Será necesario que un buen día terminemos por acostumbrarnos. El dualismo no funciona. Aunque el sur y el norte, el día y la noche y los dos polos de una pila parezcan opuestos, en realidad se complementan. El polo positivo no puede existir sin el negativo; ambos son necesarios e inseparables.
Ahora bien, si las cosas son así en el plano físico, en otros campos, como el de la verdad, también se produce algo parecido.
La verdad también tiene sus polos. No es nunca negativa, nunca positiva y nunca neutral. No es estática. La verdad es más bien el dinamismo que se despliega entre todo aquello.
Es algo que se mueve, algo que corre, algo que vive. Algo tan “estable” y tan “quieto” como la tierra girando sobre sí misma en tanto gira alrededor del sol, que a su vez gira dentro de una galaxia que, a una velocidad increíble, también está en movimiento en el espacio.
La verdad es tan “inmutable” como un electrón dentro de un átomo o de un átomo dentro de una molécula o de una molécula dentro de un elemento….
Abarca lo aparentemente contradictorio y lo supera. Es más que los elementos opuestos, más que las partes y más que los polos, pero no existe sin ellos.
En cuanto a la verdad eterna, inmutable, completa, no existe más que en la totalidad absoluta. Ningún ser humano puede acceder a ella porque cada persona no es más que una parte ínfima del todo y ninguna parte, por muy importante que sea, puede comprender el todo. Solo el todo puede comprender el todo.
Nos peleamos y nos dividimos porque unos ven el lado oscuro de las cosas mientras otros perciben más bien su lado claro. Unos miran la realidad bajo un cierto ángulo mientras otros la contemplan desde otros puntos de vista. Lo cual, como es sabido, genera no pocos desencuentros y conflictos.
“Por amor a la paz”, muchos se conforman con una postura intermedia, postulando que la verdad se sitúa en un término medio, en donde tradicionalmente ha sido ubicada la virtud, olvidando fácilmente que también en el medio se encuentra la mediocridad y que, queriendo mantenerse demasiado a igual distancia de los extremos, uno, al final, termina en el limbo.
La verdad no puede nunca ser una clase de gris, resultado de la dilución del blanco en negro o del negro en blanco; está con seguridad en la “tensión” entre ambos.
Así lo comprendieron los antiguos chinos al edificar su sabiduría sobre el gran principio del Yin y del Yang. Esa sabiduría asume una aparente contradicción, se deja tironear, impulsar, arrastrar por ella, encontrando la calma sólo en la cima de la tempestad donde pierde el aliento y en el hueco de la ola donde vuelve a tomarlo.
El conocimiento, la verdad, la sabiduría, la virtud se encuentran en el movimiento que se desarrolla en la misma quietud y en la quietud que descansa sobre el mismo movimiento.
Quizás sea por eso que en el Evangelio, fuente de vida, no faltan las paradojas y aun las “contradicciones”.
Para cabezas occidentales, cartesianamente escuadradas, aquello choca, porque para ellas la verdad es una; no puede ser una cosa y su contrario. De allí las garlopas de la razonabilidad que se afanan en cepillar del Evangelio todo cuanto no encaja en nuestros casilleros, en nuestros catecismos y liturgias, y en nuestra manera de pensar.
Es razonable, por cierto, no atenerse al pie de la letra como hacían los maestros de la Ley en la época de Jesús, o como suelen hacer los fundamentalistas de hoy (o como lo hicimos nosotros mismos durante tantos siglos), pero si le sacamos al Evangelio su picante, si lo convertimos en una serie de teoremas, si lo ajustamos a nuestros ojos en vez de ajustarnos a él, lo matamos.
Lo vaciamos de su dinámica. A la sal le quitamos su sabor y nos quedamos con la insipidez.
Ahora bien, en el Evangelio abundan las paradojas y las contradicciones junto a algunas incoherencias; que nos gusten o no, forman parte del mensaje. Podrían ser accidentes que quedaron allí solo para provocar, sacudir, interpelar. Para obligarnos a buscar. O para “electrizarnos”… Aquí vienen unos ejemplos.
Respecto a la paz: el apóstol Pablo clama que Jesús es nuestra Paz, mientras, en el Evangelio, el mismo Jesús afirma que no ha venido a traer la paz sino la guerra.
Respecto al mundo: el Evangelio afirma que este mundo no es de Dios sino del diablo, pero también dice que Dios ama tanto al mundo que le regala a su hijo único.
Respecto a los ricos: más de una vez Jesús los denuncia sin comedimiento, pero también alaba a los que saben hacer fructificar el dinero. Más aún, dice que a aquellos que no saben hacer ganancias con su dinero se les debe quitar lo poquito que tienen para dárselo ¿a quiénes?... ¡A los que ya han ganado más que los otros!
Respecto al sexo: hay un lugar en el Evangelio donde se ve a Jesús mandando casi a descuartizar a los que escandalizan a los chicos (según los predicadores de antes, se trata de escándalos sexuales), pero, en otro lugar del Evangelio, Jesús afirma que son las prostitutas y los pecadores, y no las personas más piadosas, las que entran primero en el Reino de Dios.
