Ya sé que es una osadía escribir una carta al Papa, pero necesito expresar mis sentimientos cristianos de mujer, y de mujer formada teológicamente. Necesito expresar las razones de mi esperanza cristiana y que cada vez más no las encuentro en la línea oficial de la iglesia por ese afán restauracionista y de vigía enfurruñado con que observa al mundo.
Estuve en Santiago una semana antes que llegase usted. No iba ni buscando el jubileo del año compostelano ni contemplar el ambiente con que se preparaba su llegada. Si le soy sincera ambos acontecimientos los he vivido con bastante indiferencia. Su estancia en Santiago la he seguido por TV en algún informativo, pero como quien contempla un evento que no va con él.
Su presencia no avivó mi fe. No soy mitómana ni en política ni en religión. Las coronas y las tiaras me recuerdan a las películas de cartón-piedra que vi en mi infancia sobre faraones y reyes.
Cuando fui mayor y estudié Historia me impresionó saber que los faraones se proclamaron Hijos de Dios y que en el catolicismo al Papa le reconocemos como representante de Dios en la tierra. Por enésima vez escuché esta categoría en el funeral de Juan Pablo II. ¡Qué tentación tenemos los seres humanos a meter a Dios en nuestras vanidades históricas!
Me voy por los cerros de Úbeda y esta misiva sólo tiene como fin confiarle a usted una intuición. Si me dirijo a usted con este título de respeto y no de Santidad, no es por ser irreflexiva ni irreverente. Me educaron a llamar de usted a la gente mayor y que me merecía respeto y cariño: mis padres, mis profesores, a las autoridades con las que he tenido alguna relación. Una carta escrita con el corazón , como yo lo estoy haciendo, me sería imposible escribir la palabra Santidad. ¡Cómo hacerlo si cuando rezo a Dios le tuteo y es tres veces santo!
No llegué a Santiago en avión, sino en tren. Once horas de viaje dan para pensar sobre la vida, la familia y mi fe. Contemplando la belleza aurífera del otoño castellano pensé que una parte de los creyentes católicos, vamos descubriendo las razones de nuestra fe en autores prestigiosos y que la Iglesia, celosa de su depósito de fe en hibernación secular, los va devorando como el dios Saturno a su hijo.
Recordaba aquella frase de Jesús a Pedro: "anima a tus hermanos en la tribulación". Y machaconamente recordaba ese versículo de la 1ª Carta de Pedro, 3,15: "Saber dar razones de mi fe".
¿Qué está pasando en la Iglesia de Cristo donde usted es guía espiritual para que muchos cristianos, ante tanto anacronismo teologal, identifiquemos a Pedro, no con la figura del papado, sino con los teólogos, muchos de ellos defenestrados por la Curia y por la C.D.F.?
Para mí y para muchos millones de católicos buscamos el rescoldo de nuestro seguimiento a Jesús, el Cristo, en la teología vilipendiada. Ellos son nuestro Pedro, aunque esta afirmación mía suene a osada. Osada yo y osados los que con pseudoiluminación divina se atreven lanzar decretos condenatorios a muchos teólogos.
Sobrino, Pagola, Schillebeeckx, Arregui, Torres Queiruga y otros más que desconozco. Ellos son auténticos Pedros que saben encontrar razones de esperanza cristiana y nos las transmiten con fidelidad creativa, como acuñó Häring. Para mi son también Pedro todos los curas que conozco y que su palabra tanto desde el ambón como en la pastoral, son fogoneros de Dios en sus comunidades.
Sí, tengo miedo. Miedo del daño que se les está haciendo a muchos de los que nos ayudan a arrostrar nuestra fe en esta época en que declararse cristiano, y católico, en ciertos ambientes es motivo de chufla. Miedo y preocupación por la ingratitud con que se evalúa la obra de estos hombres y mujeres que nos animan a ser piedras vivas con una fe actualizada. Miedo porque usted dejó caer, muy sibilinamente, que mucha de la teología escrita en esta época es hija del Anticristo.
