Pedro Miguel Lamet
El día que comencé las conversaciones con José María Díez Alegría destinadas a nutrir mi biografía titulada Un jesuita sin papeles recuerdo que me recibió con su acostumbrada sonrisa y me dijo: “Quiero decirte una cosa importante: siéntete libre para escribir lo que te apetezca”.Y es que su mensaje o pensamiento puede resumirse en esa palabra: libertad y coherencia con el Evangelio
Arranca de una postura ética ante Dios y el mundo. De su tesis doctoral sobre la Ley Natural, que completó con otro doctorado en Derecho y que le condujo a creer en la conciencia del hombre. José María estaba convencido, después que buceó en Max Scheller y la fenomenología de Husserl, de la importancia de la libertad de conciencia, la inmoralidad de la guerra y la lucha por la justicia como imperativos irrenunciables.
En contacto con el padre Llanos y el barro de El Pozo del tío Raimundo, empieza a denunciar en diferentes conferencias tachadas de subsersivas sobre los abusos del franquismo, la situación del obrero, el silencio de la Iglesia. A partir de ese momento cuando, de acuerdo con su amigo Aranguren, se convierte en un jesuita peligroso, es “promovido para ser removido” de España a su cátedra de Roma.
Pero su ecuador mental, cuando cree estar por una enfermedad al borde de la muerte, lo señala la aparición de su libro Yo creo en la esperanza, que publica como imperativo interior , haciendo objeción de conciencia contra sus superiores y arriesgándose a tener que exclaustrarse y luego salir de la Compañía de Jesús, como hizo.En esta obra se pronuncia contra un cristianismo ontológico-cultual (es decir de misa y doctrina) y defiende un cristianismo comprometido y profético. “Yo hago ver cómo la esencia de la religión es el amor al prójimo como sacramento del amor de Dios, el amor a prójimo como dialéctica del espíritu de justicia”. En ese sentido acepta que Marx puede ser un profeta y tener parte de razón cuando dice que “la religión es el opio del pueblo”.”Marx me ha llevado a redescubrir a Jesucristo y el sentido de su mensaje”, se atreve a afirmar-
Critica en consecuencia la concepción de propiedad privada tal como la ha defendido la Iglesia, y se apunta a una esperanza histórica que se traduce en la lucha por la justicia afirmando sin rodeos que el cristianismo tal como se ha vivido hasta ahora es una religión falsa. Ni los padres de la Iglesia, ni siquiera la tradición escolástica, según Alegría, defienden que la propiedad privada sea un derecho natural. · “Como dice San Juan Crisóstomo, ‘el rico o es ladrón o heredero de ladrón’” Por tanto la Iglesia, que ha traicionado a Jesús, no debe empujar a decisiones políticas, sino predicar el Evangelio y dejar libertad de elección al cristiano en estas opciones.
Otro punto que escandalizó sobremanera fue su postura en materia de moral sexual. Su frase “el celibato puede ser una fábrica de locos” y “estoy a punto de cumplir sesenta años y no he tenido ninguna aventura amorosa. Tal vez se deba a que soy un poco estúpido en cuestiones de mujeres”, levantaron un gran escándalo es aquella España tardofranquista. Calificará la postura de muchos moralistas católicos de “totalitaria” por sus imposiciones. Defenderá un celibato opcional para los sacerdotes de rito latino. Un pensamiento que tiene resonancias especiales en estos tiempos de “pederastia”. “Es una cosa para volverse loco, porque la dimensión sexual es algo que está en las entretelas del ser humano” . Aunque en diversas ocasiones se manifiesta contra la sexualidad como mera explotación o goce y defiende su dignidad. Tampoco ve sentido a una fecundidad indiscriminada: “No necesitamos muchos hijos, sino verdaderos frutos y signos del amor”.
En otra cuestión de fresca actualidad fueron duras sus palabras contra el neoliberalismo económico y el economicismo puro y duro. Respecto al terrorismo decía que “es intolerable; pero para solucionarlo lo que hay que hacer es aumentar la justicia”. Y añadía: “Estamos lejos de la verdadera paz. La actual política armamentista es un escándalo”. Por su parte “La Iglesia no debe pretender conquistar el mundo, sino procurar dar un buen testimonio de Jesús y estar en diálogo con todos”.
Pero sobre todo era un gran hombre de fe. “Reafirmo que mi fe en la resurrección se refiere con toda rotundidad y con íntimo gozo a Jesús. Se refiere también con fuerza a los pobres y marginados injustamente oprimidos“. Cuando un día le pregunté si tenía miedo a la muerte, me dijo: “No. Tengo esperanza de encontrarme con Dios. Pero creo que mi vida ha tenido mucho sentido tal como es y no me preocupa la muerte, incluso como puro descanso”. ¿Y si no te encuentras a Dios?, insistí. José María respondió con una frase de un jesuita francés: “Pues me honro en haber creído en Dios, pues si no existe, debería existir”. Y es que el humor, que es una forma de amor, siempre era el alma que hizo a este asturiano universal libre y genial.
lunes, 28 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario