jueves, 25 de febrero de 2010

UNA MESA PARA TODOS

Ariel Álvarez
Jesús y la doble multiplicación de los panes


¿Por qué Jesús multiplicó dos veces los panes? Buscando la respuesta a este interrogante, el autor reflexiona sobre lo que la Eucaristía significa para la Iglesia, tal como los primeros cristianos lo creyeron.

Un milagro repetido

No es común que los evangelios cuenten milagros repetidos de Jesús. Al contrario, prefieren narrar hechos más bien diversos del Maestro, para mostrar la amplia variedad de poderes que tenía.

Sin embargo hay un milagro extrañamente repetido en el evangelio de Marcos: el de la multiplicación de los panes. Dos veces cuenta el mismo hecho, y casi con los mismos detalles. En efecto, dos veces dice Marcos que: a) Jesús estaba a orillas del lago de Galilea; b) se reunió una gran multitud a su alrededor; c) después de un rato la gente sintió hambre; d) Jesús preguntó a sus discípulos dónde buscar comida; e) éstos dijeron que era imposible conseguirla; f) alguien ofreció unos panes y peces; g) Jesús hizo sentar a la gente en el suelo; h) tomó los panes, los bendijo y los repartió a la multitud; i) todos comieran hasta saciarse; j) sobraron varias canastas de pan (Mc 6,34-44 y 8,1-9).
También Mateo cuenta las dos multiplicaciones. En cambio Lucas y Juan pensaron que era demasiado repetir dos veces lo mismo y prefirieron contar una sola, la primera.

Pero ¿Jesús multiplicó dos veces los panes? ¿Por qué lo hizo? ¿O los evangelios pretenden enseñarnos algo más con este milagro?

La amnesia de los discípulos

Lo primero que hay que decir es que Jesús habría realizado una sola multiplicación de los panes, y no dos como cuentan los evangelios. Esto se ve en el hecho de que las dos narraciones son tan similares en el contenido, la forma y los detalles, que por momentos resultan prácticamente idénticas. Habría sido una casualidad increíble que durante el breve lapso de la vida pública de Jesús se hubieran producido dos circunstancias tan semejantes, y además con idénticos protagonistas.

Pero hay otra razón que lleva a dudar de que hubo dos milagros. Y es que, en la segunda multiplicación de los panes, cuando Jesús invita a sus discípulos a dar de comer a la gente, ellos le dicen: “¿Cómo podría alguien dar suficiente pan a éstos, aquí en el desierto?” (Mc 8,4). Si los discípulos ya habían presenciado la primera multiplicación, ¿cómo pueden hacer ese comentario? ¿Acaso no recordaban que Jesús había hecho un milagro semejante con anterioridad? Esta pregunta sin sentido demuestra que la segunda multiplicación de los panes fue escrita sin tener en cuenta que ya existía la primera.

Por lo tanto, históricamente debió de haber existido un solo milagro de los panes, que posteriormente la comunidad cristiana desdobló en dos versiones, como si hubieran sido dos sucesos diferentes.
¿Por qué de un único acontecimiento los cristianos formaron dos?

Milagro con problemas

La respuesta a este enigma se encuentra en la gran importancia que este milagro adquirió en los primeros tiempos. Las comunidades cristianas lo empezaron a considerar quizás el más significativo de todos los milagros de Jesús, como se ve en el hecho de que es el único que aparece contado en los cuatro evangelios. Y esta importancia no se debía al hecho en sí (había otros más impresionantes, como la resurrección de Lázaro), sino a lo que el milagro simbolizaba: la Eucaristía.

En efecto, los primeros cristianos pronto vieron que la multiplicación de los panes era un anuncio de la futura Eucaristía que Jesús iba a celebrar al final de su vida, en la última cena. Al repartir aquel día en el desierto los panes, Jesús estaba invitando a todos los hombres a asistir a la otra mesa, la de la Eucaristía, donde Él iba a entregar otro pan: el pan de su propio cuerpo.

Que el milagro de los panes era interpretado en ese tiempo como un anuncio de la Eucaristía se ve en el Cuarto evangelio, donde se dice que Jesús después de la multiplicación pide a la gente que no se quede con ese pan material, sino que busquen el otro pan, el que da la vida eterna (Jn 6,52-58). O sea que el relato de la multiplicación de los panes era un excelente medio para catequizar a la gente sobre la importancia de la Eucaristía.

Pero el milagro tenía un inconveniente: Jesús lo había realizado en la orilla occidental del lago de Galilea, es decir, en territorio judío, y los destinatarios habían sido sólo judíos (Mc 6,32). De modo que parecía como si la invitación a participar de la Eucaristía fuera exclusiva para los judíos, y no para los demás pueblos.

