sábado, 27 de noviembre de 2010

EL CUERPO ES PECADO

Juan José Tamayo

No acabo de entender el revuelo informativo que han provocado las declaraciones del papa sobre el uso del preservativo en el libro-entrevista de Benedicto XVI con su compatriota el periodista Robert Seewald, La luz del mundo, que acaba de aparecer la editorial Herder en castellano y catalán.

Es un género literario muy del gusto del papa, quien ya había concedido otras dos entrevistas al mismo periodista: una en 1997 publicada bajo el título La sal de la tierra y otra en 2000 convertida igualmente en un libro titulado Dios y el mundo. Unos años antes, en 1985, había aparecido apareció la entrevista con el escritor y periodista Vittorio Messori con el título Informe sobre la fe, donde proponía un programa de restauración de la Iglesia católica, que se convertiría en el guión a seguir durante el pontificado de Juan Pablo II bajo el signo de la involución, dando por amortizadas las reformas del concilio Vaticano II y retrocediendo a la etapa preconciliar. Ese libro sí marcó el devenir neoconservador de la Iglesia, que se mantiene inalterable veinticinco años después, ahora con claros signos de de integrismo.

Sin embargo, la relevancia que se le han dado a las declaraciones papales sobre el preservativo para nada se corresponde con la irrelevancia objetiva de las mismas. Intentaré demostrarlo en estas breves reflexiones.

1. Creo que seguir discutiendo en la Iglesia católica diez años después de iniciado el tercer milenio si se puede o no se puede, si se debe o no se debe utilizar el preservativo en las relaciones sexuales es un anacronismo en toda regla y una muestra más de que al papa se le ha parado el reloj de la historia y camina en dirección contrario a ella. Es tema ya resuelto y un problema que ha dejado de serlo debido a la madurez de la sociedad. Felizmente los ciudadanos –también los católicos y las católicas– ya no se rigen por las estrictas y represivas normas religiosas –en este caso, por la moral eclesiástica– en materia de sexualidad. Siguen los criterios de la ética cívica y laica, que conforma la conciencia moral poniendo en el primer plano la responsabilidad. Volver a plantear ahora la licitud o ilicitud de los preservativos demuestra la desubicación histórica de la jerarquía eclesiástica y de los movimientos neoconservadores que siguen dócilmente sus consignas. Empeñarse en seguir dando vueltas a una casuística caduca y despreocuparse de las graves –y en muchos casos mortíferas– consecuencias que genera la prohibición del uso del condón como regla general, me parece un acto de ceguera imperdonable y un ejemplo de insensatez culpable.

2. En las declaraciones del papa no aprecio cambio alguno. Vienen a ratificar punto por punto la doctrina tradicional y el pensamiento del propio Benedicto XVI contra el uso de los preservativos. Están en continuidad con las irresponsables afirmaciones que hiciera en África cuando dijo que el preservativo no resolvía el contagio del SIDA, sino que creaba nuevos problemas. El preservativo, dice ahora, no es la forma adecuada y verdadera de vencer la propagación del SIDA. Lo que vuelve a demostrar una gran insensibilidad hacia situaciones que ponen en riesgo la vida.

EL papa sólo reconoce algunos casos particulares en que puede usarse el preservativo y, en un párrafo confuso que no logro entender, se refiere a la prostitución. Pero las excepciones se dan en la mayoría de las leyes y preceptos morales. La prohibición de matar tiene también excepciones: hay toda una doctrina sobre la guerra justa, que justifica la muerte de los adversarios, y sobre la legítima defensa. Aun aceptando las posibles excepciones, la doctrina de la Iglesia católica se mantiene inalterable y viene a ratificar la prohibición que, para escándalo de tirios y troyanos, estableciera Pablo VI en la polémica encíclicaHumanae vitae, criticada por cualificados teólogos católicos como Bernhard Häring, Karl Rahner, Hans Küng y otros. Fue una prohibición reiterada con tanto celo como severidad por Pablo II siendo su mano derecha Benedicto XVI cuando estaba al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quien la hizo suya en una declaraciones al mismo periodista Peter Seewald en 1997 en el libro-entrevista La sal de la tierra, editado en castellano por Ediciones Palabra, del Opus Dei, donde alertaba sobre la desmoralización de la sociedad y consideraba el uso de los preservativos como parte de esa desmoralización.

3. ¿Suponen las declaraciones del papa un tímido paso hacia adelante y el comienzo de una apertura, como han reiterado estos días los medios de comunicación, tantos los confesionales como los laicos, casi de manera unánime? Creo que no. Están más bien en la línea de mantenella y no enmendalla y vienen a demostrar que la Iglesia católica tiene una asignatura pendiente desde hace siglos que no logra ni quiere aprobar: la sexualidad, y una fijación mental: el cuerpo de la mujer. Es el fiel reflejo de su concepción dualista del ser humano y de su pesimismo antropológico, que vienen de lejos, pero no tienen su origen en la predicación de Jesús ni en la práctica primitiva, sino en la deriva represiva de la sexualidad que siguió la moral cristiana con Agustín de Hipona como uno de los principales ideólogos. Para salir de esta situación patológica multisecular quizá le ayudarían a la Iglesia la lectura y puesta en práctica del sabio decir del cuerpo en el poema de Eduardo Galeano: “Dice el mercado: el cuerpo es un negocio. Dice la Iglesia: el cuerpo es pecado. Dice el cuerpo: yo soy una fiesta”. El papa dice que hay que humanizar la sexualidad. De acuerdo, y yo creo que el uso del preservativo es una forma de humanizar la sexualidad. Totalmente de acuerdo. Pero, a diferencia de Benedicto XVI, yo creo que el uso del preservativo es una forma de dicha humanización, no las excepciones a las que se refiere el papa, que vienen a confirmar la regla general de la represión sexual.

Si la Iglesia siguiera la consigna de Eduardo Galeano dejaría de hablar tanto y tan negativamente de la sexualidad, renunciaría a condenar los “pecados sexuales” y no pondría límite alguno al uso de los preservativos. Las declaraciones del papa no siguen, ciertamente, estas recomendaciones. Todo lo contrario, para desacreditar el ejercicio de la sexualidad, habla de adicción al sexo y la compara con una droga. Eso ya me parece patológico.

Juan José Tamayo es secretario general de la Asociación Juan XXIII y director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid.

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