miércoles, 10 de febrero de 2010

CRIMINALIZANDO AL INMIGRANTE

Joseca 
Un día más. Un día más en el que la xenofobia, o más bien la aporofobia, secuestra titulares y adopta la forma de norma o proyecto de tal.

Si hace unas semanas el primer ministro italiano identificaba inmigración y criminalidad, ayer el gobierno francés presentaba su peregrino plan para impulsar la identidad francesa, retomando entre otras la idea del contrato social que habrían de firmar los migrantes. Finalmente, esta tarde la Cadena SER ha difundido la circular 1/2010 de la Comisaría General de Extranjería y Fronteras mediante la que, según reconoce el propio Sindicato Unificado de Policía, “se retrocede en materia de respeto a los derechos civiles de los ciudadanos al periodo constituyente”, tratando “a los inmigrantes como delincuentes”. La aprobación de la Directiva de la Vergüenza de la Unión Europea, la tipificación como delito de la inmigración irregular en suelo italiano o la recién aprobada Ley de Extranjería en España son sólo otras muestras de un fenómeno creciente en Europa (el de la criminalización del inmigrante), que obedece a una estrategia lúcidamente calculada: la identificación de un chivo expiatorio -el migrante pobre- en el que poder focalizar la frustración de un pueblo acosado por el desempleo.

Frente a esta realidad, los responsables de la crisis económica no han asumido responsabilidad alguna, sin que se haya adoptado medida alguna sobre ellos ni sobre el sistema económico y social que soportan. Antes al contrario, se incide constantemente en destacar la trascendencia de “ordenar” la inmigración, como si de la regulación restrictiva de este fenómeno dependiese la superación del actual marco económico. Se destaca más lo que nos diferencia que lo que nos une, más los teóricos problemas que plantean que los beneficios que supone su presencia entre nosotros. Nadie recuerda ahora que esos mismos inmigrantes que ahora parecen sobrar, han constituido una mano de obra barata para empresarios codiciosos. Nadie reconoce su aportación económica a los sistemas públicos de Seguridad Social. Nadie, en fin, ha tenido la decencia de agradecerles el cuidado de nuestros ancianos o la limpieza de nuestras casas. Ahora parece que sobran.

Muchos llegaron al denominado primer mundo con el frío y la humedad quebrándoles el cuerpo y la desesperanza gobernando su corazón, huyendo de la miseria y el hambre, soñando con un futuro ahogado en sus países como consecuencia de unas reglas de comercio internacional absolutamente criminales y de la existencia de unas dictaduras apoyadas y financiadas por las élites gobernantes de Occidente.

Hace un par de años alguien me remitió un correo que exponía parte de las atrocidades que hemos cometido con esos que ahora sólo piden una ínfima parte de todo lo que tendríamos que devolverles, en concreto con los africanos. Desde entonces, no deja de sorprenderme la tenacidad en evitar la llegada de los inmigrantes a nuestros países cuando no son sino el resultado de nuestras correrías coloniales durante varios siglos. ¿Por qué no somos capaces de darnos cuenta que después de tanto tiempo imponiéndoles nuestra cultura y religión, asesinando su presente y explotando sus recursos naturales es normal y natural que acudan a nosotros para recibir tan sólo unas migajas de los que les hemos hurtado? ¿De veras esperamos que permanezcan impasibles mientras en nuestras sociedades vivimos en la opulencia? ¿En serio creemos que quienes les robamos, explotamos y asesinamos durante centenares de años podemos darles lecciones sobre ética y derechos humanos?

Señores dirigentes: ¿Quieren hablar de respeto, de derechos humanos, de tolerancia, de integración? ¿Recuerdan las masacres inglesas en Kenia o los despojos en Rhodesia? ¿Es necesario repasar los libros de historia para que rememoren el latrocinio francés en Dakar o en Costa de Marfil? ¿Y las dictaduras militares de Latinoamérica promovidas por los EE.UU.? ¿O quizás ha de volverse la mirada sobre los campos de concentración alemanes en Namibia? ¿No deberíamos dar explicaciones sobre el apoyo y tolerancia al régimen fanático de Arabia Saudí o sobre los 600.000 muertos en la guerra de ocupación irakí? ¿Es que hemos olvidado las atrocidades belgas en el Congo, las excavaciones portugueses en Angola en busca de oro o las cacerías de esclavos en Mozambique? ¿O quizás ya no importan las miles de vidas palestinas que se llevó por delante Israel con nuestra complicidad? ¿Y los miles de muertos para extraer los diamantes de Sierra Leona?

¿Quieren más ejemplos de la incongruencia y la hipocresía que rezuman este tipo de planteamientos? Léanse las recientes declaraciones de Kevin Rudd, primer ministro de Australia, en la que defiende que “son los inmigrantes, no los australianos, los que deben adaptarse. O lo toman o lo dejan. Estoy harto de que esta nación tenga que preocuparse si estamos ofendiendo a otras culturas o a otros individuos”, proclamando que “éste es nuestro país, nuestra patria y éstas son nuestras costumbres y estilo de vida y permitiremos que disfruten de los nuestro pero cuando dejen de quejarse, de lloriquear y de protestar contra nuestra Bandera, Nuestra lengua, nuestro compromiso nacionalista, Nuestras Creencias Cristianas o Nuestro modo de Vida, le animamos a que aproveche otra de nuestras grandes libertades Australianas, el Derecho a Irse”. ¿Es que ha olvidado el primer ministro que los primeros que no han respetado su historia han sido los propios gobiernos australianos, experimentando y eliminando hasta casi su totalidad a la población indígena que aún habita el continente? Curioso que esos que machacaron a la población indígena hasta casi hacerla desaparecer se conviertan ahora en adalides de la defensa de sus tradiciones. Kevin Rudd debería repasar un poco la historia de su país antes de asumir posicionamientos como ese. ¿Aprendieron sus ascendientes el idioma de aquellos indígenas cuando en nombre del Reino Unido decidieron que ese era un buen lugar para quedarse? ¿Se preguntaron si su Dios ofendía al de aquellas gentes que llevaban miles de años viviendo allí?

Basta ya de leyes indignas, de declaraciones que sólo promueven el odio y la incomprensión, basta de redadas, basta ya de centros de retención, basta de expulsiones… Es necesario un replanteamiento de las políticas económicas y de las relaciones internacionales que permita a esos millones de personas desarrollar una vida mínimamente digna en sus países de origen. Eso y una petición sincera de perdón. Mientras tanto no tenemos derecho alguno a echarles nada en cara.

Claro que parece más fácil repeler los cientos de barcazas de desesperados que llegan a nuestras glamorosas playas… y es que cuando de la supervivencia se trata, siempre es más probable la del que la tiene garantizada que el que lucha a diario por ella. Cuestión de sentido común: optemos por la locura.

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