En el año 1964 una mujer fue asesinada. Los periódicos cubrieron la noticia y afirmaron que 38 personas habían escuchado y visto el ataque pero no hicieron absolutamente nada para detenerlo. Esta alarmante apatía llamó la atención de dos psicólogos: Darley y Latane, quienes se preguntaron si el hecho de que estas personas estuviesen formando parte de un grupo habría incidido en sus comportamientos.
Inmediatamente se pusieron manos a la obra e invitaron a algunos voluntarios a formar parte de una discusión. Se les dijo que la conversación que sostendrían sería extremadamente privada (probablemente acerca del tamaño de los genitales) por lo cual las personas se hallarían en habitaciones diferentes y se comunicarían usando un intercom. Durante la comunicación uno de los miembros fingiría un ataque epiléptico que podría ser escuchado por el interlocutor. Por supuesto, para que la persona en la habitación continua se percatara del problema que estaba teniendo su compañero de charla, se le pidió al "actor" que pronunciase las siguientes palabras en tono temeroso: "Wow, estoy teniendo casi un ataque epiléptico".
Cuando las personas creían que estaban manteniendo una conversación privada con el afectado, el 85% de ellas abandonaron la sala para prestarle ayuda a su interlocutor. Por supuesto, de alguna que otra manera, cuando se establece una conversación entre dos personas sobre un tema muy personal, es bastante lógico que nos preocupemos por el otro y le brindemos nuestra ayuda en caso de necesidad.
Entonces los investigadores variaron las condiciones del experimento: incluyeron en la conversación a tres personas más, formándose un pequeño grupo de cuatro personas que conversaban sobre temas íntimos. Entonces uno de ellos simuló un ataque epiléptico. ¿Resultado? Solo el 31% de las personas acudieron a brindar su ayuda; el resto simplemente asumió que alguien más se haría cargo de la desafortunada situación.
¿Cómo pueden explicarse estos comportamientos tan dispares?
Los investigadores hipotetizaron que, si una sola persona se enfrenta a una situación de emergencia, la presión y el peso de la responsabilidad le hacen actuar rápidamente para proveer su ayuda. Pero si esa misma persona se encuentra en un grupo, sentirá menos presión y menos responsabilidad por lo que está ocurriendo por lo cual es muy probable que se demore más en responder ante la emergencia.
A partir de este experimento se acuñó el término: Efecto Bystander; fenómeno que se refiere a las personas que no ofrecen su ayuda en una situación de emergencia cuando otras personas están presentes en el lugar de los hechos.
Así, se estableció una especie de correlación inversa: mientras más personas coexistan en una situación de emergencia, menos tendencia mostrarán estas a ayudar.
Por supuesto, las razones que provocan este efecto son muy variadas y no se sustentan únicamente en la dilución de la responsabilidad, como afirmaban Darley y Latane. Las personas pueden vivenciar el Efecto Bysbander porque la gran mayoría de ellas son víctimas de una respuesta semiautomática: monitorean las reacciones de los que le rodean para evaluar si es necesario intervenir. De más está decir que en esta “valoración”, se suele perder un tiempo precioso. Otra posible causa radica en que las personas tienden a descalificarse con el pensamiento del tipo: “alguien más calificado que yo para brindar ayuda intervendrá”. No obstante, aunque las causas pueden ser muchas, el efecto es idéntico: tendemos a paralizarnos y no brindar nuestra ayuda.
Fuente:
Darley, J. M. & Latané, B. (1968) Bystander intervention in emergencies: Diffusion of responsibility. Journal of Personality and Social Psychology; 8: 377-383.
1 comentarios:
Hola, me alegro mucho que te haya resultado tan interesante mi articulo.
Un saludo desde el Rincon de la Psicologia
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