lunes, 8 de febrero de 2010

¿UNIDAD DE LAS IGLESIAS?

29-Enero-2009 José Arregi

La semana pasada ha sido entre los católicos la “Semana de oración por la unidad de los cristianos”. Fue promovida –hace ya cien años– por beneméritos pioneros del ecumenismo, y cada año se convierte en una oportunidad para el encuentro, la reflexión y la colaboración entre diversas iglesias de todo el mundo. Eso está muy bien. Pero esta semana me provoca interrogantes radicales, empezando por su nombre: “Semana de oración para la unidad de los cristianos”.

Los cristianos somos muy distintos, no cabe duda, ¿pero estamos por ello necesariamente divididos? “Pertenecemos”, sí, a muchas iglesias diferentes, ¿pero qué hay de malo en que sigamos así? ¿Estoy yo realmente separado en mi fe de una familia ortodoxa de Pamplona, o de unos amigos luteranos de Bilbao? ¿Estoy más alejado de ellos que del ultracatólico que se sienta junto a mí en la misa, se arrodilla en la consagración y comulga en la lengua, y de seguro vota a un partido español de derecha? Y me digo: si Dios necesitase que le pidiéramos algo, ¿no debiéramos pedirle más bien que podamos sentirnos unidos siendo muy diferentes? ¿No sería, pues, mejor organizar una “semana de oración por la diversidad de las iglesias”? (En realidad, no creo que Dios necesite que le pidamos ni siquiera por la diversidad de las iglesias, menos aún por la unidad. Cuando hablamos de Dios siempre erramos y cuando lo imaginamos siempre lo desfiguramos, pero yo prefiero imaginarlo dándose y rogándonos que no haciéndose rogar. Pero éste es otro tema).

Muchos católicos muy bien intencionados llaman a los demás cristianos “hermanos separados”, pero es una fórmula bastante desafortunada: a los mismos que califica amistosamente de “hermanos” les reprocha sin pudor el estar separados, y les recuerda en el fondo que deben volver a la Iglesia verdadera de la que se han alejado. Si decimos “hermanos separados”, se plantean dos cuestiones fundamentales. Primera cuestión: ¿quién se ha separado de quién? ¿Se separó Constantinopla de Roma o Roma de Constantinopla? Segunda cuestión: aun en el supuesto de que una iglesia se haya separado de otra, ¿quién decide si tenía o no auténticas razones para separarse? En definitiva, tanto en un caso como en otro, ¿quién debe acercarse a quién, para recuperar una verdadera unidad perdida? ¿Los ortodoxos a los católicos o los católicos a los ortodoxos? ¿Los luteranos a los católicos o los católicos a los luteranos? ¿Los anglicanos a los romanos o éstos a aquellos? La pregunta decisiva es: ¿En qué consiste realmente la unidad? ¿La unidad requiere tener todos la misma teología, asentir a los mismos dogmas, someterse al mismo papa?

Se lo debiéramos preguntar a Pablo, que se enfrentó a Pedro, y Pedro no fue quién para “excomulgarle” (ni a él ni a nadie de otra iglesia que no fuese la que él regía, si es que alguna vez rigió alguna iglesia). Se lo debiéramos preguntar a los cristianos/as que, en los primerísimos años después de la Pascua de Jesús, siguieron haciendo vida itinerante como Jesús y a aquellos otros que, en la misma época, formaron comunidades estables, y no siempre se entendían muy bien entre sí. Se lo debiéramos preguntar a la iglesia judeocristiana de Jerusalén regida por Santiago y a las iglesias helenísticas, con sus teologías y cristologías tan diversas, con sus modelos de organización tan distintos. Se lo debiéramos preguntar a las “iglesias de Juan” que siempre reivindicaron su libertad respecto de las “iglesias principales” (que es como decir las más poderosas, las de Pablo y Pedro). Se lo debiéramos preguntar a las iglesias gnósticas –por lo demás, tan diversas entre sí–, una de cuyas máximas figuras, Valentín, estuvo a punto de ser “papa” (obispo de Roma) a mediados del s. II. O se lo debiéramos preguntar a San Ireneo de Lyón (s. II), que no admitió que el “papa” Víctor impusiera a las iglesias de Asia Menor la fecha romana para la celebración de la Pascua, o a San Cipriano de Cartago (s. III) que se enfrentó al “papa” Esteban en el asunto –para ellos vital– de si había que rebautizar o no a quienes hubieran recibido el bautismo de manos de un hereje. No acabaríamos de preguntar y de sorprendernos.

La conclusión es sencilla: no son las diferencias, cualesquiera que sean, sino el modo de vivirlas lo que rompe la unidad. Sigan, pues, las viejas iglesias monofisitas siendo monofisitas, y las igualmente viejas iglesias nestorianas siendo nestorianas, si eso les ayuda a seguir a Jesús, aun cuando sus cristologías sean opuestas. Sigan las venerables iglesias ortodoxas manteniendo y poniendo al día su fe y sus instituciones, anteriores al papado. Sigan las grandes o pequeñas iglesias inspiradas en los ilustres reformadores (Lutero, Zwinglio, Calvino) dejándose inspirar por sus certeras intuiciones acerca de la gracia y de la palabra. Sigan la “Iglesia nacional anglicana” y su hermana la iglesia episcopal norteamericana siendo buena noticia y levadura para sus sociedades. Y las incontables iglesias bautistas y evangélicas sigan siendo lo que son y transformándose al aire del Espíritu. Y hasta la iglesia de Lefebvre siga con San Pío X, si piensan que así son más fieles a la Buena Noticia en el mundo de hoy. Sigamos siendo diferentes sin estar por ello divididos, dialogando sin anatemas y dejándonos transformar por el otro y por la vida. (Y lo que digo sobre las iglesias es aplicable a las religiones).

En conclusión, propongo: que el obispo de Roma deponga definitivamente su primado de jurisdicción sobre otros obispos e iglesias, pues hoy no tiene sentido, si alguna vez lo tuvo; que levante todas las excomuniones –a derecha y a izquierda, todas–; que la iglesia católica romana declare unilateralmente que ella se siente en comunión con todas las iglesias por distintas que sean su teología, culto, organización y normas morales; que admita de buena gana que no es necesario que los cristianos estemos más unificados para estar realmente unidos, para ser “Uno en Jesús” y en el Misterio de Dios, pues Dios no es una pirámide rígida, sino la pura Relación de respeto y libertad; y que, en consecuencia, anuncie que ya no organizará más Semanas de oración por la unidad de las iglesias, sino una Semana al año para que cristianos y cristianas de todas las iglesias se reúnan y se reconozcan, celebren la presencia consoladora y universal del Espíritu, procuren ensanchar los márgenes de la comunión en la diversidad de formas y, si quieren, elijan a quienes les vayan a representar en un Consejo Universal de todas Iglesias, un espacio donde gustosamente se acojan unas a otras siendo cada cual lo que es. Como Dios nos acoge.

Como Dios te acoge en su santa paz.
José Arregi

Para orar
Dios de todos los vivientes,
haznos capaces de abandonarnos en ti,
en el silencio y el amor.
Abandonarse en ti no es algo habitual
en nuestra condición humana.
Pero tú intervienes hasta en lo más íntimo de nosotros mismos
y quieres para nosotros la claridad de una esperanza.  (Taizé)

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