martes, 9 de noviembre de 2010

LO VIVIDO EN BARCELONA durante la visita del Papa

Sobre la estancia del papa en Barcelona, se me ocurren cuatro reflexiones.

Primera: ¿hace falta un nuevo templo? ¿Tiene sentido el templo en el cristianismo? El relato de Zaqueo es muy claro: “hoy tengo que alojarme en tu casa”. No se trata de una cita en un lugar “dedicado” a Dios; es en tu propia casa.

Vamos a entender que, históricamente, se construyeron las catedrales. ¿A mayor gloria de Dios? ¿O a mayor gloria del obispo que las proyectó o del noble de turno que sufragó los gastos?

El templo de la Sagrada Familia debe pagarse con donativos de los fieles y con lo recaudado con las entradas según lo dispuesto por la Fundación. ¿Es este planteamiento correcto hoy en día? Hace unos años un anciano párroco me decía que él no quería invertir las donaciones de los fieles para restaurar piedras sino en formar personas. Y programó un interesante ciclo de charlas dirigidas a los fieles, pagando a los conferenciantes lo que se merecían.

Mary Coloe, teóloga australiana, tiene un trabajo muy interesante sobre las imágenes del templo en el Evangelio de Juan (Temple Imagery in John, Interpretation 63, 2009. 368-81)

El Templo de Israel, lugar donde habita Dios, deja de tener este privilegio. De hecho, el cuarto evangelio sería escrito unos 20 años después de la destrucción de este Templo. Y, de alguna manera, debe dar respuesta a la localización del lugar del encuentro con Dios, con lo sagrado.

Ya en el prólogo expone que la Palabra, que habitaba en Dios, se hizo hombre y plantó entre nosotros, los hombres, su tienda. O sea, no va directamente al Templo. Planta su tienda entre las nuestras. Y, en la expulsión de los mercaderes, señala que el nuevo templo es su Cuerpo.

El esquema utilizado es muy rico en simbolismo. Jesús es el Templo de la presencia de Dios (Jn1, 14; Jn2, 21). Los judíos, mediante los sacerdotes, lo entregan a Pilatos y de este modo llevan a cabo la destrucción del Templo que Jesús había profetizado (Jn2, 19). En su hora, Jesús aparece como el constructor del Templo Nazareno (Jn19, 19) y cumple así la profecía de Zacarías (Za6, 11-12). La nueva casa del Padre/ Templo (Jn2, 16; Jn14, 2) nace del Espíritu creador exhalado por el último suspiro de Jesús sobre la casa – familia de madre e hijo, María y el discípulo amado (Jn19, 30). Una nueva casa – familia de Dios es dada a luz al pie de la cruz cuando los creyentes son introducidos en la relación filial propia del Hijo con el Padre (Jn19, 26-27). Dotada del Espíritu, la nueva casa – familia de Dios hace posible la presencia continuada de Dios en el mundo.

Es decir, cuando el Templo dejó de existir y desapareció el culto sacrificial, los rabinos se volvieron hacia la Ley para hallar en la Torah un substituto de lo que habían perdido. Es en esta misma época cuando el cuarto evangelista presenta a Jesús, no la Torah, como en nuevo Templo. Pero si no hubiese más transformación que ésta, la comunidad cristiana quedaría tan desorientada con la partida de Jesús como había quedado la comunidad de Israel tras la destrucción de su Templo. El relato del evangelio de Juan vuelve a transformar la herencia de Israel, transfiriendo la figura del Templo a la comunidad cristiana que permanece en el mundo guiada por el Espíritu –Paráclito, dado a la comunidad en el mismo Domingo pascual mediante el nuevo aliento del Resucitado (Jn20,22)

Son nueva comunidad, son el nuevo Templo de Dios. Y ya no importa el continente (el cenáculo, la casa de Pedro en Cafarnaúm, u otros lugares), sino que lo que importa es el contenido. Es el contenido lo que da sentido al Templo, no las piedras del edificio donde se refugian o cobijan los creyentes.

El nuevo testamento insiste mucho en este templo construido por piedras vivas de la que Cristo Resucitado es la Piedra Angular; aquella piedra que fue rechazada por los constructores ocupa ahora un lugar de privilegio. El nuevo testamento no habla de templos, habla de casas donde se reúnen las comunidades (los grupos de fieles) para leer y comentar la Palabra, y para realizar la Fracción de Pan, el memorial del Señor Jesús.


