martes, 23 de febrero de 2010

INTRODUCCIÓN A MARCEL LEGAUT (5)

Domingo Melero
De «la fe en sí mismo» al «amor humano»

I. La fe en sí mismo (capítulo I de El hombre en busca de su humanidad)

1. Tal como indicamos en la entrega anterior, Légaut quiso dedicar un capítulo inicial, a modo de “obertura”, a la fe en sí mismo. Proponemos leer, para empezar, un resumen y una selección de fragmentos de este capítulo. Texto duro y exigente, pero capital.

2. Sin embargo, para captar lo esencial de la «fe en sí mismo» en otros términos (y dar así un respiro a los que siguen el curso, pues, como ya dijimos, Légaut no es fácil), citaremos unos textos muy breves, de otros dos autores, que apuntan a lo mismo.

Primero, un cantar de Machado:
No extrañéis dulces amigos
que esté mi frente arrugada,
yo vivo en paz con los hombres
y en guerra con mis entañas.

Y, segundo, una afirmación con algunos campos del «trabajo de la fe»:El combate por la igualdad y la libertad sociales, por los «derechos humanos», exige la misma lucidez y el mismo coraje que una obra de arte. O, recíprocamente, es tan exigente y difícil llevar a su cumplimiento el amor entre un hombre y una mujer como la justicia entre los pueblos (George Morel; ver Cuadernos de la diáspora 11, pág. 55)

Ambos fragmentos incluyen la metáfora del combate. Y, el «en guerra con mis entrañas» de Machado, ¿no tiene un tono tan dramático como los textos de Légaut?

Machado deja entrever la dureza de su vida espiritual, la dificultad de su lucha y combate consigo mismo tras la ligereza del poema. Porque alcanzarse, conocerse, trascender el yo superficial (que siempre desea lo que no tiene) y alcanzar el yo profundo no es un camino fácil; y, en él, la fe en sí mismo y en el otro es capital pues ella es la fuerza que lleva al hombre a afirmar el misterio de sí y del otro.

Sólo después viene la ligereza, la mesura, la discreción y el equilibrio, que son el fruto de la fe:Es el mejor de los buenos
quien sabe que en esta vida
todo es cuestión de medida:
un poco más, algo menos

Y también esto de Machado conecta con la afirmación de sí mismo que es la fe:Morir… ¿caer como gota
de mar en el mar inmenso
o ser lo que nunca he sido:
uno sin sombra y sin sueño,
un solitario que avanza
sin camino y sin espejo.

Quien dice «morir» dice todo lo que nombra la «carencia de ser». En el poema, la primera posibilidad, la de «caer como gota / de mar en el mar inmenso», no es la posibilidad que prefiere Machado (pese a que todo le lleva a ella). Tampoco Légaut se conforma con esta posibilidad, a la que llama la «resignación infinita», tanto la de las religiones milenarias como la de algunas filosofías cuya respuesta a la cuestión de qué es el hombre es una forma renovada de «fatalismo».

Machado deja abierta una segunda posibilidad en el poema: «ser lo que nunca he sido». Esta posibilidad suena a la «fe en sí mismo». Prueba de ello es que Machado, después, con imágenes que ahora no podemos comentar, describe una lucidez sobre sí, una integridad en la reflexión y una desnudez que es justo lo que la «fe en sí mismo» permite, esto es: ser «sin sombra y sin sueño», avanzar «sin camino y sin espejo».

II. «Nota sobre la fe» (1975)

Légaut, en un libro de 1975, , sintetizó de nuevo qué entendía por «fe en sí mismo». Lo hizo en la primera parte de una «Nota sobre la fe» que recomendamos especialmente.

En esta Nota están ya presentes los tres umbrales de la vida espiritual, según Légaut: (a) tomarse la vida en serio; (b) dar un carácter absoluto a los compromisos; pero, además, (c), caer en la cuenta de la forma ideológica de entender éstos, y, al mismo tiempo, rebasarla gracias a descubrir una exigencia fundamental de carácter absoluto, arraigada en la propia profundidad, que no consiste en una mera obediencia o cumplimiento de lo que se exige de forma general, sino que abre a una rara y singular combinación de riesgo y de fidelidad. Por ella, el hombre ya no encaja en ninguna casilla establecida.

Y terminamos este tema con una última observación. La preposición «en» de la fe en sí mismo tiene 2 valores: (1) uno mismo no es sólo el agente sino que es también el lugar donde se da la fe; y (2), uno mismo es, además, el término de la «adhesión» que es la fe, para la que Légaut usaba el verbo «desposar» (épouser).

