domingo, 6 de junio de 2010

AUTOCONTENCIÓN: MEJOR CON MENOS

Joaquim Sempere

A la luz de las informaciones y de las conjeturas racionales sobre la posible evolución futura de la vida humana sobre la Tierra hace falta una reconsideración de muchos parámetros de la vida social. La idea central es que hace falta modificar radicalmente el metabolismo socionatural, simplificándolo para que la satisfacción de las necesidades fisiológicas y de las otras necesidades que requieren recursos naturales sea compatible con la preservación de la biosfera. Y esto tiene dos caras: modificar la realidad productiva y modificar las necesidades, cambiar la realidad objetiva y cambiar nuestros deseos, motivaciones y necesidades. Hay que aprender a alimentarse, vestirse, etc. y a lograr la autoestima, la autorrealización, etc. con procedimientos ecológicamente sostenibles. Se trata de un cambio socioeconómico y de un cambio cultural y moral.

El cambio socioeconómico requiere mejoras de la ecoeficiencia. Pero por mucha eficiencia ecológica que se logre, los resultados no bastarán para frenar o detener la carrera hacia el desastre si, a la vez, no se actúa deteniendo (y revertiendo) el crecimiento de la población mundial y deteniendo (y revertiendo también) la carrera actual hacia consumos crecientes. No sirve de nada doblar la eficiencia energética de los motores de los automóviles si doblamos el kilometraje: el consumo de carburante no habrá disminuido. Tenemos que mantener el kilometraje bajo, y preferiblemente más bajo incluso que antes. En suma: hace falta transitar hacia sociedades que reduzcan el consumo de recursos y la huella ecológica conjunta de la humanidad, basadas en valores de frugalidad, austeridad o suficiencia, lo cual implica detener el crecimiento económico para lograr una economía ecológicamente sostenible. Se ha hablado al respecto de crecimiento cero, estado estacionario o decrecimiento.

Esto tiene implicaciones evidentes para el sistema productivo. Entre otras destaca la incompatibilidad entre capitalismo y sostenibilidad ecológica. Pero el libro, que gira en torno al tema de las necesidades humanas, se centra en los aspectos relativos a la demanda, al consumo y, en definitiva, a las necesidades. La idea-eje es que si las necesidades –aquellas que van más allá de las puramente animales— son construcciones humanas, aunque no conscientes ni deliberadas, debería ser posible deconstruirlas y reconstruirlas sobre una nueva base, que implique el logro de la autoestima y la autorrealización –pongamos por caso— con conductas frugales y no adquisitivas, cultivando el ser y el hacer y no el tener, desarrollando un sentido de equilibrio y no la desmesura, etc. El último capítulo explora temáticas y experiencias que pueden arrojar luz sobre esta perspectiva.

La “ética del consumo” propone una frugalidad voluntaria motivada por la conciencia ecológica de los límites de la biosfera. Pero esta salida es inviable salvo para minorías. De hecho, aunque los medios de difusión tratan de convencernos de que el consumo se compone de decisiones puramente individuales, lo cierto es que el consumo es político, como parte del metabolismo socionatural que debería responder a una voluntad democrática y no, como ocurre hoy, al poder del gran capital, que impone sus prioridades a toda la sociedad. Observando, además, cómo se consume hoy en Occidente, se ve que predomina un estilo muy individualista: la gente vive en hogares-fortaleza sobreequipados con toda clase de artefactos. Se podrían obtener las comodidades de los modernos artefactos, en muchos casos, alquilándolos o compartiéndolos. Las administraciones públicas pueden intervenir con medidas de racionamiento, con reglamentaciones, con políticas de demanda, etc. que contribuyan a reducir el consumo individual o familiar en bienes y servicios que se pueden compartir. O planificando la producción o regulando los precios para orientar el abandono ordenado de las energías fósiles y el paso a un modelo energético limpio y renovable; el fomento de una agricultura ecológica; la reestructuración territorial de las actividades humanas para reducir drásticamente las necesidades de transporte, etc. ¿Será posible generar una voluntad mayoritaria para adoptar medidas de este tipo?

Un tema crucial y de muy difícil resolución es el de las relaciones entre el Norte y el Sur del planeta. En uno de los dos capítulos finales se trata de “la pedagogía de los límites” aduciendo las argumentaciones más sólidas de que hoy se dispone a favor de la idea de que estamos cada vez más cerca de los límites de la Tierra y de que es preciso adaptarnos a ellos redimensionando a la baja la presión que ejercemos sobre la biosfera. Pero ¿cómo hacer compatible este objetivo con la satisfacción de las necesidades insatisfechas de más de dos tercios de la humanidad? ¿Cómo mejorar la alimentación, el suministro de agua y electricidad, el transporte, etc. de esta mayoría de la población humana sin aumentar la presión humana sobre los ecosistemas, o incluso reduciéndola como sería deseable? La respuesta no es fácil, pero tiene necesariamente dos caras. Una es la de que los países del Sur afectados por la pobreza, el hambre y la insuficiencia deberían adoptar sistemas técnicos distintos de los que Occidente utilizó en otros momentos de su evolución histórica, depredadores y contaminantes. Así, por ejemplo, la electrificación solar permitiría mejorar mucho las condiciones de vida sin agravar la presión humana –la huella ecológica— sobre la Tierra, e incluso disminuyéndola. El problema es que estos sistemas no están disponibles en cantidades suficientes y a precios asequibles para unas sociedades que siguen empobrecidas y que no pueden esperar la solidaridad de las sociedades ricas y sobredesarrolladas del Norte. El caso de China ilustra la dificultad de huir de la pobreza sin reproducir el modelo depredador y contaminante occidental. La otra cara es que para que el Sur mejore sus condiciones de vida con inevitables incrementos de su huella ecológica, el Norte debe reducir paralelamente la suya. Y dada la dificultad para que la gente renuncie a las comodidades a que se ha acostumbrado, parece que sólo un milagro puede lograr semejante resultado. La tendencia observable es la contraria: todo parece indicar que el Norte refuerza sus tendencias al encastillamiento xenófobo y racista y a la militarización para proteger sus fronteras en caso de deterioro de las condiciones de vida en el Sur que pudiera empujar a más emigrantes a tratar de penetrar en la fortaleza del Norte.

Sin embargo, la historia nunca está escrita de antemano, y la toma de conciencia de todo lo que está en juego puede tal vez abrir paso a una evolución compatible al mismo tiempo con la sostenibilidad ecológica y con la solidaridad de todos los seres humanos que compartimos el planeta.

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