La gente de la otra orilla

Por eso cuando los primeros cristianos, poco después de morir Jesús, empezaron a predicar el Evangelio a los paganos, sintieron la necesidad de dejar en claro que también ellos estaban llamados a participar de la Eucaristía y a recibir el cuerpo de Jesús; que Jesús no había venido a salvar únicamente a los judíos sino también a los paganos. Y la forma que encontraron de hacerlo fue mediante la creación de un relato paralelo de la multiplicación de los panes, muy parecido al anterior, pero en vez de estar ubicado en la orilla occidental del lago de Galilea, situara a Jesús en la margen oriental (Mc 7,31), ya que el lado oriental del lago no era territorio judío sino pagano. De este modo, Jesús aparecía multiplicando los panes también a los extranjeros, e invitándolos a la Eucaristía.

Así se explica porqué actualmente existen en los evangelios dos relatos de la multiplicación de los panes. Y así también se entiende porqué, cuando los comparamos, los dos relatos tienen detalles muy diferentes. En efecto, si bien los que compusieron el segundo relato procuraron hacerlo muy parecido al original, añadieron también ciertas diferencias para que ambos pudieran transmitir su propio mensaje.

Si ahora comparamos los dos relatos desde esta perspectiva, podremos entender mejor el sentido de las divergencias que hay entre uno y otro.

El juego de las diferencias

1) La primera multiplicación, dirigida a los judíos, se hizo con 5 panes (Mc 6,38). Porque para los judíos el 5 era un número simbólico importante: representaba el Pentateuco (es decir, los cinco primeros libros de la Biblia), que contenían la Ley de Moisés, y que eran el alimento de su alma. Jesús, con los 5 panes, les dice que Él es el nuevo alimento que reemplaza la antigua Ley. La segunda multiplicación, dirigida a los paganos, se hace con 7 panes (Mc 8,5); porque según la creencia popular, existían en el mundo 70 paganas; su lista incluso aparece en la Biblia (Génesis 10). Por eso el 7 era el número más adecuado para representarlos.

2) En la primera multiplicación comieron 5.000 personas (Mc 6,44). Es decir, 5 (número sagrado judío) por 1.000 (que significa “multitud”). O sea, la multitud del pueblo judío. En cambio en la segunda multiplicación comieron 4.000 personas (Mc 8,9). Es decir, 4 (número que representa los cuatro puntos cardinales de la tierra) por 1.000. O sea, la multitud de los pueblos de toda la tierra.

3) En la primera multiplicación sobraron 12 canastas (Mc 6,43). Porque el número 12 aludía a las 12 tribus de Israel. En cambio en la segunda multiplicación sobraron 7 cestas (Mc 8,8). Porque el 7 aludía a las naciones paganas.

4) El primer relato dice que la gente vino de las ciudades vecinas (Mc 6,33), porque representa al pueblo judío cercano a Jesús. El segundo relato dice que la gente vino “de lejos” (Mc 8,3), porque representa a las naciones paganas, alejadas del judaísmo.

5) En el primer relato la gente sólo esperó un día para la multiplicación de los panes (Mc 6,35); esto indica la prontitud con la que el pueblo judío se benefició de la Eucaristía. En el segundo relato, la gente esperó tres días sin comer (Mc 8,2); se refiere al tercer día de la resurrección, después de la cual pudo llegar el Evangelio hasta los pueblos paganos.

6) En el primer relato, la gente se reunió en grupos de 100 y de 50 personas para comer (Mc 6,40); porque el pueblo de Israel, durante su marcha por el desierto con Moisés, estaba organizado en grupos de 100 y de 50 (Ex 18,25; Dt 1,15). En el segundo relato, la gente se organizó espontáneamente para comer, lo que muestra la libertad de las naciones gentiles frente a las estructuras judías.

7) En el primer milagro, los apóstoles toman la iniciativa y se afligen por el hambre de la gente (Mc 6,35-36), lo cual muestra la preocupación de los primeros cristianos por transmitir el Evangelio a los judíos. En el segundo milagro, la gente esperó tres días sin comer y los apóstoles no reaccionaron, hasta que Jesús les hizo advertir el hambre de ellos (Mc 8,1-3), señalando así el recelo y la demora de los primeros cristianos en predicar el Evangelio a los paganos.

8) En el primer milagro, Jesús siente lástima de la gente “porque estaban como ovejas sin pastor” (Mc 6,34). Se cita, así, una profecía de Ezequiel (Ez 34,5-6), que anunciaba que Dios se iba a ocupar del hambre de su pueblo (Ez 34,13). En cambio en el segundo milagro, Jesús siente lástima de la gente “porque llevan tres días sin comer” (Mc 8,2). Indica que también los paganos, aunque no entraban en la profecía, son amados por Dios, y por eso él se ocupa de su hambre.

9) En el primer milagro, la gente se recuesta “en la hierba verde” (Mc 6,39). Es una alusión al Salmo 22, muy conocido por los judíos, donde se dice: “Dios es mi pastor, nada me falta; en hierbas verdes me hace recostar” (Sal 22, 1.2). En cambio en el segundo milagro la gente se sienta “sobre la tierra” (Mc 8,6), que simboliza la universalidad, la totalidad del mundo, de donde venían los paganos.

10) En la comida con los judíos, las sobras de pan se recogieron en doce “canastas” (Mc 6,43); la palabra griega usada (kófinos) indica los recipientes pequeños, tejidos de caña y mimbre, comúnmente usados por los judíos. En cambio en la comida con los paganos, las sobras se recogieron en siete “cestas” (Mc 8,8); aquí el término griego (spyrís) alude a los recipientes grandes de cuerda, empleados por los paganos para sus provisiones; el gran tamaño de estas cestas, a diferencia de las primeras, indica la multitud de los pueblos paganos invitados a la Eucaristía.

11) En el primer milagro, Jesús tomó los panes y “pronunció la bendición” (Mc 6,41). En cambio en el segundo Jesús tomó los panes y “dio gracias” (Mc 8,6). Las dos palabras significan lo mismo, y se refieren al acto de bendecir a Dios por los alimentos antes de comer. Pero “pronunciar la bendición” (euloguéin, en griego) es la expresión típica que empleaban los judíos en su círculo familiar, mientras que “dar gracias” (eujaristéin, en griego) es la fórmula que se empleaba en los ambientes griegos, es decir, paganos, y por lo tanto más correcta para la bendición de Jesús en el segundo grupo de gente.

No entendieron los números

En síntesis, Jesús realizó una sola multiplicación de los panes, a orillas del lago de Galilea, una tarde después de compartir la jornada de enseñanzas con los judíos de las regiones vecinas. Con el paso del tiempo, cuando los cristianos tomaron conciencia de que Jesús era el Mesías esperado, aquel milagro adquirió una enorme importancia, pues se convirtió en un anticipo de la celebración de la Eucaristía, y pasó a ser el anuncio de la “comida de salvación”, a la que asistían los creyentes para encontrarse con Jesús y adelantar la llegada del Reino de Dios.
Cuando poco a poco el Evangelio empezó a predicarse a los paganos, se sintió la necesidad de invitarlos también a ellos a la Eucaristía. Entonces surgió la tradición de un segundo enfoque del milagro hecho por Jesús, esta vez en territorio pagano y dirigido a los paganos.

Así se formaron dos relatos, casi idénticos en su forma y estructura, pero con detalles propios: uno dirigido al pueblo judío y otro al mundo pagano.

Que estos detalles son simbólicos y están referidos a esos dos ámbitos lo confirma una escena posterior del Evangelio. Cuando Jesús, poco después del segundo reparto de panes, viajando en barco a territorio pagano para evangelizar, nota la intranquilidad de los discípulos que se sentían descontentos por tener que ir a misionar al extranjero, les dice: “¿Aún no entienden? ¿Es que tienen la mente embotada? ¿No se acuerdan cuando repartí los 5 panes a los 5.000? ¿Cuántos canastos de sobras recogieron?” Los discípulos le dijeron: “Doce”. “Y cuando repartí los 7 entre los 4.000, ¿cuántas cestas de trozos recogieron?” Le dijeron: “Siete”. “¿Y todavía no entienden?” (Mc 8,14-21).

Este diálogo de Jesús y sus discípulos muestra la importancia que tenían los números simbólicos de la multiplicación de panes. Querían significar que tanto el pueblo judío (los 5.000) como el pueblo pagano (los 4.000) estaban llamados a formar un solo pueblo, cada uno con sus particularidades, características y rasgos propios, pero unidos bajo la autoridad y el amor del Señor, y compartiendo el mismo pan.

Imaginar una nueva cena

Qué grande debió de haber sido la sensibilidad de los primeros cristianos, que ante la preocupación de que los paganos se sintieran excluidos y se quedaran lejos de la Eucaristía, dejaron expresamente aclarado que el Maestro de Nazaret era maestro de todos y había venido para todos.

Los cristianos modernos no tienen esa misma sensibilidad. Al contrario, muchos consideran la comunión dominical como un premio exclusivo para algunos, un reconocimiento para los que han sido buenos, una recompensa por la santidad personal, un homenaje a las obras meritorias que hicieron durante la semana. De ese modo, encuentran renovados motivos para autoexcluirse de la comunión, o para excluir a cada vez más categorías de personas porque las consideran indignas de acercarse a Jesús.

Pero la comunión es el alimento de los débiles, de los que no encuentran el rumbo y acuden a Jesucristo para que los levante de sus miserias y ponga un poco de luz en sus vidas. Y en vez de criticar a quienes van a comulgar, debería dolernos descubrir cómo cada vez más gente está alejada de la comunión, o incluso indiferente; y por ello, alejada de nuestra asamblea, de nuestro servicio, de nuestra atención.

Quienes crearon el segundo relato de la multiplicación de los panes imaginaron una escena que históricamente no existió, pero que reflejaba perfectamente la voluntad de Jesús: que nadie quedara lejos de su pan, de su amor, de su amistad. Hoy sigue siendo el sueño de nuestra Iglesia: que millones de hermanos, que están confundidos, alejados y desorientados, vuelvan a acercarse a la comunidad cristiana y se sientan cómodos en ella, sin ser marginados ni rechazados, para que Jesús pueda repartirles su pan. Un pan que la Iglesia tarda demasiado en hacerles llegar.

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