sábado, 9 de enero de 2010

UNA IGLESIA ENTRE DIOS Y LA IKURRIÑA

Radiografía de la Iglesia vasca en pleno proceso de cambio


José Manuel Vidal, 08 de enero de 2010
”Profundamente religiosos (...), en ninguna otra región es la catolicidad más profunda y sensible”. Así definía a los vascos, en 1939, el embajador de Estados Unidos en España; Claude Bowers. Desde entonces, los vientos de la secularización arrasaron Europa, pero el catolicismo sigue siendo uno de los rasgos más significativos de la identidad colectiva del pueblo vasco.

El 30% asiste regularmente a misa al menos una vez a la semana, y el 3%, todos los días. La participación en actividades religiosas al margen del culto es del 20%. La Iglesia católica juega, pues, un papel preponderante, para lo bueno y para lo malo, en el País Vasco. Una Iglesia encarnada, comprometida, laical, barrida por la secularización y lastrada por el terrorismo.

Una Iglesia profundamente “encarnada” en la realidad cultural y social de su pueblo. Como manda el Evangelio. Por ser encarnada, la Iglesia vasca goza de una gran simpatía entre el nacionalismo vasco. Quizás por ello, los sectores no-nacionalistas se sienten menos representados por ella. Una Iglesia presente en el tejido social vasco.

De ella salieron luchadores por la paz (Gesto por la Paz), animadores sociales y políticos católicos que militan en partidos hoy enfrentados. El exlehendakari Ardanza estuvo en un seminario hasta los 19 años. Arzalluz fue jesuita. Mayor Oreja es un declarado católico, ETA tiene unos orígenes inequívocamente eclesiásticos y el PNV es un partido claramente confesional, aunque, a veces, lo oculte.

Una Iglesia comprometida, con capacidad de denuncia profética, que siempre ha apostado por los más desfavorecidos. Una Iglesia con una imagen distorsionada, fruto de comentarios y titulares más interesados en alimentar prejuicios que en reflejar la verdad, siempre compleja, de la situación vasca.

Una Iglesia, en definitiva, clavada a la cruz del terrorismo, desgarrada en su propio seno y prisionera de las contradicciones de su propio pueblo. Una Iglesia entre Dios y la ikurriña.

Una Iglesia que no renuncia al Vaticano II ni se sube a la ola restauracionista que sopla desde Roma.

Una Iglesia progresista que, como tal, se siente maltratada por el Vaticano. Para muestra el último botón del obispo Munilla, “inadecuado” e “impuesto”, según le mayoría del clero. Un clero, el vasco, que es uno de los mejor formados de España. Pero también escaso, viejo, con una edad media que supera los 65 años y sin apenas relevo.

Un clero abierto, que ha introyectado en sus comunidades la renovación conciliar y que se ha tomado en serio la corresponsabilidad de los laicos. No hay diócesis españolas donde los laicos hayan sido más promocionados y ocupen puestos de mayor responsabilidad. Sólo en San Sebastián hay 10.000 laicos trabajando pastoralmente.

San Sebastián, la última batalla entre dos modelos de Iglesia

De hecho, por mucho que la dinámica mediática y algunos interesados quieran conducir el “caso Munilla” a coordenadas políticas (que también las hay, lógicamente), la batalla esencial que se está librando en San Sebastián no es entre nacionalismo y españolismo, sino entre dos modelos de Iglesia: el conciliar y el preconciliar con un barniz conciliar.

En Donostia, con Munilla impuesto como obispo, se cierra el bucle y se puede dar por finiquitado, en la Iglesia jerárquica española, el modelo del “pueblo de Dios” (diálogo, apertura, aconfesionalidad, corresponsabilidad de los laicos, Iglesia samaritana, opción por los pobres y tantas otras cosas). Volvemos al modelo piramidal de la trinchera, de la condena, del no, de la autoridad y de la uniformidad.

El cambio de modelo comenzó, en España, tras la rápida retirada del cardenal Tarancón. Desde entonces, Roma hizo todo lo osible por cerrar las puertas abiertas del Vaticano II.

Fundamentalmente, con un mecanismo que funciona a la perfección: el nombramiento de obispos y la acomodación de los líderes episcopales españoles a los nuevos vientos romanos. Ángel Suquía, que había sido montiniano en Málaga, se hizo wojtyliano en Santiago y abanderado del cambio de rumbo. Como tal llegó a Madrid y, en tándem con Tagliaferri, fue marginando a los últimos de Tarancón. La operación la continuó el cardenal Rouco. Con más poder y con más celo y radicalidad que su predecesor.

