Enterrada entre revueltas y corrupciones, este periódico deslizó la semana pasada una de las noticias más esperanzadoras que los países pobres han recibido en muchos años: la posibilidad de obtener acceso casi universal a Internet de bajo coste, gracias a un proyecto liderado por la Sociedad Europea de Satélites y la omnipresente Google. Ahí es nada.
De los beneficios de Internet para la democracia da buena cuenta el reguero de lingotes y lagrimones que han dejado en su huida algunos autócratas norteafricanos, pero el acceso a las redes globales de información tiene para el mundo en desarrollo una importancia social y económica infinitamente mayor. En una era en la que la información se mide en dólares, tres millones de universitarios africanos están condenados a la ceguera virtual. Su educación, sus iniciativas, su progreso quedan lastrados por la incapacidad de acceder a un mundo que mi hijo de 11 años tiene disponible a la distancia de un click. Si la proliferación masiva de la telefonía móvil en las regiones más pobres ha demostrado posibilidades sin precedentes, el acceso generalizado a Internet es equiparable a la introducción de la máquina de vapor.
Eso es al menos lo que sugiere Calestous Juma, profesor de la Harvard Kennedy School. Su propia historia es un ejemplo de todo lo que la educación y la tecnología pueden hacer por un chaval criado en una aldea en la orilla keniata del Lago Victoria. Cuando yo le conocí, Juma era popular entre los estudiantes por dos razones: sus camisas de fantasía y su visionaria concepción de una tecnología al servicio del interés común. Este activista por el progreso tecnológico, que comenzó su carrera como periodista y militante medioambiental junto a la premio Nobel de la PazWangari Maathai, martillea hoy el corazón de la élite académica y política del Norte con un único mensaje: hagan por África lo que han sabido hacer por ustedes.
El punto de partida es simple: el ancho de banda por persona en África subsahariana es cien veces más bajo que el de la media mundial y quinientas veces más bajo que el de los EEUU (vean esta ilustrativa imagen de Worldmapper describiendo el tamaño de los países de acuerdo a la distribución global de usuarios de Internet).
El problema afecta a las clases pudientes de Nairobi, Manila o Ciudad de Guatemala, claro está, pero se equivoca quien crea que el asunto termina ahí. Como investigador principal en el proyecto para la Innovación Agraria en África (financiado rumbosamente por la Fundación Bill y Melinda Gates), el Prof. Juma ha demostrado la importancia del acceso a la información para 950 millones de personas zaheridas por la crisis del precio de los alimentos. Cuando regiones como África subsahariana o Asia central necesitan con urgencia mejorar la productividad y la rentabilidad de sus cosechas, el acceso a información de calidad permite adelantarse en parte a los mercados y al clima para saber qué plantar, cuándo y a qué precio venderlo.
El bueno de Calestous, con sus camisas y su entusiasmo, ejemplifica todo lo que es importante en el esfuerzo por acabar con la pobreza: una combinación de voluntad e imaginación, una fe ciega en la capacidad de los propios afectados y el empeño en no rehuir los debates difíciles (tendrían que ver la polvareda que levanta la matizada posición de este hombre sobre los transgénicos, por ejemplo).
Estas mismas son las aspiraciones del blog que hoy comenzamos. Por él desfilarán historias y personajes que demuestran que cambiar esta situación no solo es lo más correcto, sino también lo más inteligente. Y para evitar que se nos duerman (o se trasladen al blog de Lluis Bassets, que tiene mucha más solera), lo haremos con un punto de sarcasmo e irreverencia. De ustedes solo esperamos una cosa: que compartan con nosotros la certeza de que no hay nada inevitable en la miseria en la que se levantan cada día 3.500 millones de personas. Pasen y vean.
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