domingo, 24 de enero de 2010

¿EN QUÉ GUERRA ESTAMOS?




Algunos piensan que la única razón que hay para disculpar a Dios en la catástrofe de Haití es que no existe. Y que hace falta estar locos para decir otra cosa. ¿Es la fe una locura? Sea lo que fuere no hay razón que la asista, no en este caso. No, nunca, ante el sufrimiento de los inocentes. No hay predicador con alma que resista "el gemido largo y constante de una niña de tres años tendida sobre una mesa junto a una mujer rota, que no es su madre porque su madre ya está muerta". Es mejor callar. Y si uno habla ha de pensar lo que dice y lo que van a entender, inevitablemente, quienes escuchan. Porque eso, lo que todos entienden necesariamente en una situación, es también lo que uno dice y con frecuencia lo que quiere decir. ¿Se puede decir en estas circunstancias que "hay males mayores" que la espantosa tragedia que ha sucedido en Haití? Y si lo dice un obispo, ¿qué es lo que ha querido decir? ¿Quién es él para justificar a Dios? ¿Y qué Dios es ese que ha querido justificar? Barrer para casa y predicar desde el púlpito unos supuestos valores cristianos al socaire de la tragedia, es deshonesto y obsceno. Si tiene algo que decir que se ponga en el lugar de los que sufren y se lo diga a Dios como hizo Jesús: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".

AHORA, NO, por favor. Hay muchas maneras de mentir, una es hablar de otra cosa cuando hay un incendio. La única verdad es entonces decir y hacer lo necesario para apagarlo. Ahora, no, por favor. No es el momento para hacer teodicea y preguntar quién tiene la culpa, si Dios o el Diablo. Sí lo es para responder nosotros por nosotros mismos aquí y ahora --cristianos incluidos, creyentes en general y ateos por supuesto-- con algo más que palabras: con obras buenas. Pero no con obras que sean buenas solo como paliativo moral de una mala conciencia, sino como remedio de lo que todavía lo tiene y prevención de los males que pueden volver a pasar.
La cuestión hoy es saber qué podemos hacer y si queremos hacer lo que debemos para que no se repita en Haití lo que nunca debió suceder y ha sucedido, sin embargo, tantas veces después de otras catástrofes. Si la solidaridad mundial va a ser efectiva y acertada, no solo afectiva y espontánea. Si va a ser estratégica, política, programada como se programan las guerras o los negocios. O las guerras como negocios, que las guerras para la paz --de ser posibles como piensa Obama-- se programan bastante mal. La solidaridad no puede ser espontánea y caótica como las fiestas, que no necesitan programarse cuando son auténticas y no simples festivales. La solidaridad mundial debería realizarse bajo una dirección mundial, a sabiendas de que la urgencia del caso admite excepciones. Debería ser ayuda para el desarrollo, no pre - ocupación a mayor gloria de quienes se ocupan del caso y de algo más, sino ayuda al desarrollo de quienes la necesitan y mientras la necesiten. Debería ser solidaridad para actuar aquí, que es donde le duele al mundo, y estar programada para que el mundo mundial vaya a mejor.

PORQUE el peligro sigue siendo que, después de un seísmo emocional de baja intensidad, el mundo vuelva a las andadas y cada uno a lo suyo como siempre: con patriotismos blindados, con egoísmos blindados y con intereses propios a salvo en todas partes. Sin hacer nada de provecho a medio y a largo plazo por el interés general, sin dedicar tiempo y dinero, imaginación, inteligencia, investigación, entusiasmo y organización, disciplina y ciencia, y sin responder humanamente, colectivamente, con humanidad la Humanidad entera. Y sin hacer, al fin, la única guerra preventiva que parece justa: una guerra por un mundo mejor, por la paz, por la vida y la justicia. No para defender lo que es, sino para que sea lo que debe ser. Porque este mundo no es por desgracia el mejor de los mundos posibles, mal que le pese a quien pretenda aún justificar a Dios como quería Leibniz. Ni para conservar lo que hay, como siempre han querido todos a quienes ya les va bien y piensan por eso que tenemos el menos malo de los mundos posibles. Contra semejante peligro no basta una movilización de los sentimientos. Urge una movilización general de los ciudadanos de un mundo, cuya constitución proclamada es ya --qué menos-- la declaración de derechos humanos. Cualquier otra inversión solidaria para salir al paso, me temo que tenga parecidos resultados a los que tiene la financiación de la banca en la salida de la crisis.

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