miércoles, 5 de mayo de 2010

EL CISMA SILENCIOSO

Cada año 200.000 personas abandonan la Iglesia Católica española; no se trata de mediáticas apostasías, ni e retractaciones públicas de intelectuales o de solicitudes de exclusión del registro bautismal. Sino más bien, de personas que poco a poco, -entre la desidia, la desconexión progresiva y alguna manifestación controvertida o estridente de la jerarquía católica- alcanzan un punto en que casi sin darse cuenta, están más fuera que dentro. Un proceso implacable, que se va gestando sin hacer mucho ruido, como el cambio climático o la deforestación del Amazonas. Esta secularización avanza a un ritmo sostenido, resultado de una compleja mezcla de inexorabilidad histórica y de errores estratégicos de la jerarquía eclesiástica para entender ese proceso y darle una respuesta adecuada. Desde luego, sería radicalmente injusto cargar toda la responsabilidad de ese declive sobre los dirigentes eclesiásticos, pero en cualquier institución moderna, los dirigentes de la misma tendrían que dar cuenta de esa situación. Solamente, las instituciones de estilo autoritario, se ven exoneradas de la necesidad de dar explicaciones ante los hechos.

En otros tiempos más lejanos, menos postmodernos, ese cotidiano éxodo podría haber incluso constituido un cisma. En una situación de cristiandad, en la cual la increencia era testimonial e individual, la mayoría de la gente no habría querido quedarse fuera de ninguna iglesia. En nuestra época actual, ese tipo de pertenencia no es tan importante. El mundo del espíritu se ha individualizado mucho, y el sentido de pertenencia a una institución religiosa, -y a otras instituciones “fuertes” como partidos políticos o sindicatos- se ha ido debilitando progresivamente. El destino de las personas que se alejan de la Iglesia Católica es muy variado: grupos menos institucionalizados, otras religiones, satisfacción de sus necesidades espirituales o religiosas con ofertas de tipo no espiritual o la llamada religiosidad difusa, un vago sentimiento “de que algo hay”, sin mayores implicaciones. Pero un denominador común del abanico de respuestas, es la individualización del fenómeno espiritual y religioso. Hablando en plata, ya que la institución no les da juego, cada uno se busca la vida como puede. Según la última y reciente encuesta del CIS, el 76% de los españoles sigue siendo católico, pero el porcentaje de practicantes es muchísimo más bajo. Muchos creyentes no encuentran un lugar en la institución, donde articular y recrear su mundo espiritual y de creencias. Existe una brecha entre la institución y los creyentes. Las razones de esa brecha son muy complejas y de largo recorrido. La percepción que tiene la población española en su conjunto de la Iglesia Católica española es bastante pobre, a pesar del buen hacer de muchos cristianos y de determinadas organizaciones, sobre todo las que actúan en el campo social. Lo peor no es el aumento del rechazo ante lo religioso, sino el aumento de la indiferencia ante el hecho religioso. Esto ha sido bien comprendido por algunos estrategas de la Iglesia española, que han optado por generar rechazo antes que indiferencia. Se trata de hacerse notar, de hacerse visible, “que hablen de mí, aunque sea mal”. Y así poder buscar el chivo expiatorio de la persecución y de martirio, comparando implícitamente una iglesia minoritaria y acosada, -la del imperio Romano- con otra en crisis, pero con numerosos privilegios, -la actual-. Se trata de cohesionar el núcleo interno más conservador ideológicamente, al mismo tiempo que esto permite alejar la vista de los problemas reales y de fondo. Se niega la crisis y se cambia la agenda política.

Entre las muchas y complejas razones que alimentan la brecha entre cristianos, la jerarquía eclesiástica y el conjunto de la población española, cabe destacar una: la falta de modernización religiosa. El Concilio Vaticano II, concluyó con un frágil consenso entre la mayoría reformista y la minoría conservadora que se resolvió en el período posterior al Concilio a favor de la minoría conservadora. Por factores difíciles de explicar aquí, los partidarios de un modelo de Iglesia autoritario y medieval ganaron la partida. Fue, la retirada de la Iglesia a los cuarteles de invierno, de la que habla Karl Rahner. En España, la Iglesia Católica fue durante la transición a la democracia un factor de diálogo, moderación, encuentro y reconciliación. Ahora, la jerarquía eclesiástica, aliada con algunos grupos, ha optado por situarse en un bando del conflicto social, político y cultural. Naturalmente, los partidarios de esa visión tienden a defender sus propias opiniones y su propia ideología, como si se tratara del mismísimo Evangelio, aunque con frecuencia olviden fundamentar sus propios puntos de vista o lo hagan defectuosamente. Les da igual no hacerlo, porque sienten que tienen tras ellos “el peso del aparato y del Derecho”. Dicha falta de modernización religiosa, se expresa en dos actitudes fundamentales: la falta de democracia interna y una propuesta moral bastante anticuada. Por supuesto, ambas situaciones se justifican como de Derecho divino. Según ellos, no cabe otra organización de la Iglesia, que una piramidal y monárquica, con una jerarquía de dominio y no de servicio. Niegan, unos por desconocimiento y otros por propio interés, tanto la propia historia eclesial de prácticas democráticas- como la elección de obispos, y la colegialidad de iglesias- como la investigación teológica al respecto. Sólo pueden echar mano de un Derecho Canónico, que cierra tautológicamente un círculo de hierro con la propia institución. Instituciones autoritarias autoritarias se autolegitiman con derechos autoritarios y viceversa. El resultado de estas estructuras es que un obispo que se supone va destinado a una diócesis para servir a sus fieles sea masivamente rechazado por ellos, y que no pase absolutamente nada. Esto no es justificable desde el Evangelio, sólo desde una ideología autoritaria. Además, coloca a la Iglesia Católica, en un claro fuera de juego cultural y político. Lo mismo cabe decir de una moral que no sirve a la gente para construir sus propias vidas, por responder a paradigmas y situaciones históricas periclitadas. Los cristianos en su gran mayoría, no siguen la mayoría de las indicaciones de la doctrina de la Iglesia Católica al respecto. Muchos de ellos son verdaderos “objetores de conciencia”. La mayoría de la gente también rechaza o no se identifica con un determinado estilo de tratar las cuestiones bioéticas. Los creyentes y también el resto de la sociedad, necesitan testimonios y argumentos para la discusión, no frentismo ideológico. No es responsable, utilizar el debate bioético como un elemento más del combate político e ideológico, ni por parte de las iglesias, ni por parte de los partidos políticos.

La causa y la consecuencia de esta falta de modernización institucional y religiosa es la privatización de la Iglesia Católica al servicio de los intereses de determinados grupos neoconservadores. No solo se privatizan las empresas públicas, sino también instituciones que vehiculan bienes tan importantes para la colectividad como los espirituales y religiosos. El espacio público intraeclesial se está agostando, con el consiguiente empobrecimiento propio y del resto de la sociedad. Las posiciones internas son de exclusión de la crítica y hacia afuera de condena y rechazo del mundo. Nada de esto tiene raigambre alguna en el Evangelio, sino solamente en la ideología integrista de algunos.

Visto en 'Asociación Cultural Karl Rahner'




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