La fe significa, para Légaut, que hay un absoluto en el hombre (incluido uno mismo), como sujeto y como término, y significa, además, que hay una búsqueda de la propia humanidad, o un paso del yo superficial al yo profundo, que no emprenderíamos o que no intentaríamos si, en cierto modo, no lo hubiéramos ya encontrado o logrado.

III. «El amor humano» (capítulo II de El hombre en busca de su humanidad)

El lector que Légaut deseaba encontrar adivinará, en este texto, el esfuerzo del autor por ser, por un lado discreto, y, sin embargo, por otro lado, hablar a fondo, de la experiencia humana del amor a partir de la suya propia y de sus más allegados. Tema habitual de poetas, cantantes y artistas, un campesino, ex matemático y creyente, se esfuerza por hablar de él, en el camino de su propia investigación y reflexión, a los setenta, sobre la condición humana. No es el texto habitual de un pastor, sacerdote, teólogo, filósofo o psicólogo. A poco que se conozca el marco de su vida, se adivina, en efecto, entre líneas, tan sólo una vida común, de esposo y de amigo de sus amigos, con los que ha hablado a fondo. La selección que ofrecemos es la mitad más o menos de su texto. Por esfuerzo de simplificar hemos suprimidos frases y párrafos enteros, donde abundaban los matices y las observaciones.

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GUÍA DE LECTURA Y AUTOEVALUACIÓN

Por Antonio Duato

El trabajo de presentación y síntesis que nos presenta Domingo de los dos primeros capítulos de la obra principal de Légaut no puede hacerse más claro y sencillo. Y creo que si uno entra en estos textos, con calma y paciencia, irá sacando punta y encontrando momentos de luz.

Pero estamos acostumbrados a mucha rapidez en este mundo de Internet. Nada de rollos. Y si pudiera ser con imágenes, una presentación o un video mejor…

Para el que no tenga tiempo o ganas de leer los textos propuestos, o como incitación a hacerlo, hago esta breve supersíntesis de la síntesis:

La película de lo vivido es la materia del trabajo interior o espiritual. De esto ya hablamos. No hay otro. Pero claro, de lo vivido –los “bienes de la vida” dice Légaut– hay muchos que “consumimos” y otros que nos interpelan por dentro. A estos últimos los llama “específicamente humanos”. Algo (una situación, un texto, un contacto…) que nos ha producido una intensa vivencia estética, o intelectual o religiosa, puede despertarnos a una fugaz realidad trascendental donde se va poder asentar el movimiento interior de fe en sí mismo.

Lo original de Légaut es que al hablar de estos bienes humanos, con capacidad de “llamar” hacia el interior y hacia lo más real, de manera explícita y valiente rompe con toda la tradición ascética de huir de “las pasiones”, de privarse de goces corporales para llegar a ser “interiores” o espirituales. Porque Légaut pone precisamente el amor y la paternidad como prototipos de bienes que nos llaman a no tener y “consumir” sino a salir de nosotros, a experimentar la carencia de ser y la afirmación del ser que fundamenta la fe… Y, aunque se puede hablar de amor de forma sublimada y espiritualizada, el amor del que parte Légaut para empezar el trabajo espiritual es el “primer analogado” del amor: el amor del enamoramiento, el que busca y exige el contacto corporal, el que llega al éxtasis de la unión física de la carne, el amor conyugal. ¿No valdrá la pena leer cómo pone Légaut en el instinto ese inicio de salir de uno, hacerse presente al otro y llegar a la fe en el otro?

A quien consiga leer más o menos a Légaut, a quien haya leído a otros autores y poetas que le hayan hecho penetrar en este misterio del amor (sobre paternidad hablará en otro capítulo), a quien haya descubierto momentos de impotencia y de fe suprema en la historia de sus propios amores y desamores, yo invito a seguir aportando palabras auténticas y personales sobre las experiencias profundas. Este taller está avanzando poco a poco, con testimonios magníficos.
Se puede hablar de lo más íntimo con realismo, sin palabras dulzonas (“mermelada” llamaba Légaut a cierta literatura espiritual) pero con discreción y sin exhibicionismo. Si no negamos el instinto y nos alejamos de lo más material, si tampoco vivimos esas realidades como meros “consumidores”, si estamos atentos a las invitaciones más profundas que de allí se derivan… ¿acaso no estaremos encontrando una base muy firme para una verdadera espiritualidad laica?
Y otra pregunta me viene que no puedo evitar: sin negar que el celibato –que priva al ser humano del amor conyugal y de la paternidad real– sea para alguien una opción o una necesidad, ¿es en teoría la mejor manera para llegar a una espiritualidad más sublime, como siempre se ha considerado en nuestra tradición?

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