lunes, 10 de mayo de 2010

ASÍ ESTÁ EL MUNDO


Imanol Zubero

Me ha sorprendido leer el artículo que Pedro Ugarte publica hoy en EL PAÍS, edición País Vasco. Su título, El pecado de la prosperidad. "Impracticable el argumento de que nos comemos los unos a los otros, surge la ocurrencia de que nos comemos el planeta", escribe.

Pedro Ugarte repite lo que ya han dicho los divulgadores de think tanks neoliberales como el Cato Institute. No pasa nada: cada cual bebe de donde quiere. Pero el estudio de Surjit Bhalla al que hace referencia es del año 2000, y en la última década han ocurrido muchas cosas.

"En el 2005, en el Africa subsahariana había 100 millones más de personas extremadamente pobres en comparación a 1990, y la tasa de pobreza continuaba siendo mayor al 50% (aunque comenzó a disminuir en 1999). A nivel mundial, alcanzar la meta de reducir la tasa de pobreza a la mitad entre 1990 y el 2015 parece factible. Sin embargo, algunas regiones no podrán
hacerlo y posiblemente alrededor de mil millones de personas permanecerán en la pobreza extrema en dicha fecha".

En todo caso, no se trata de rencor patológico hacia la riqueza. Se trata, más sencillamente, de indignación ante un un mundo en el que, como denunciara Jon Sobrino, los seres humanos continuamos divididos, ante todo, según demos o no la vida por supuesto.



Así lo expresaba en una conferencia en 1883 el autor de la clásica utopía Noticias de ninguna parte:

"Escuchadme: dejemos estar a los porcentajes y observemos las vidas y sus sufrimientos, e intentemos darnos cuenta de ellos: porque, en realidad, es esto lo que quiero indica ros, que, aunque podáis llevar a cabo cierta parte del ideal burgués o del ideal radical, hay y siempre habrá gato encerrado en el sistema competitivo. Tal vez creemos -o tal vez hayamos creado ya- una gran masa de gente acomodada, de fortuna media, que ronda el límite de las clases medias (...) pero bajo todo ello aún se en­cuentra y se encontrará otra clase social, de la cual nunca nos libraremos mientras siga la tiranía del sálvese quien pueda; esa clase es la clase de las víctimas. Y quiero que en estos momentos y por encima de todo no lo olvidemos (en realidad no podremos hacerlo durante unas cuantas semanas) ni nos consolemos con porcentajes, por que la verdad es que las riquezas de los ricos y la como didad de las personas acomodadas está basada en esa ingente cantidad de miseria indigna, sin recompensa ni utilidad, de la cual en los últimos tiempos hemos oído un poco, un poquito; por lo menos ya sabemos que es un he cho, y tan sólo podemos consolarnos con la esperan za de que podamos, si nos mantenemos vigilantes y diligen tes (lo cual ocurre raras veces) disminuir esa cantidad con siderablemente. Y ahora os pregunto: ¿Es una esperanza tal, digna de nuestra tan cacareada civilización, de doctrinas perfectas, moralidad elevada e idearios políti cos resonantes?"
[Wiliam Morris, Arte y sociedad industrial, Fernando Torres Editor, Valencia 1975].

Y en estas seguimos hoy en día.
Dato arriba o dato abajo, haciendo memoria de las víctimas.
Antiguos y resentidos que somos.



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