No sería honesto si en este primer comentario tras el anuncio de ajuste económico -de durísimo ajuste económico- realizado por el presidente del Gobierno me refiriera a cualquier otro asunto que no fuera precisamente ese. Desde la responsabilidad, pero también desde la indignación y la mirada constructivamente crítica.
La responsabilidad me viene exigida por mi actual situación; pero esa responsabilidad no puede anular la reflexión personal, menos aún cuando uno desea ser tomado en serio cuando manifiesta sus opiniones ya sea a través de este blog, ya de otros medios de comunicación. Antes que a ninguna otra cosa, uno se debe a sí mismo.
Precisamente, considero que el principal problema que lastra hoy a la democracia de partidos en España es la teología del unanimismo: la falsa idea, convertida en dogma, de que la única manera de acuerdo posible es el acuerdo sin fisuras, de que la única forma de apoyo aceptable es el apoyo incondicional; la idea de que el militante político debe ser siempre un librador de cheques en blanco. En suma, la conversión de los partidos políticos en instituciones tayloristas, en las que impera una férrea división del trabajo entre los que deciden -pocos, poco variados, poco contrastados y poco evaluados- y los que no tienen otra función que aplicar lo decidido. Pero de esto hablaremos con más detenimiento en otra ocasión.
Hoy toca hablar del ajuste. O empezar a hablar, pues también tendremos que volver al tema más de una y dos veces en las próximas semanas. ¿Mi impresión general?
Diferenciando entre necesidad y virtud, no dudo de que el ajuste se ha vuelto necesario. Ningún político toma decisiones que pueden suponerle un alto coste si no es porque no tiene otro remedio. Y esto, al menos, hay que valorarlo.
Otra cosa es plantearse por qué se ha vuelto imprescindible el ajuste, así como las medidas concretas que se han tomado. Y las que no.
El ajuste se ha vuelto imprescindible -no sólo en España, no sólo en Grecia, también en Gran Bretaña, también en Francia e Italia- porque un capitalismo de casino nos hechizó con la promesa de un círculo virtuoso que ha acabado convertido en un círculo infernal:
"El aparente círculo virtuoso, que llevaba del endeudamiento al consumo y desde éste a la producción, que demandaba más crédito, había dado paso al circuito infernal: de la escasez de crédito a la abstinencia de consumo que paralizó la producción; de esa paralización, a la morosidad y al endurecimiento del crédito" [M.A. Lorente y J.R. Capella, El crack del año ocho].
El problema no está en el sector público, ni en la supuesta rigidez del mercado de trabajo. El problema está en un modelo económico basado en la acumulación por desposesión; un sistema en el que, como denuncia Martine Aubry, "para salvar a los pueblos, como en el caso griego, nadie es capaz de ponerse de acuerdo. Pero cuando peligran las bolsas y los mercados, sí".
Y ahora hay que ajustar cuentas. Y el Gobierno, como es su obligación, se pone a ello. Y lo hace intentando minimizar sus consecuencias. Y lo hace intentando repartir proporcionadamente sus costes. No tengo ninguna duda de la orientación y el objetivo generales de las medidas adoptadas. Pero, ¿tocar las pensiones, generando incertidumbre en un colectivo al que lo único que le queda es, muchas veces, un futuro sin sobresaltos? ¿Y recortar la ayuda oficial al desarrollo? Si la solidaridad sólo puede ejercitarse en tiempos de abundancia, apaga y vámonos.
No hay más remedio que ajustar cuentas. Vale. Habrá que hacerlo. Pero yo también quiero ajustar cuentas con quienes han hecho del desastre su beneficio.
Y en este otro ajuste todavía no hemos hecho nada.
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