jueves, 30 de diciembre de 2010

MARGINALIDAD, UN CAMINO SIN RETORNO

Carlos Carnicero

Poca gente conoce lo que se esconde detrás de un homeless , de un vagabundo. En muchas ocasiones, es la consecuencia de una vida trucada por un naufragio económico familiar: un padre de familia se queda en el paro, su compañera también, comienzan a beber, se produce el divorcio y el final es dormir debajo de unos cartones de por vida. La historia es antigua, pero hay algunos elementos fundamentales para entender lo que significan los daños colaterales de las crisis económicas.

The Grapes of Wrath, de John Ernst Steinbeck, Jr, traducida al español con el nombre de Las Uvas de la Ira, fue magistralmente llevada al cine por John Ford. Es la narración de la desesperación por encontrar trabajo y cobijo en un viaje descorazonador desde el centro de Estados Unidos a California. Se retratan magistralmente –tanto en la novela como en la película- las dramáticas consecuencias de la crisis de 1929 para los trabajadores y los agricultores. Es una representación de la rampa de lanzamiento hacia la marginalidad que es inherente, inevitablemente, a toda crisis económica profunda.

Esta crisis sistémica -primero ignorada por el presidente del Gobierno de una manera inexplicable, y ahora anunciada su duración para cinco años- va a tener efectos demoledores en las vidas de cientos de miles de personas en España que nunca más van a encontrar trabajo.

La frontera de los cincuenta años –excepto en profesiones muy especializadas- es una barrera sin retorno para quien se introduce en el desempleo. Y el escenario es un incremento de la desprotección social, porque del estado, gobernado por la dictadura de los mercados y del directorio europeo -que con tanto acierto ha retratado el periodista de La Vanguardia, Enric juliana- sólo cabe esperar más recortes de servicio y de subvenciones. El escenario es desolador, por mucho que puedan calificar de pesimistas estas predicciones.

Primero: hay un encadenamiento de medidas restrictivas de derechos conseguidos, que se tratan individualmente para conseguir que los ciudadanos no dibujen una situación global. La reforma del mercado laboral ha significado más precariedad, abaratamiento del despido, sin modificar los sistemas de formación profesional y sin garantizar para nada un crecimiento del empleo: en síntesis, pérdida de derechos del trabajador sin ningún compromiso de los empresarios. Las subidas de las tarifas eléctricas, del gas y del ferrocarril, incluso de cercanías, revela una falta de sensibilidad de un gobierno que ha sustituido el concepto de redistribución de la riqueza por la aplicación del precio al valor de las cosas según los parámetros puramente economicistas. La anunciada reforma de las pensiones coincide en el tiempo con ERES de decenas de miles de personas que se van a jubilar anticipadamente con un cargo importante a los fondos del estado, para facilitar la viabilidad de grandes empresas, incluidas las cajas de ahorro privatizadas. Las subidas de las tarifas eléctricas no han coincidido con ninguna medida de austeridad de las empresas. El presidente de Iberdrola ganó el año pasado aproximadamente diez millones de euros. Un salario de esas dimensiones, ¿es éticamente aceptable en un sector que se queja de falta de rentabilidad y promueve con el apoyo del Gobierno subidas como las que se acaban de producir? ¿Qué puede hacer un ejecutivo que gana cada año más de cinco millones de euros? ¿Tendrá en casa una hucha para el Domund? ¿Nada tienen que decir de este tema el Gobierno, los partidos y los sindicatos?

La respuesta tradicional es que las empresas privadas pueden hacer con su dinero lo que quieran. No es cierto. No se trata de un valor contable sino de un principio ético. Porque además, son estos personajes que ganan estas cantidades de dinero los que encabezan la manifestación para la reducción de los sueldos, el abaratamiento del despido y la prolongación de la vida laboral. En su osadía está su impunidad, porque una sociedad anestesiada ha aceptado como inevitable lo que es impresentable.

Ahora toca el turno a dos temas que son líneas rojas para los sindicatos: la reforma del sistema de pensiones y de las reglas de la negociación colectiva. Como en los casos precedentes, el Gobierno ha anunciado que si no hay acuerdo de las partes, que es imposible, lo hará por ley o por decreto ley.

La reforma de las pensiones no va acompañada de ninguna medida dedicada a una mayor recaudación sino a cargar sobre las espaldas de los trabajadores condiciones más duras para una pensión menor. Otra vez la obscena comparación con los planes de pensiones privadas. En el BBVA se ha llegado a jubilar a su ex consejero delegado con un plan de pensiones de más de cincuenta millones de euros (ocho mil trescientos millones de las antiguas pesetas) y con tres millones de euros anuales, de por vida. ¿Será que se ha descubierto la existencia de una nueva raza humana, compuesta por los ejecutivos que se cooptan entre sí, y que tienen derechos distintos de los demás seres humanos? ¿De verdad que sólo cabe la resignación sobre lo que está pasando? ¿No es esto una nueva forma de racismo económico, de dominación de clases insoportable? Recuerdan estos señores que el salario mínimo interprofesional está en 633,30 céntimos al mes. Es decir, 8.866,20 euros al año. ¿Saben cuantas veces más ganó el presidente del BBVA, Francisco González el año pasado? ¿Hagan el ejercicio de dividir 19 millones de euros entre 8.866,33 euros, que es el salario anual en catorce pagas?

En último lugar antes de que aparezca el siguiente recorte, el Gobierno quiere acabar con la negociación colectiva para atomizarla en la línea de las pretensiones de los empresarios. Indefensión para los trabajadores.
Los sindicatos tienen por delante un desafío importante. No se trata de proteger a los asalariados, que también, el reto es la resistencia ante el derribo del estado del bienestar y la defensa numantina de los potenciales marginados que ya están acudiendo a comedores de caridad, que van a perder su última prestación en febrero de 2011 y que a partir de ese momento engrosarán la fila de la marginación para el resto de su vida, ante una sociedad presa de la depresión, el miedo, el individualismo y la desesperanza.

¿Nadie tiene un discurso disponible, de carácter esencialmente ético, para esta pesadilla economicista que han decretado los mercados y el directorio europeo?



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