sábado, 19 de junio de 2010

¿QUIÉN NOS HA ESTAFADO?

Los que se han enriquecido antes de la crisis no son tangibles, no son personas con nombres y apellidos a las que podamos identificar

José Carlos Rivera

Ayer hubo huelga de funcionarios para protestar por las medidas adoptadas por el Gobierno ’socialista’, que pretende rebajar una media del 5% el sueldo de los empleados públicos. Pero, ¿contra quién protestamos? ¿Quién nos ha estafado? ¿Cuál es el verdadero poder que mueve los hilos? En el momento actual, el poder, como vemos, ya no está en los Estados y, por consiguiente, tampoco en los gobiernos elegidos democráticamente, sino que éstos están en manos de los que provocaron la crisis: los banqueros, los fondos financieros especulativos, las grandes multinacionales y las agencias de calificación. Los mercados son los que realmente nos gobiernan y éstos no tienen que rendir cuentas ante los ciudadanos que votamos en las democracias capitalistas. La democracia nunca será auténtica, mientras los ciudadanos no podamos decidir sobre las cuestiones económicas y financieras -únicos elementos políticos que quedan- de las que depende nuestra vida y nuestro bienestar.

El mundo en el que vivimos es diabólico. Los poderes son invisibles porque no son organizaciones que gobiernen desde un lugar perceptible, sino que los sujetos que mueven los hilos forman una red sistémica, lo que hace que los responsables no sean identificables, están ocultos en la oscuridad y por eso rebelarse contra un mundo globalizado económicamente es muy difuso e indeterminado. ¿Quiénes son los sujetos que hacen las apuestas en este casino financiero? Los que se han enriquecido antes de la crisis no son tangibles, no son personas con nombre y apellidos a los que podamos identificar. ¿Quiénes son los responsables del precio astronómico de la vivienda en este país? ¿Quiénes son los que mantienen en la miseria a millones de personas en el mundo? ¿Por qué los gobiernos, votados democráticamente, permiten que las compañías eléctricas, los bancos, las compañías telefónicas, las empresas petroleras, las constructoras, etcétera, se forren estafando a los que nos levantamos todos los días a las siete de la mañana para trabajar y así poder pagar mes a mes la comida, la hipoteca, la luz, el agua y la ropa que necesitamos, sin más perspectivas que seguir haciéndolo durante toda la vida?

Esta manida crisis está provocada no sólo por los corruptos, porque para que haya corruptos tiene que haber corruptores y corruptores de corruptores. Decía Rafael Argullol: «A menor escala se es corrupto; a escala intermedia se es corruptor y a gran escala eres un señor de las finanzas [.] situado por encima de toda sospecha». Personas respetabilísimas donde las haya, que aparecen como filántropos, que dan dinero a los partidos para sus campañas, son dueños de algunos medios de comunicación y autoridades en el mundo de la economía.

Por otra parte, todos sabemos que el elevado déficit público no es la causa de la crisis, sino su consecuencia, dado que, al destinar ingentes cantidades de dinero público para ayudar a los bancos, con el objetivo de que éstos volvieran a dar créditos a las empresas y a los consumidores,los gobiernos se han convertido en sus rehenes, imponiéndoles sus condiciones: reducción del déficit, reformas laborales y emisión de títulos de la deuda, que, paradójicamente, suscriben las entidades bancarias con el dinero que los gobiernos y los bancos centrales han puesto a su disposición.

En cuanto a las agencias de calificación que controlan los mercados y que están pagadas por los mismos que han provocado la crisis (porque, no lo olvidemos, son compañías privadas que favorecen a los financieros), cuando ven que puede haber ganancias sustanciales, rebajan la calidad de la deuda de un país, produciendo un inmediato encarecimiento de la misma, con la consiguiente huida de capitales. Así, los gobiernos tienen que hacer lo que estas agencias extorsionadoras ordenan para poder obtener el dinero que necesitan. Todo un círculo vicioso.

Ante este panorama, ¿qué debemos hacer? Otra vez la misma pregunta que se hizo Kant, y yo, como él, creo que la solución está en la ética y no en la economía. Veamos, el problema estriba en que los ‘invisibles’ lo quieren tener todo, los gobernantes los dejan hacer porque son sus lacayos y los ciudadanos nos dejamos estafar y guardamos silencio. Esta crisis es sistémica: la de los ladrones, los cómplices y los que no se rebelan. Este desaguisado no se arregla sólo convocando elecciones y aupando al PP, que sólo hace demagogia desde que empezó la crisis, en vez de mostrar sus propuestas mágicas. Por eso, debemos aunar nuestras fuerzas para oponernos, una vez más, a los poderosos. No podemos permitir que una mayoría de la población mundial viva en la miseria y una minoría no se harte de ganar dinero. Tenemos que lograr que se imponga la ética de la cooperación frente a la del beneficio. Ya no podemos creer que no haya dinero para paliar el hambre de millones de personas, mientras hay millones de euros para rescatar a los bancos. El partido en el poder no puede pretender que esto se vaya a solucionar congelando las pensiones y rebajando el sueldo a los funcionarios, porque esto va a ser insuficiente. Ralentizará aún más el crecimiento y el consumo bajará. Por lo tanto, se seguirán pidiendo más esfuerzos: reformas laborales -que intuimos por dónde van a ir- y desmantelamiento del Estado de bienestar que tanto nos ha costado construir. Mientras vivamos en un mundo de injusticia, las revoluciones serán necesarias. Aprovechemos esta maldita crisis para salir fortalecidos y cambiar nuestras condiciones de vida. El mundo en el que vivimos es una larga historia de luchas: contra la esclavitud, contra los señores feudales, contra la burguesía… Ahora hay que luchar contra los especuladores; contra el casino de las finanzas, donde está permitido hacer trampas y quedar impunes; contra los paraísos fiscales; contra la libre circulación de capitales; contra el fraude, y contra esta Europa de los mercaderes y de los banqueros frente a una Europa social en claro retroceso.

Esta crisis marca el final de un modelo basado en la voracidad sin límites de unos pocos. Es un imperativo moral decir: ¡Basta!



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