Respecto a las distintas creencias: Jesús muestra que no tiene nada de sectario cuando dice: “El que no está contra nosotros está con nosotros”(Mc 9, 40), pero en otra parte del Evangelio afirma lo contrario: “El que no está conmigo está contra mí” (Mt 12, 30)…
Respecto al amor:
Por un lado dice Jesús: “Amen a sus enemigos. El que se enoja con su hermano, es algo que merece juicio y el que insulta a su hermano merece ser llevado al Tribunal Supremo. Si estás por presentar tu ofrenda en el altar y te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí mismo tu ofrenda, y vete antes a hacer las paces con tu hermano…” (Mt 5, 44. 22-24).
Por otro lado, al mismo Jesús se le ve tratando a sus enemigos de “sepulcros blanqueados, raza de víboras, hijos del diablo, generación perversa, guías ciegos e hipócritas” (Mt 23, 13-38). Echa a latigazos de la gran plaza del Templo a quienes hacen allí sus negocios (Mt 21, 12-13). Cuando le toca celebrar la Pascua con sus discípulos, no va antes a reconciliarse con sus numerosos enemigos. Ruega por ellos en el momento de expirar en la cruz, eso es todo…
Agreguemos a ello que los primeros serán los últimos y los últimos los primeros; que quienes son más importantes en la comunidad no son los que ocupan los puestos de jefes y de señores sino los que son servidores de los demás; que los pobres van a reventar de felicidad mientras los ricos van a rechinar los dientes; y que finalmente aquel del que se afirma que es El Viviente es el mismo que ha muerto en la cruz. Que un muerto viva no es ciertamente la menor contradicción y, sin embargo, toda la fe cristiana se edifica sobre esta afirmación.
La lista de paradojas y contradicciones en los textos evangélicos podría extenderse considerablemente.
Pero aún cuando fuera posible resolverlas reubicándolas en el contexto, o demostrar racionalmente que en realidad no son tales, todavía no dejaría de extrañar el que el Evangelio conserve tantos pasajes expuestos a malos entendidos cuando él mismo insta a usar un lenguaje claro: “Digan ‘sí’ cuando es ‘sí’, y ‘no’ cuando es ‘no’; cualquier cosa que le añada, viene del demonio” (Mt 5, 37).
A menos que sea así simplemente porque los evangelios no son ningún compendio de recetas para haraganes. Su objetivo no es contar todo, sino apenas las experiencias más conocidas que las primeras comunidades cristianas hicieron de Jesús.
¿Cómo los autores iban a pretender que la letra encerrara lo que la misma tumba no pudo? Juan lo admite: si se escribiera todo cuanto Jesús hizo, “no habría lugar en el mundo para tantos libros” (Jn 21, 25).
Por lo tanto, las contradicciones en los textos hay que tomarlas como una oportunidad para buscar y debatir, recordando que con Jesús las respuestas nunca se dan prefabricadas, sino que se descubren al caminar: “Ven sígueme. Venid y ved”.
Existirá siempre tensión entre el Reino que ya está en medio de nosotros y el que aún está por venir. Un enorme desfasaje entre el ideal y la práctica, entre el deber de compasión y la solidaridad vivida, entre el caminar de cada día y la utopía ya en marcha del Hombre, de la Ciudad y de la Tierra nueva.
Una tirantez constante entre el realismo de la cruz y la fe en la resurrección. Entre una moral de acompañamiento y una moral para atletas profesionales de la perfección espiritual. Entre una pastoral diseñada en las cátedras universitarias y la del simple caminar humano en medio de los guijarros, el barro y las espinas. Entre la fe que mueve montañas y el camino cotidiano en la bruma y entre senderos sin trazar.
Es preciso aceptar la luz del día y la oscuridad de la noche, sin instalarse en una u otra. Asumirlas a ambas.
Avanzar con los dos pies, izquierdo y derecho, sin apoyarse más en uno que en otro, pues no existe otra manera de ir hacia adelante. Y saber que una noche larga y muy negra, al final de la carrera, será el paso obligatorio hacia la luz sin ocaso, porque, “el abismo llamando al abismo”, sólo en el vacío absoluto se encuentra la plenitud absoluta (Sal 42, 8). Como en el amor…
El problema con el amor es que nadie lo tiene comprado. Para que no se apague tiene que crecer, lo cual implica sacrificio. Por eso, amor y cruz van de la mano. Y resurrección también. Amor, vida, verdad, en fin, todo es parto continuo. Todo es muerte y resurrección.
Locura para los sabios que no aguantan las contradicciones, las paradojas o las tensiones, pero sabiduría para el buscador de estrellas, para el artista y el investigador, para el creador y para el Dios de la Vida.
“será una señal de contradicción”, había profetizado la anciana Ana al hablar del niño Jesús “a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén”. (Lc 2, 38)
No rehuir de la tensión creadora. Creer en la síntesis que a través de las oposiciones busca nacer como un niño que jamás será la mitad de su padre y la mitad de su madre sino un ser original, diferente, nuevo, fruto de ambos. Aceptar ser inclasificable, comprometerse, caminar y no temer equivocarse. Abrazar los dos polos e ir hacia delante, esto ha de ser lo que tiene por nombre “libertad”.
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