El parágrafo lo he tomado del prólogo de su libro sobre Jesús de Nazaret. Traté de leer su libro y se me cayó de las manos. Ese Jesús no era el de los Evangelios. A Pagola le acusaron de eso e ironías de la pre-comprensión de mi fe, su Jesús no me invitaba a seguirle. Ser un Papa-escritor tiene que ser como el personaje del cuento "El emperador que iba desnudo por la calle".
Ya ve lo que pasa con escribir... Digo más de lo que quisiera haber dicho. Posiblemente dentro de una temporada me arrepienta de lo que he escrito. Usted me sabrá disculpar y entender porque más de una vez sentirá comezón por haber escrito hace muchas décadas que el cristiano que no es crítico con la Iglesia que ama, no le infunde mucha credibilidad.
Decirle que fui a Santiago a un homenaje de un gran teólogo gallego , Torres Queiruga, al cumplir 70 años. Asistimos al Foro unos 150 creyentes católicos. Ningún obispo. No hay que implicarse con la fe de los profetas.
Crucé la plaza del Obradoiro en una tarde de intenso orballo. Miré el mastodóntico presbiterio que preparaban. No sentí nostalgia por no estar presente en su llegada. A quien iba a mi lado le susurré: "No hay duda. La escisión de la iglesia se vive y se sufre, otra cosa es que desde esa atalaya ministerial se nos diga que hay que fomentar la comunión cristiana". ¿A costa de qué?
El domingo asistí a una misa donde se celebraban dos bautismos. Según el cura, a los rapaciños les habían borrado el pecado original con el que habían nacido. Todo perfecto, según el C.I.C. de 1992. Lo que no sé es como sigue habiendo profetas en nuestra iglesia...
Sí, tengo miedo. No tengo una fe miedosa, sino miedo de esta iglesia que se nos echa encima. Y encima soy mujer. Discúlpeme, de verdad, que viva mi parreshia cristiana un poco al margen de su palabra.
Por aquí, por mi diócesis de Bilbao hay un otoño eclesial.
Estuve en Santiago una semana antes que llegase usted. No iba ni buscando el jubileo del año compostelano ni contemplar el ambiente con que se preparaba su llegada. Si le soy sincera ambos acontecimientos los he vivido con bastante indiferencia. Su estancia en Santiago la he seguido por TV en algún informativo, pero como quien contempla un evento que no va con él.
Su presencia no avivó mi fe. No soy mitómana ni en política ni en religión. Las coronas y las tiaras me recuerdan a las películas de cartón-piedra que vi en mi infancia sobre faraones y reyes.
Cuando fui mayor y estudié Historia me impresionó saber que los faraones se proclamaron Hijos de Dios y que en el catolicismo al Papa le reconocemos como representante de Dios en la tierra. Por enésima vez escuché esta categoría en el funeral de Juan Pablo II. ¡Qué tentación tenemos los seres humanos a meter a Dios en nuestras vanidades históricas!
Me voy por los cerros de Úbeda y esta misiva sólo tiene como fin confiarle a usted una intuición. Si me dirijo a usted con este título de respeto y no de Santidad, no es por ser irreflexiva ni irreverente. Me educaron a llamar de usted a la gente mayor y que me merecía respeto y cariño: mis padres, mis profesores, a las autoridades con las que he tenido alguna relación. Una carta escrita con el corazón , como yo lo estoy haciendo, me sería imposible escribir la palabra Santidad. ¡Cómo hacerlo si cuando rezo a Dios le tuteo y es tres veces santo!
No llegué a Santiago en avión, sino en tren. Once horas de viaje dan para pensar sobre la vida, la familia y mi fe. Contemplando la belleza aurífera del otoño castellano pensé que una parte de los creyentes católicos, vamos descubriendo las razones de nuestra fe en autores prestigiosos y que la Iglesia, celosa de su depósito de fe en hibernación secular, los va devorando como el dios Saturno a su hijo.
