Hay palabras que al pronunciarlas se suele mirar de reojo alrededor inconscientemente y casi siempre se pronuncian en voz baja. Sería difícil decir exactamente a qué se debe este comportamiento resbaladizo cuando se habla de “Paraísos Fiscales”.En el fondo podríamos decir que se da una mezcla de desconfianza, inseguridad y miedo porque cualquiera puede sentirse contaminado por la corrupción y el dinero fácil puesto en sitios seguros y rentables sin control. ¿Será uno de ellos nuestro interlocutor?
Quiénes saben de estas cuestiones afirman que los fondos depositados fraudulentamente en los llamados “paraísos fiscales” ascienden más o menos al Producto Interior Bruto (PIR) español. La mayor parte de estos recursos, que muchos de ellos provienen de las evasiones fiscales, se llevan a cabo y provienen de los países desarrollados y, a veces, desde quiénes dicen predicar la justicia y buscar el bien común. Llenar los graneras hasta arriba sigue siendo la misma tentación de siempre.
Por desgracia bastantes personas parecen atrapadas por la economía de tal manera que casi toda su vida personal y social está teñida de cierto espíritu economista tan grande que olvidan que, mientras muchas personas carecen de lo más estrictamente necesario, ellos se han acostumbrado a vivir en la opulencia o malgastan lo que les sobra. No saben compartir con los más pobres. Resulta escandaloso que no se corrijan las excesivas desigualdades económicas y sociales y el lujo pulule junto a la miseria.
También resulta injusto que mientras unos pocos disponen de poderes amplísimos para poder decidir y marcar directrices a su antojo, muchas personas vivan en condiciones indignas del ser humano. El poder de las tramas es tan grande que cuando algunos medios de comunicación han denunciado la colocación de grandes cantidades en paraísos fiscales, pronto se les silencia, se pasa página y nunca se sabe si se depuran responsabilidades. Las mismas autoridades judiciales se sienten impotentes a la hora de controlar los flujos de capital y los impuestos evadidos por la dificultad de control a escala nacional sobre transacciones que se realizan a escala global.
Si los estados ricos sufren graves problemas con la evasión de capitales y acusan los efectos de la competencia a la baja, el efecto en los países pobres es demoledor porque tienen una legislación laxa y una administración débil. El dinero fácil atrae a muchos, pero los paraísos fiscales ubicados en “pequeños estados y en ciertos “lugares típicos de grandes naciones” posibilitan que gobernantes y dictadores corruptos conserven, como propio, los capitales robados en sus países, o recibido en forma de comisiones de las empresas multinacionales favorecidas de forma fraudulenta.
Los paraísos fiscales, con las ventajas exageradas para unos y las consecuencias negativas para otros, además de contribuir a la crisis financiera, están teniendo un efecto devastador en la existencia de millones de familias empobrecidas. Las grandes fortunas encuentran la oportunidad de evitar el pago de sus impuestos. En este mismo sentido, las grandes multinacionales cuentan con capacidad para evadir capitales y en mejores condiciones para competir con las pequeñas y medianas empresas, a las que acaban poniéndolas en situación de ruina total y cierre.
Ante la escandalosa y desestabilizadora actuación de los “paraísos fiscales”, para luchar contra este tipo de criminalidad hay que potenciar y coordinar las iniciativas de justicia y crear urgentemente una autoridad única a nivel mundial con competencias suficientes para regular y controlar los flujos de capital y el tejido social. Y, como primera medida, el organismo internacional que se creara debería legislar una normativa eficaz para eliminar los paraísos fiscales porque para éstos no caben propuestas de reforma.
0 comentarios:
Publicar un comentario