José M. Díez Alegría, en 'Teología en broma y en serio'
Pero ¿quién piensa en el secuestro de Jesús por parte de la iglesia?
El secuestro ha consistido en quitar de en medio a Jesús para poner en su lugar a la iglesia. A la operación han ido contribuyendo, a través de la historia, sobre todo los jerarcas y, en general, los «hombres de iglesia».
Naturalmente el secuestro se ha realizado con guante blanco. Un poco como esos secuestradores (alguno ha habido), que tratan a cuerpo de rey al secuestrado.
El Señor está sobre las nubes, en un retiro celeste. Lo que cuenta en la tierra, es la iglesia. A Jesús lo tienen los «hombres de iglesia». Y hay que ir a ellos, para poder llegar a Jesús. (Que luego, en el fondo, casi no es llegar, porque los hombres de iglesia están siempre al acecho para decirte que ellos dominan tu relación con Jesús, y te lo quitan si tú no haces lo que a ellos les dé la gana).
Yo no digo que la acción de secuestrar haya sido realizada de mala fe. Habrá habido algo de mala fe, quizá larvada, en algunos o en muchos. Y habrá habido en otros, a lo mejor en muchos o en muchísimos, perfecta buena fe. Pero el secuestro está ahí.
En vez de ir a Jesús y ponerse en contacto con él, y creer vitalmente en El (es decir, entregarse a su persona, y vivir la liberación inestimable de la fe en El), lo que hay que hacer es «entrar en la iglesia». Como quien entra en un edificio grandioso, en parte de mal gusto, en cuyo fondo, fondo, hay un icono resplandeciente, hierático y mudo, que te contempla con grandes ojos quietos.
Pero los que se mueven por allí son los hombres de iglesia. Ellos mandan. Con ellos hay que entenderse. A ellos hay que obedecer. De lo contrario, no hay Cristo que te valga, porque ellos son los amos, y Cristo tiene que estar a lo que ellos digan.
Pero el secuestro de Jesús se realiza también por gente personalmente digna, llena de «celo por las almas». Si nos descuidamos, se realiza un poco por todos. Por el establecimiento» eclesiástico, sus funcionarios y sus jerarcas.
El fiel no puede simplemente amar a Jesús y buscar la inspiración del evangelio. Ha de amar a Jesús y a la Iglesia, e inspirarse en el evangelio, siguiendo la doctrina del magisterio de la iglesia. Y al final no es el evangelio la medida con que hay que justipreciar la doctrina del magisterio de la iglesia, sino que el magisterio es la vara con que hay que medir el evangelio.
Porque luego resulta que amar a la iglesia no es querer a los hombres que creen en Jesús, sino obedecer a la jerarquía.
Con esto, Jesús queda cada vez más lejos, más encerrado en una urna. Y la gente se encuentra con los hombres de iglesia. Y la gente, la buena gente del pueblo, hambrienta y sedienta de justicia, no cree en ellos, porque le ha perdido el miedo al poder de esos hombres de hacerla entrar en la boca de Lucifer el mayor.
Es absolutamente necesario liberar a Jesús del secuestro de que ha sido víctima desde hace casi dos mil años.
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