Recordaba aquella frase de Jesús a Pedro: "anima a tus hermanos en la tribulación". Y machaconamente recordaba ese versículo de la 1ª Carta de Pedro, 3,15: "Saber dar razones de mi fe".
¿Qué está pasando en la Iglesia de Cristo donde usted es guía espiritual para que muchos cristianos, ante tanto anacronismo teologal, identifiquemos a Pedro, no con la figura del papado, sino con los teólogos, muchos de ellos defenestrados por la Curia y por la C.D.F.?
Para mí y para muchos millones de católicos buscamos el rescoldo de nuestro seguimiento a Jesús, el Cristo, en la teología vilipendiada. Ellos son nuestro Pedro, aunque esta afirmación mía suene a osada. Osada yo y osados los que con pseudoiluminación divina se atreven lanzar decretos condenatorios a muchos teólogos.
Sobrino, Pagola, Schillebeeckx, Arregui, Torres Queiruga y otros más que desconozco. Ellos son auténticos Pedros que saben encontrar razones de esperanza cristiana y nos las transmiten con fidelidad creativa, como acuñó Häring. Para mi son también Pedro todos los curas que conozco y que su palabra tanto desde el ambón como en la pastoral, son fogoneros de Dios en sus comunidades.
Sí, tengo miedo. Miedo del daño que se les está haciendo a muchos de los que nos ayudan a arrostrar nuestra fe en esta época en que declararse cristiano, y católico, en ciertos ambientes es motivo de chufla. Miedo y preocupación por la ingratitud con que se evalúa la obra de estos hombres y mujeres que nos animan a ser piedras vivas con una fe actualizada. Miedo porque usted dejó caer, muy sibilinamente, que mucha de la teología escrita en esta época es hija del Anticristo.
El parágrafo lo he tomado del prólogo de su libro sobre Jesús de Nazaret. Traté de leer su libro y se me cayó de las manos. Ese Jesús no era el de los Evangelios. A Pagola le acusaron de eso e ironías de la pre-comprensión de mi fe, su Jesús no me invitaba a seguirle. Ser un Papa-escritor tiene que ser como el personaje del cuento "El emperador que iba desnudo por la calle".
Ya ve lo que pasa con escribir... Digo más de lo que quisiera haber dicho. Posiblemente dentro de una temporada me arrepienta de lo que he escrito. Usted me sabrá disculpar y entender porque más de una vez sentirá comezón por haber escrito hace muchas décadas que el cristiano que no es crítico con la Iglesia que ama, no le infunde mucha credibilidad.
Decirle que fui a Santiago a un homenaje de un gran teólogo gallego , Torres Queiruga, al cumplir 70 años. Asistimos al Foro unos 150 creyentes católicos. Ningún obispo. No hay que implicarse con la fe de los profetas.
Crucé la plaza del Obradoiro en una tarde de intenso orballo. Miré el mastodóntico presbiterio que preparaban. No sentí nostalgia por no estar presente en su llegada. A quien iba a mi lado le susurré: "No hay duda. La escisión de la iglesia se vive y se sufre, otra cosa es que desde esa atalaya ministerial se nos diga que hay que fomentar la comunión cristiana". ¿A costa de qué?
El domingo asistí a una misa donde se celebraban dos bautismos. Según el cura, a los rapaciños les habían borrado el pecado original con el que habían nacido. Todo perfecto, según el C.I.C. de 1992. Lo que no sé es como sigue habiendo profetas en nuestra iglesia...
Sí, tengo miedo. No tengo una fe miedosa, sino miedo de esta iglesia que se nos echa encima. Y encima soy mujer. Discúlpeme, de verdad, que viva mi parreshia cristiana un poco al margen de su palabra.
Por aquí, por mi diócesis de Bilbao hay un otoño eclesial.
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