Segundo: el altar. Viendo al papa derramar el aceite encima de la piedra del altar, y colocando el brasero con el incienso encima del mismo, se me representaban las escenas bíblicas en que Aarón consagraba un altar a Dios en el Antiguo Testamento, de acuerdo con la ley recibida en el monte Sinaí.

La ley que los cristianos hemos recibido es la del sermón de la montaña (según Mateo) o del llano (según Lucas), que actualiza de una vez los signos veterotestamentarios. El ara del altar, la piedra, se transforma en la mesa del ágape donde Jesús se nos da como comida y bebida. Ya no es el altar del sacrificio (aunque fue Constantino quien dispuso que en los cristianos, para ser religión del estado, debían ser semejantes a la religión pagana: tener sus templos, su altar del sacrificio, sus sacerdotes e, incluso, su “pontifex maximus”, honor reservado al emperador y que era transmitido al papa). Por lo tanto, siguiendo el Evangelio, ya no es un altar lo que nos preside, sino una mesa para celebrar la cena de acción de gracias. Y ya no se santifica por el derramamiento de aceites perfumados en su superficie, sino por el misterio que tiene lugar en ella. La mesa no es nada si no sirve para, en ella, partir y repartir el pan para todos. El ágape se transforma en “caritas”.

Por lo tanto, tengo la sensación de que se están utilizando elementos litúrgicos caducos, poco acordes con el Evangelio y con las palabras de Jesús. Por otra parte, el Concilio Vaticano II dejó la puerta abierta a las reformas que se consideraran oportunas.

El templo actual debiera ser de piedras vivas (los cristianos) y no debería haber más altar que la mesa que preside el ágape eucarístico.

Si hacía falta “dedicar” el templo hubiera bastado que el obispo de la diócesis (o el de Roma, no me importa) entrara en el edificio y encendiera una vela (como ejemplo) e invitara a rezar, justo antes de celebrar la Eucaristía en el lugar.


Tercero: la basílica. El cardenal de Barcelona mostraba con júbilo la bula del papa en que declaraba que la iglesia de la Sagrada Familia era “basílica menor”. Por más que me esfuerce, no le veo yo la diferencia y, sobre todo, la utilidad. A Dios no puede contenerle ni el Universo entero, según creemos, y va a estar pendiente de si está más presente en una basílica mayor, en una menor, o en una chabola donde se tiene cuidado de un enfermo terminal de SIDA. En este tercer lugar es donde, sin duda, a partir de lo que nos enseñó Jesús, debe estar más presente el mismo Dios.

Tampoco, veo, el Concilio Vaticano II establece normativa ni consejo sobre la distinción entre iglesias o basílicas.


Cuarto. No por ser cuarto el tema deja de ser importante. Me refiero al papel de la mujer. Fue bastante lamentable ver cómo, tras la unción del altar con el crisma (y era abundante la cantidad de aceite bendecido que el papa con que el papa lo embadurnó) salieron cuatro monjas de vida contemplativa (benedictinas, para ser exactos) que, con trapos, limpiaron la superficie pétrea del altar del aceite derramado, así como algunos restos que habían caído al suelo. Acto seguido, colocaron un hule encima del altar y pusieron los manteles. El comentarista de la televisión catalana explicó el profundo sentido del acto… las mujeres son las encargadas de poner los manteles en casa y de prepararla para la comida. Una referencia del todo desacertada y nada acorde con el mundo en que vivimos.


Son reflexiones, casi a vuelapluma, del día después. Me da la impresión de que no ha quedado más que humo de todo este impresionante despliegue y montaje que se ha organizado. Era previsible. Pero es doloroso como muchos de los “pobres” se han escandalizado con esta visita. Y esto ya es muy grave. Es un tema para meditar, profundizar y para valorar cuales son las “actuaciones” que los cristianos debemos hacer para expandir, de verdad, el Reino.

A todas y a todos os deseo, simplemente, que, a pesar de todo, seamos cada día más capaces de avanzar hacia el Reino, que podo tiene que ver con el espectáculo (he de decir que, desde un punto de vista teatral y coreográfico, era impecable) vivido en Barcelona.

Hacia el Reino avanzaremos siguiendo al único Pastor y Guía, el Sacerdote definitivo, que es Jesús de Nazaret.

Un abrazo en Cristo Resucitado,
Josep

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