.
No es una posibilidad sino la realidad fundante que me hace ser.
Descubrirla y vivirla sí depende de mí.
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No es nada fácil descubrir lo divino que hay en ti,
porque está escondido bajo toneladas de basura.
Mi tarea, que puede durar toda una vida,
es apartar la porquería y llegar hasta el tesoro.
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No dejes que nadie te convenza de que eres basura.
No te desanimes.
No basta con haber oído que está ahí.
Es necesario experimentar esa presencia de manera inequívoca.
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