Pues bien, al parecer mamá tenía razón. Al menos eso es lo que sugiere Tristram Stuart, autor de Despilfarro: el escándalo global de la comida (publicado por Alianza Editorial e Intermón Oxfam y traducido por María Hernández). Un libro muy recomendable para este verano.
Despilfarro describe exactamente eso, el escándalo de un sistema alimentario global en el que buena parte de los alimentos que se producen y se adquieren acaban en el basurero. Las cifras alcanzan una envergadura mareante: Europa y EEUU se abastecen del doble de alimentos que serían necesarios para cubrir generosamente las necesidades de sus poblaciones. Y si consideramos la alimentación de los animalitos que engullimos, esta cifra asciende al triple, lo que significa que una parte muy considerable de estos alimentos terminará siendo desechada antes de que nadie se los coma. En concreto, el autor calcula que despilfarramos casi la mitad de lo que consumimos.
Las causas son tan diversas como incomprensibles, desde los malos hábitos del consumidor hasta las prácticas irresponsables de los comercializadores, pasando por normativas públicas altamente discutibles. ¿Qué ocurre, por ejemplo, cuando cargamos nuestros carros de la compra con el doble de yogures de los que necesitamos, simplemente porque existe una oferta 2x1 (provocada a su vez por una caducidad cercana)? ¿Es lícito que la compañía Marks & Spencer exija a sus proveedores tirar cuatro rebanadas de cada pan de molde para evitar los bordes? ¿Por qué Japón permite alimentar a sus cerdos con alimentos desechados por los humanos y la UE no? ¿Sabía usted que los pesqueros europeos desechan entre un 40 y un 60 por ciento de la pesca debido al tamaño de los peces, a las prácticas predatorias y a las cuotas que rigen los caladeros?
En el caso de los países pobres, donde se concentran los cerca de mil millones de personas que hoy pasan hambre, el desperdicio de alimentos está entre el 30 y el 40 por ciento de todo lo que se produce. A diferencia del mundo desarrollado, en este caso buena parte del problema está en la ausencia de infraestructuras básicas para conservar los alimentos. Mozambique, por ejemplo, pierde cada año más de un tercio de sus cosechas por la escasez de graneros que las protejan de las lluvias o de los insectos.
Las consecuencias de esta insensatez son algo más que morales. De acuerdo con los datos del libro, la presión sobre la tierra cultivable contribuye de manera determinante al exceso de emisiones de CO2. De hecho, si plantásemos árboles en la tierra dedicada actualmente a la producción desechada, podríamos compensar la totalidad de los gases de efecto invernadero provocados por el hombre.
Despilfarro es casi un manual para el activista alimentario. Estructurado en tres grandes secciones (Posesiones perecederas; Cosechas dilapidadas; y ¿Qué hacer con los residuos?), el libro ofrece mucho más que buena información. Su propuesta se estructura alrededor de tres 'R': reducir, redistribuir y reciclar. El consumidor-lector interesado podrá curiosear en la web del autor, que incluye todos los detalles de un evento en el que Stuart alimentó a 5.000 londinenses a base de comida que iba a ser desechada. O también algún juguete para el activista, como el concurso Waste Watchdog, en el que se anima a los ciudadanos a enviar fotografías de despilfarro alimentario en los supermercados o comercios de su barrio.
El asunto no es ninguna broma, desde luego. Después del verano trataremos de ofrecerles una entrevista con el autor para profundizar en las acciones que cada uno de nosotros puede tomar para frenar esta locura. Mientras tanto, tal vez les apetezca compartir sus ideas con nosotros a través de Twitter y Facebook. Me encantaría comentarlas con mis hijos en la mesa.
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