Un modelo que, para imponerse, acaba con el pluralismo en la Iglesia. Y deja sin aire a gran parte de los católicos y de sus pastores. Hasta los obispos “moderados” pasan por “rojos”. Pero la jerarquía española es más que Rouco. Muchos obispos moderados no están dispuestos a entrar por ese aro. Como no puede con los “viejos”, Rouco se ha lanzado a promover a los jóvenes “cachorros”, en los que confía plenamente y que comulgan a pie juntillas con el modelo y con el líder.

De esa cantera proceden todos los nombramientos de los últimos años. Desde su sobrino, Carrasco Rouco, hasta Munilla. No se le ha escapado ni uno que no sea de su cuerda. El País Vasco y Cataluña se le resisten especialmente al cardenal de Madrid. De ahí su plan especial para ambas zonas. Un plan que culmina ahora con Munilla en San Sebastián. Y que pronto puede ver a Blázquez (al que se acusa ya de haberse “adaptado”) fuera del País Vasco, sustituido por su auxiliar, monseñor Iceta.

Pero ni en Cataluña ni en el País Vasco lo va a tener fácil Rouco.

El clero acaba por “domesticar” siempre a sus obispos. Un obispo sin sus curas no es nadie ni puede hacer casi nada. La iglesia diocesana se basa en su presbiterio, presidido por el obispo como principio de comunión. Comunión, precisamente, entre las diversas tendencias. Que la Iglesia, cuanto más mosaico sea más bella es y más resplandece.

Ni las bases ni los curas quieren volver atrás. Es fácil prever, pues, que hasta Munilla termine amoldándose a la realidad de su nueva diócesis. Y si no lo hace, sufrirá un calvario, tendrá que encastillarse y romperá la comunión. Y ése es un pecado grave. También para un obispo.

Una Iglesia venida a menos

Antaño faro y guía de la católica España, junto a Navarra, la Iglesia vasca era un vivero casi inagotable de vocaciones sacerdotales y religiosas. Para el clero secular y para todo tipo de frailes y monjas. El seminario de Vitoria llegó a ser el más numeroso (con miles de seminaristas) y el mejor de España. Sobraban tantos curas en el País Vasco que muchos se fueron a misiones. Y allí continúan. Mientras tanto, en Bilbao, Vitoria o San Sebastián, el catolicismo vive sus horas más bajas.

Según las estadísticas proporcionadas por la propia diócesis, Bilbao cuenta con 373 curas y 2.227 religiosos, de los que 1.561 son monjas y 666, frailes. Los curas, ayudados por algunos religiosos, atienden 297 parroquias, 97 colegios, la Universidad de Deusto regida por los jesuitas, un museo diocesano, dos emisoras radiofónicas de titularidad propia, una librería diocesana, un seminario, 8 centros de espiritualidad y 4 residencias sacerdotales.

Un clero sin relevo, escaso, viejo y con una edad media que ronda los 65 años. Un clero progresista que ha introyectado en sus comunidades la renovación conciliar y que se ha tomado en serio la corresponsabilidad de los laicos. Son varios los seglares que trabajan a tiempo completo para el obispado. Es la diócesis vasca mejor estructurada pastoralmente. Algunos dicen que por obra y gracia de monseñor Uriarte en su etapa de obispo auxiliar de Bilbao, entre 1976 y 1991.

En cambio, las órdenes religiosas ya apenas ejercen influencia en la diócesis bilbaína, encerradas en sus obras y sin apenas vocaciones. Ni franciscanos ni capuchinos ni salesianos ni, siquiera, los otrora omnipresentes jesuitas marcan la realidad pastoral bilbaína.

Álava, dispone de 263 sacerdotes (de los que 138 están ya jubilados), un seminarista, 350 frailes y 1.325 monjas, para atender 313 parroquias y la Facultad de Teología que, con la de Burgos, integra, la Facultad de Teología del Norte de España. La mitad de los curas de la diócesis de Álava pertenece al sector constitucionalista. De la otra mitad, la mayoría sintoniza con el nacionalismo convencional y una minoría (unos 30) con el nacionalismo radical.

Escasos de pastores y con una religiosidad en horas bajas.

Según los datos del CIS, las dos regiones con más católicos son Castilla-La Mancha y Extremadura, donde nueve de cada diez habitantes son católicos, mientras que Cataluña y el País Vasco se presentan como las comunidades con menos católicos.

