jueves, 18 de noviembre de 2010

UN REINO DISTINTO, PERO NO PARA EL MÁS ALLÁ

Fray Marcos

Lc 23, 35-43

El último domingo del año litúrgico se dedica a Jesús. Toda la liturgia tiene como principio y como fin al mismo Jesús. En realidad los distintos tiempos litúrgicos son un proceso que quiere recordar la trayectoria humana de Jesús. Comienza en Adviento con la preparación a su nacimiento, y termina con la fiesta que estamos celebrando como culminación más allá de su vida terrena.

Como todo ser humano nació como un proyecto que se fue realizando durante toda su vida y que culminó con la plenitud de ser que expresamos con el título de Rey. Pero Jesús respondió a Pilato que su Reino no era de este mundo. Pues a pesar de ello nosotros no estamos de acuerdo con lo que dijo Jesús y le proclamamos Rey del universo. Claro, nosotros sabemos mucho mejor que él lo que es y lo que no es. Por desgracia, ahora no está aquí para poder llevarnos la contraria.

Soy muy consciente de que el sentido que quiero dar a esta fiesta no va a ser el que le dio Pío XI hace más de ochenta años; ni siquiera el que hoy le dan la mayoría de los cristianos. No pongo en duda el título, sino la manera de entenderlo.

Con el evangelio en la mano, ¿podemos seguir hablando de “Jesús rey del universo”?

Un Jesús que luchó contra toda clase de poder.
Un Jesús que rechazó como tentación, la oferta de poseer todos los reinos del mundo.
Un Jesús que dijo: Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de Dios.
Un Jesús que invitó a sus seguidores a no someterse a nadie.
Un Jesús que dijo que no venía a ser servido, sino a servir.
Un Jesús que dijo a los Zebedeo: “El que quiera ser grande que sea el servidor, y el que quiera ser primero que sea el último.
Un Jesús que cuando querían hacerlo rey, se escabulló y se marchó a la montaña; por cierto, con gran cabreo de los apóstoles que se fueron en la barca sin esperarlo.

Podríamos hacer más referencias, pero creo que está claro el sentir de los evangelios.

Las palabras Rey, Padre, Hijo, Mesías, Pastor, tienen gran riqueza de significados simbólicos, tanto en el AT como en el Nuevo. Pero esos significados quedan pulverizados en cuanto tomamos las palabras en su significado literal.

En todas las épocas, ha habido grupos religiosos que se han empeñado en interpretarlas literalmente; y eso ha llevado a la religión a callejones sin salida. Toda interpretación fundamentalista del cristianismo que concluye con el uso de la fuerza, nace de ahí; desde las cruzadas de la Edad Media, hasta los “Cruzados” de ahora. No digamos nada de los “Guerrilleros de Cristo”. Pero el sentido metafórico o simbólico de esas palabras nos puede abrir un horizonte nuevo.

Si he escogido esas cinco palabras como ejemplo, no ha sido por casualidad. Todas están relacionadas entre sí y no se puede entender separando unas de otras.

La idea de un “rey”, en Israel, fue más bien tardía. Mientras fueron un pueblo nómada no tenía sentido pensar en un rey. Sólo cuando llegaron a Canán y se establecieron en las ciudades conquistadas, sintieron la necesidad de copiar sus estructuras sociales y le pidieron a Dios un rey.

Esa petición de un rey fue interpretada por los profetas como una apostasía, porque para el pueblo el único rey debía ser Yahvé. Encontraron la solución convirtiendo al rey en un representante de Dios.

Para erigir a una persona como rey, se le ungía. Es lo que significa exactamente Mesías (Ungido). La unción le capacitaba para una misión: conducir al pueblo en nombre de Dios. De ahí que desde ese momento se le llamara hijo de Dios. Lo propio de un hijo es actuar como el padre, en lugar del padre. También se le llamaba padre del pueblo ypastor del pueblo. Lo mismo que Dios, era padre y pastor para su pueblo. El que era elegido como rey era ungido, hijo, pastor y padre.

Una clave para entender la fiesta de hoy las podemos encontrar en el mismo evangelio que acabamos de leer. En primer lugar, el letrero que Pilatos puso sobre la cruz, era una manera de mofarse, no de Jesús, sino de las autoridades judías que se lo habían entregado. Es curioso que nosotros hayamos ampliado el ámbito de su realeza a todo el universo. ¿Para escarnio de quien?

Los soldados también le colocaron una corona y un cetro para reírse de él. ¿Creéis que Jesús se hubiera encontrado más cómodo con una corona de oro y brillantes y con un cetro cuajado de piedras preciosas?

Las autoridades, el pueblo, los soldados, uno de los ladrones, le piden que se salve; pero Jesús no bajó de la cruz. Desde el desierto hasta la cruz, le acompaña la tentación de poder. Jesús se salvó, pero no como esperaban los que estaban a su alrededor.

Hoy seguimos esperando, para él y para nosotros, esa misma salvación que se negó a realizar. No queremos oír hablar de la salvación que él consiguió muriendo y entregándose a los demás. Nos negamos a admitir que nuestra salvación pueda consistir en dejarnos aniquilar por los que nos odian.

