Porque, por primera vez, los cambios radicales que la responsabilidad ciudadana exige son posibles.
Es cierto que nunca como ahora ha existido tal concentración de poder (económico, militar, energético, mediático...) que se ha traducido, en poco tiempo, en situaciones y sucesos que constituyen auténticos -y a veces inéditos- desafíos, como el acoso de los mercados y de los especuladores a la acción de los políticos; el consumo de petróleo que, a pesar del efecto nocivo del anhídrido carbónico en el medio ambiente, sigue aumentando, al igual que su precio, poniendo de nuevo en peligro los tímidos avances de la regulación financiera a escala mundial; no se ha detenido la explotación de los recursos naturales de tantos países del Sur, progresivamente empobrecidos por la codicia sin límites de consorcios multinacionales (el coltán en el Congo, sigue siendo por desgracia un detestable ejemplo); los paraísos fiscales no sólo no han desaparecido sino que se hallan colmados; de los tráficos a escala supranacional, que se realizan en medio de la mayor impunidad, el de las drogas es particularmente nocivo, por resistirse a aceptar que el precio no tiene el menor carácter disuasorio, llegando su impacto a desencadenar un auténtica guerra civil en algunas regiones del mundo...
Y todo ello acompañado de la marginación progresiva de las Naciones Unidas y su sustitución por grupos plutocráticos carentes de una mínima organización institucional; de una deslocalización productiva con graves repercusiones laborales en tantos países; de un poder mediático que nos reduce a la condición de simples espectadores atemorizados y uniformizados...
Como trágico balance, hambre, hasta el punto de morir de inanición más de 70.000 personas al día, al tiempo que, ya armados hasta los dientes, seguimos aumentando la vergonzosa cifra de 4.000 millones de dólares al día en gastos militares, aviones, tanques, cohetes y ojivas ...
Pero, por primera vez en la historia, los ciudadanos van adquiriendo conciencia global, conocen la "realidad real", como diría Gabriel García Márquez, que les permite comparar y apreciar lo que tienen, y lo que les falta a ellos y a los demás. Esta "visión global" tiene un efecto transformador extraordinario a escala personal. Los seres humanos son progresivamente, habitantes "enterados" del mundo en el que viven. Y, también, muchos en pocos años, gracias a la moderna tecnología de la comunicación, van siendo capaces de expresarse, de implicarse, de actuar, de participar. Ya he dicho en muchas ocasiones que esta participación no presencial produciría, muy rápidamente una mejora sustantiva de la democracia y de la capacidad activa y proactiva de los ciudadanos y, sobre todo, de la juventud. Acabamos de ver lo que ya habíamos contemplado con singular esperanza en el caso de Irán: la movilización que puede efectuarse pacíficamente desde el ciberespacio.
Sí: vamos dejando de ser testigos impasibles para provocar los cambios que eran nuestro anhelo, nuestro sueño. Procuraremos una rápida modificación de los "grandes poderes" actuales. Tomen nota: la "marea" de la movilización a través de Internet y de la telefonía móvil no sólo se dedicará a cambiar situaciones de particular agravio, de tiranías, de sistemas opresivos. Irá mucho más lejos, hasta conseguir transformaciones tan necesarias y apremiantes para la dignidad humana, como la reparación de los desgarros sociales, una adecuada calidad de vida para todos (acceso al agua, a los alimentos, a la salud, a la vivienda digna...), con la reducción urgente del peligro nuclear y de los desaforados gastos militares correspondientes a guerras pretéritas...
Pero, sobre todo, fomentaremos la prevención, la adopción de medidas antes de que los llamamientos a la justicia, a la libertad y a la solidaridad puedan transformarse en ira, en violencia. En muy poco tiempo, a través del ciberespacio se promoverá la adopción de medidas anticipadas, la imaginación. Porque frente a los que no quieren cambiar nada, la única forma de procurar el cambio es lo inesperado, es la invención del futuro. Lo inesperado es nuestra esperanza. Me gusta repetir la recomendación de Amin Maalouf: "Situaciones sin precedentes requieren soluciones sin precedentes". La Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, dijo en el acto de su toma de posesión que para convertir los sueños en realidad era necesario "sobrepasar los límites de lo imposible". Los imposibles de hoy pueden ser posibles mañana cuando seamos capaces de vencer la inercia y facilitar la evolución, es decir, conservar lo que debe conservarse y cambiar rápidamente todo lo que debe modificarse.
Estamos viviendo momentos fascinantes: tenemos la posibilidad de participar; presidentes de raza negra se hallan al frente de los destinos de Norteamérica y de Sudáfrica; se ha incrementado la longevidad, especialmente en los barrios más prósperos de la tierra, que ahora se extenderá sin pausa a todos los demás; se desmoronó la Unión Soviética, carente de libertad; se ha desmoronado ahora el capitalismo, carente de igualdad y de justicia...
Ya percibimos una aire nuevo, el del siglo de la gente. Se inicia una nueva era. Un nuevo comienzo.
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