Aún así, el 73,4 por ciento de los vascos encuestados se declara católico, mientras que en Cataluña lo hace sólo el 69,5 por ciento. La Comunidad de Madrid es la que registra el menor porcentaje de católicos, con el 68,7 por ciento, pero aventaja a vascos y catalanes en práctica religiosa.

El mayor número de ateos se concentra en Cataluña, Madrid y el País Vasco. Casi el siete por ciento de catalanes niegan la existencia de Dios. En el apartado de los que se declaran “no creyentes”, el País Vasco y Cataluña vuelven a ocupar los dos primeros puestos, con el 17,3 y el 19,5 por ciento respectivamente.

Con respecto a la práctica religiosa, el País Vasco y Cataluña vuelven a figurar entre los últimos puestos de la encuesta. Sólo el 16,9 y 11,3 por ciento respectivamente de los encuestados va a misa “casi todos los domingos y festivos”, por debajo de la media nacional, que es del 18,5 por ciento.

En cifras globales, algo más de ocho millones de españoles cumplen habitualmente con el precepto dominical. Seis de cada diez catalanes “casi no pisa” una iglesia al año. Les siguen los murcianos, con el 52,8 por ciento, e inmediatamente los vascos, con el 51,1.

Se comprueba, pues, que Euskadi se mantiene dentro de los estándares habituales de las demás regiones españolas en casi todos los parámetros religiosos. El único en el que da la nota es el de la clase de Religión. En efecto, la demanda de la asignatura de Religión en la escuela pública es tan sólo del 36% frente al 70% de la media española. Pero incluso en esto, Cataluña, con un 29%, está por debajo de Euskadi.

Adiós a la provincia eclesiástica vasca

Hace años las tres diócesis vascas y Navarra funcionaban de facto como una provincia eclesiástica. Con documentos y cartas pastorales firmadas por los cuatro obispos y con secretariados conjuntos. Hoy sólo se reúnen de vez en cuando para hablar de catequesis, las cartas conjuntas de los tres obispos vascos son cada vez más raras y el de Pamplona, Francisco Pérez, se ha desmarcado casi por completo.

Sin trabajo pastoral conjunto, el viejo sueño de la provincia eclesiástica vasca se aleja. Ni en Roma ni en Madrid lo quieren. Y, a partir de ahora, se supone que en San Sebastián, tampoco. El proyecto está presentado en Roma desde hace más de dos décadas, pero allí continúa en fase de “dilata” (pospóngase y sígase estudiando).

Y, probablemente, así seguirá, como reconocía recientemente el arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez: “Eso es algo que está parado en el Vaticano. Si algún día hubiera otra decisión, es cierto que todo se haría con la mirada puesta exclusivamente en el anuncio del evangelio y nunca se haría por motivos políticos”.

¿Dará frutos la estrategia de Rouco?

Hace décadas que el cardenal de Madrid, Rouco Varela, está cambiando la faz del episcopado español, demasiado progresista par su gusto y para el de Roma. Con especial énfasis y dedicación a Cataluña y al País Vasco, donde al problema de modelo eclesial se superpone el del nacionalismo. Rouco no quiere que Euskadi cambie la cruz por el lauburu.

De hecho, el último nombramiento de monseñor Munilla para San Sebastián culmina una cuidadosa operación de cambio de la jerarquía vasca iniciada por el Vaticano a mediados de los noventa con el nombramiento de Ricardo Blázquez como titular de la diócesis de Bilbao, seguida por la sustitución de Setién por Uriarte en 2000, y el nombramiento de Mario Iceta como auxiliar de Bilbao en 2008.

Munilla e Iceta comparten dos rasgos reveladores de la intención de Roma: ambos son nacidos en el País Vasco y hablan euskera, y ambos se alinean con el sector más conservador del episcopado, el identificado con el cardenal Rouco.

La operación podría seguir adelante con el traslado de Blázquez a un arzobispado o incluso a Roma, para que Iceta pase a ser el titular de la diócesis vizcaína, y concluir, dentro de cinco años, con la jubilación por edad del obispo de Vitoria, Miguel Asurmendi.

¿Conseguirá Rouco su propósito de españolizar la Iglesia vasca? Lleva camino de ello en la cúpula. Ya puede presumir de haberle cambiado la cara al episcopado vasco. Pero no así, entre el clero y los fieles, que siguen siendo mayoritariamente nacionalistas y progresistas. Y, por mucho que manden los obispos de la nueva hornada, sin los curas poco pueden hacer. Y menos todavía, sin los fieles.

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