¿Dónde ha estado Dios en 2010?, me decía una persona por Internet. No se trata de convencer a nadie. El respeto a la libertad es fundamental en todo diálogo humano. ¿Quién no ha soñado ante un recién nacido? ¿Qué llegará a ser de mayor? Todo es posible para una vida que empieza. El mundo y el futuro le van a pertenecer; ya le pertenecen. Su mañana está por hacer. En lo sencillo, en lo pequeño, en lo humilde, en un Niño indefenso, en Alguien entrañable, se hace presente Dios.
El Niño, que su madre cubre entre pañales, al calor del suave respirar de animales, en un establo de las afueras, rodeado de pobres, es Alguien capaz de hacer saltar por los aires los esquemas de los prepotentes y avaros que se fabrican dioses domesticables. Es radical frente al funcionamiento del templo y también radical en su solidaridad con el pueblo sencillo en su conflicto con “el poder” y así se ganará a pulso su condena a muerte de cruz, el suplicio de los esclavos.
El Niño que nace en Belén es raíz, es despojo de su gloria divina en la Encarnación hasta la Muerte en Cruz. En su corta vida humana se enfrenta a la cruda realidad de una existencia cargada del peso de la maldad de la injusticia y el desprecio de los falsos profetas instalados en el poder. Con el triunfo de la Pascua se convierte en Cristo, cuando es restablecido por el Padre en el esplendor de la divinidad y es celebrado Señor por todos los seres humanos y por el Cosmos. Dios exalta a su Hijo confiándole un “nombre glorioso” que en el lenguaje bíblico indica a la persona misma y su divinidad.
En la Navidad del 2010, Cristo lleva todavía los signos de la Pasión de su verdadera humanidad. Para los cristianos, en el ámbito de la fe, Navidad deja de ser el sueño de unas fiestas. Es algo profundo y misterioso. Dios se viene a vivir entre nosotros. Ha llegado el momento en que Dios habla y actúa desde dentro, desde la naturaleza humana encarnada en lo divino para experimentar la unión de lo divino y lo humano. En el Nacimiento conoce las alegrías y las tristezas de la humanidad para transformarla haciéndola renacer a su imagen.
Dios se encarna en la humanidad para que el ser humano pueda ser libre, haciéndole participe de la divinidad. El Dios de la Navidad es Padre-Madre y nos invita e inspira a vivir en plenitud. Nos alienta a luchar por la justicia, la solidaridad, la paz. Nos nutre y educa y jamás nos abandona aunque nosotros nos olvidemos de Él. Los cristianos de ahora estamos llamados al compromiso de “bajar de la cruz a los crucificados actuales”, víctimas de quiénes generan lógicas perversas que configuran el mundo de forma tan hiriente y terriblemente tan desigual.
Navidad es una llamada al compromiso sociopolítico comprendido y realizado desde la opción de los pobres. Navidad es la hora de la fe en el porvenir y la confianza en el presente: de creer en la utopía y vivir intensamente la entrega personal. Es la hora de de la solidaridad, de compartir, de amar. El Niño de Belén, convertido en Cristo en su Resurrección, en el esplendor de la divinidad, abiertas las puertas de la Esperanza, se revela cercano a nosotros en el sufrimiento, en la muerte y llamándonos a participar y gozar de su eternidad gloriosa. Anunciar hoy a Dios es defender la libertad del ser humano, vivir la solidaridad, ser voz de los sin voz.
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