P. Después de haber vivido fuera de Europa por un largo período de tiempo, en estos dos últimos años se ha encontrado con Provinciales europeos, ha participado en asambleas europeas y ha visitado varias naciones del continente. ¿Cuál de estos viajes considera el más significativo?
R. Tengo la impresión de haber visitado muy pocos países de Europa. Me impresiona la antigüedad de todo: las personas (sin ironía), los edificios, las culturas, la historia, las rencillas y desconfianzas entre naciones, los miedos, las tensiones. Todo es antiguo y todo continúa, como si el pasado humano fuera tan real como las calles de sus viejas ciudades. Me impresiona también, y no necesariamente de modo positivo, la gran ´confianza´ que los europeos tienen en sí mismos y sus opiniones. En Asia estas son actitudes que se considerarían actitudes de arrogancia y auto-suficiencia. Son actitudes inteligibles en el contexto europeo; pero totalmente injustificadas en un contexto mundial. Es verdad que el europeo sabe mucho, pero no lo sabe todo; y ciertamente sabe muy poco de muchos mundos tan reales como la antigua Europa.
P. Después de haber visto y sentido tantas cosas sobre la Europa de hoy ¿cuáles piensa que son los desafíos más importantes para la sociedad y la Compañía de Jesús?
R. El primer reto parece emerger continuamente como la secularidad europea, con su reducción de miras y su apego al pasado. Me parece percibir una leve arrogancia en la negación de todo lo que no se conoce o no se entiende. Es un verdadero reto cómo vivir cristiana y humanamente en tal ambiente. Otro reto importante es cómo vivir en relación con un Islam Europeo que se está desarrollando ante nuestros ojos: cómo relacionarse con sus seguidores a partir de la fraternidad, de la acogida humana, de la ayuda necesaria para que todos caminemos a una nueva armonía, creativamente. Un tercer reto me parece ser la necesidad de crear un lenguaje nuevo, más artístico, dramático, flexible, que pueda expresar en toda su riqueza la experiencia cristiana o simplemente religiosa para la humanidad de hoy.
P. En estos tres años como General de la Compañía ha visitado África, América y Asia. ¿Hay semejanza entre los diversos continentes con respecto a los desafíos que la Compañía debe afrontar, o más bien nos encontramos con problemáticas distintas?
R. Creo que se pueden decir con igual convicción las dos cosas. En un primer momento, impresionan las diferencias en todo. Hay diferencias enormes de contexto, de paisaje, de ritos y ceremonias. Llaman la atención las diferencias en el modo de pensar, de hablar de la realidad, de mentalidades, tradiciones, culturas... En un segundo momento se da uno cuenta de las igualdades profundas. Estemos donde estemos, todos sufrimos igual, todos amamos y queremos ser amados por igual y todos crecemos como personas. Y en esta mezcla de lo común y lo diferente, he podido constatar que, como religiosos y como jesuitas, todos tenemos los mismos retos para crecer hasta la estatura de Cristo. Todos sentimos la llamada, todos hemos querido responder, todos estamos más o menos distraídos, y todos tenemos tentaciones similares. Todo esto quiere decir que podemos vivir juntos, crecer juntos, ayudarnos mutuamente y aspirar a la madurez necesaria para disfrutar de la variedad y la riqueza que nuestra internacionalidad nos ofrece. Ser jesuita no es cosa de latinos, ni de anglo-sajones, ni de asiáticos o de africanos. La experiencia nos dice con gran elocuencia que la llamada de Cristo es igualmente difícil e igualmente atrayente para todos los pueblos.
P. En estos días está reunido el Sínodo de las Iglesias del Oriente Medio. Dentro de pocas semanas Vd. visitará Egipto. ¿Qué representa para Vd. la diversidad de tradiciones eclesiales en el seno de la Iglesia católica?
R. La diversidad de tradiciones eclesiales representa para mí muchas cosas. Permítame indicar alguna:
- En primer lugar, la gran riqueza de la experiencia cristiana, de su historia y sus tradiciones; la profundidad de las espiritualidades que se han desarrollado en el Oriente Cristiano. Los pueblos del Medio Oriente son, a mi juicio, pueblos que han sufrido muchísimo en la historia, y el sufrimiento es una de las fuentes más seguras de espiritualidad y de profundidad en el sentir y pensar.
- Esta pluralidad es también un acerbo de oportunidades. Toda la Iglesia y todas las Iglesias tenemos aquí grandes profundidades de vida religiosa y espiritualidad a las que acudir como a fuentes de sabiduría y de intuición espiritual. En diálogo con estas Iglesias podemos aprender un nuevo ecumenismo. Podemos aprender a sentirnos unidos como hermanos sin necesidad de ser en todo detalle uniformemente iguales. Podemos profundizar nuestra unión de corazones y de fe en medio de la diversidad de ritos, formas y devociones. Y yo creo que también tenemos aquí una oportunidad de rehacer continuamente nuestro lenguaje teológico inspirado por la variedad siempre cristiana de nuestras formas de vivir y de celebrar.
- Naturalmente esta diversidad tiene sus retos. ¿Cómo cambiar nuestras perspectivas de modo que todos juntos prestemos más atención al futuro común que a las diferencias que marcaron nuestro pasado? ¿Cómo podemos ayudarnos para que nuestra preocupación más normal sea el servicio de los demás, especialmente los pobres, y no tanto la influencia social o política? Otro gran reto, por supuesto, lo constituye la necesidad de encontrar caminos de reconciliación con todos nuestros vecinos, que sean testimonio elocuente del amor de Dios en Cristo que está en el centro de nuestra fe. Y, en último término, cómo desarrollar nuestras comunidades de fe poniendo siempre ante los ojos el sufrimiento humano, por encima de toda otra consideración.
- En resumen, la diversidad que hemos vivido estos días y que representa muchas comunidades dispersas por el mundo es una invitación a aprender de una historia cristiana que sabe mucho de sufrimiento, de fidelidad, de dificultades y también de imperfección; Es una invitación, asimismo, a reflexionar sobre la gran profundidad de fe y de esperanza que nos une; Y es finalmente una invitación a discernir caminos cristianos de comunión, de servicio y de esperanza.
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