La plenitud del hombre es el servicio hasta la muerte. Si seguimos esperando la salvación externa, de seguridad, de poder o de gloria, quedaremos decepcionados como ellos. Jesús será Rey del Universo, cuando la paz y el amor reinen en todos los rincones de la tierra. Cuando todos seamos testigos de la verdad.

Para entender correctamente la fiesta que estamos celebrando, debemos partir de un hecho: el centro de la predicación y actuación de Jesús fue “el Reino de Dios”. Nunca se predicó a sí mismo ni revindicó nada para él. Todo lo que hizo y todo lo que dijo, hacía siempre referencia a Dios. Con esa proyección radical hacia su Padre, hizo presente el “Reino que es Dios”.

El Reino de Dios, el Reino de Cristo, no es una realidad que haga referencia directa a Dios o a Cristo. El Reino de Dios es una realidad que hace referencia a nosotros. Ni Dios ni Jesús pueden hacer nada por implantar su Reino al margen de nuestra actuación. Somos nosotros los que tenemos que hacerlo presente aquí y ahora, como Jesús lo hizo presente mientras vivió entre nosotros.

Jesús de Nazaret se identificó de tal manera con ese Reino, que pudo decir: “quien me ve a mí, ve a mi Padre”. Esto no lo decía como segunda persona de la Trinidad, sino como ser humano que había llegado a la experiencia fundamental y había descubierto que su auténtico ser y Dios eran uno.

Los primeros cristianos descubrieron esta identificación, y muy pronto pasaron de repetir la predicación de Jesús a predicarle a él como modelo.

Surge entonces la magia de un nombre, Jesucristo. Jesús el Cristo, el Ungido. El soporte humano de esta nueva figura queda determinado por la cualidad de Ungido, Mesías. Lo determinante es que es “Ungido”. Lo que Jesús manifiesta de Dios, es más importante que el sustrato humano en el que se manifiesta lo divino.

Pero debemos tener siempre muy claro que los dos aspectos son inseparables. No puede haber un Jesús que no sea Ungido. Cristo no es exactamente Jesús de Nazaret, sino la impronta de Dios en ese Jesús. El Reino que es Dios, es el Reino que se manifiesta en Jesús. Desde esta perspectiva se puede hablar con toda propiedad de Cristo Rey.

Pero para poder aplicar a Jesús ese título, debemos despojarlo de toda connotación de poder, fuerza o dominación. Jesús condenó toda clase de poder. Pero no sólo condenó al que somete, condenó con la misma rotundidad a aquel que se deja someter. Este aspecto lo olvidamos y nos conformamos con acusar a los que dominan.

Jesús quiere seres humanos completos, es decir, libres. Jesús quiere seres humanos ungidos por el Espíritu de Dios, que sean capaces de manifestar lo divino a través de su humanidad. Tanto el que esclaviza como el que se deja esclavizar, deja de ser humano y se aleja de lo divino.

Bien entendido que la más nefasta de todas las opresiones es la que se hace en nombre de Dios. La opresión religiosa es capaz de llegar a lo más profundo del ser.

Emplear términos militares, como “guerrilleros de Cristo”, “cruzados de Cristo”, para designar personas o asociaciones que pretenden estar muy vinculadas a Jesús, es muestra evidente de una tergiversación del evangelio.

Cada vez que rezamos el padrenuestro, decimos: “Venga tu Reino”. No nos referimos a una imposición por la fuerza, o que tenga que venir de alguna parte externa. Queremos expresar un deseo de que cada uno de nosotros haga presente a Dios como lo hizo Jesús, actuando como lo hubiera hecho él mismo si estuviera en nuestro lugar.

Y todos sabemos perfectamente como actuó Jesús: desde el amor, la comprensión, la tolerancia, el servicio. Todo lo demás es palabrería. Ni programaciones ni doctrina, ni ritos, sirven para nada si no entramos en la dinámica del Reino.

Jesús quiere que todos seamos reyes, es decir que no nos dejemos esclavizar por nada ni por nadie. Cuando responde a Pilatos, no dice “soy el rey”, sino soy rey. Con ello está demostrando que no es el único, que cualquiera puede descubrir su verdadero ser y actuar según esa exigencia.

Dios, al crear no queda al margen de lo creado, sino que sigue en la criatura como fundamento esencial, arropando, envolviendo, consumiendo la escoria de cada criatura, hasta que sólo quede de ella lo que hay de Dios.

Meditación-contemplación
“No es de este mundo”, no quiere decir que es un reino para el más allá.
Quiere decir que no es un reino como los que conocemos aquí.
El reinado de Jesús, es el reinado de Dios
es el reinado del amor, del servicio a los demás, de la entrega total.
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Cristo es rey porque es Señor de sí mismo.
Lo que hay de Dios en él, gobierna todo su ser.
Nada de lo que él es, queda fuera de la influencia divina.
De igual manera, estás llamado a ser tú mismo, rey.
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Jesús le dice a Pilatos: Yo he venido para ser testigo de la Verdad.
Porque es Verdad, porque es auténtico, es Rey de sí mismo.
En él la parte espiritual reina sobre la sicológica y la biológica.
Ahí tienes la manera de llegar a ser rey. 

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